Cruzeiro Seixas, Na rua William Blake, 1986. Fund. C. de Miranda |
A liberdade livre es el
título de un pequeño libro en que José Jorge Letria entrevista a Cruzeiro
Seixas.
Lo primero que hay que decir es
que Cruzeiro Seixas da para muchísimo más, aquí la entrevista dedicándose sobre
todo a seguir los avatares de su vida, con alguna que otra profundización. No
hay supervisión de quien conozca mejor los intríngulis del surrealismo, y un
Perfecto E. Cuadrado, por ejemplo, hubiera tenido algunas cosas que corregir.
Así, José Pierre es llamado por Cruzeiro Seixas un par de veces Jean Pierre, y
al hablar de André Koyné (sic) dice que este había “trabado conocimiento con
uno de los mayores poetas del surrealismo. Ahora no consigo acordarme del
nombre” –obviamente, César Moro. Más extraño es que Cruzeiro Seixas lamente que
Fernando Alves dos Santos “merecía que se hiciese algo por él, pero los
editores son muy perros”, cuando hace nueve años que Assírio & Alvim
publicó su poesía completa, precisamente por manos de Perfecto E. Cuadrado. Cruzeiro
Seixas dice que Cesariny, a Alves dos Santos, “no lo apoyó nada”, pero lo
cierto es que intentó publicar en 1988, sin suerte, su último libro, De
palavra a palavra.
El entrevistador cumple, pero
saca su rejo de periodista en la página 25, cuando llama a André Breton “papa”
y “controleiro” del surrealismo. Lo de “papa”, como siempre, me recuerda a
Octavio Paz cuando llamó “cerdos” a todos los que se valían de esta
designación, y a Pieyre de Mandiargues, que manifestó su deseo de romperle los
bezos a quienes en su presencia hacían lo mismo. Por otra parte, en la solapa
(que puede ser obra del entrevistador o no) se dice que Cruzeiro Seixas “es un
artista plástico, comprometido con una estética surrealista”. Ello, pese a que
él ha rechazado siempre aquella categoría, y que lo hace aquí mismo: “Si no me
gusta el término «intelectual», todavía me gusta menos el término «artístico».
Los pintores andan por ahí muy contentos con la designación de artistas. ¡Yo
no! ¡Yo no quiero ser artista! Mi gran sueño es ser tan solo un hombre”. Y
luego lo de la “estética surrealista”, que ya tiene que acabar de crisparlo. Eso
mismo le hacía decir un periodista recientemente a Miguel de Carvalho, nada
menos que como titular de una entrevista, y a pesar de que el propio Miguel
de Carvalho le dijo que ni se le ocurriera poner tal cosa. En verdad, sería
mejor que ningún surrealista concediera ya entrevista alguna a un periodista,
cualquiera que sea. En tiempos de Breton, aunque también es verdad que se dejó
entrevistar por algunos cretinos y cretinas, sin ir más lejos por el español
José María Valverde, aún había un Henri Parisot, pero ¿hoy?
Cruzeiro Seixas es un excelente
conservador, y yo nunca olvidaré su soberbio diálogo con Eurico Gonçalves,
registrado en disco con motivo de la exposición “O surrealismo abrangente”, que
tuve la suerte de ver en Lisboa. De ahí que haya aquí momentos apasionantes,
con su energía de siempre. Para empezar, al defender, como siempre, el
surrealismo: “Para mí ha sido una compañía de todos los minutos. Ha sido
realmente el gran amor de mi vida”. A la pregunta de si es su “programa de
vida” responde, por supuesto, afirmativamente: “Sí. Cuando encuentre otro,
estoy absolutamente dispuesto a adoptarlo. Pero con 91 años ya no es fácil
encontrar”. En otra ocasión lo expresó con aún mayor felicidad: “Existe, parece
ser, quien esté cansado del surrealismo, pero no puedo dejar de sentir
curiosidad por saber lo que descubrieron en su lugar”. ¡Bravo!
Ante tantos fracasos de proyectos
revolucionarios, considera que “lo que se tendrá que inventar ahora,
naturalmente a partir del surrealismo (pero nadie quiere, porque todavía no hay
gente suficiente para creer en eso), es la idea de una otra libertad, pero eso
a partir del surrealismo”. ¡Bravo, de nuevo!
Sobre el automatismo, siempre
cuestión tan polémica e incomprendida, deja claro que su creación plástica está
marcada por él tanto como su poesía. Luego están las evocaciones de sus amigos,
en particular Cesariny y Lisboa, de quien dice: “António Maria Lisboa, a mi
juicio, puede ponerse a mi lado y al de Cesariny. No en la extensión de la
poesía, no es tan luminosa, es más subterránea, pero todo aquello es
profundamente sentido y de una seriedad y honestidad a toda prueba. Y eso es
una cosa que yo admiro profundamente en las personas”.
África merece algunas páginas
estupendas, esa África que lo situó durante catorce años “lejos de esta
civilización horrible” y en la que escribió toda su poesía, curiosamente en las
andanzas por el interior, ya que la ciudad no le interesaba nada. Esto último
me inspira personalmente un nuevo ¡bravo!, y no digamos cuándo, en el momento
de referirse a su colección “abrangente”, al contar cómo esa colección se hizo
siempre por trueque, dice: “Es una linda manera de hacerlo todo en la vida.
Solo entraremos en una civilización seria cuando volvamos a trocar un burro por
siete coles”.
Hay, por último, en esta breve
reseña de un libro muy recomendable, algunas felices calas en la realidad
portuguesa. Por ejemplo, sobre el 25 de abril. A la sazón, Cruzeiro Seixas
dirigía la galería São Mamede, que con él realizó una labor pasmosa. Llega la
fecha “revolucionaria” y empiezan a recibir llamadas telefónicas y cartas
diciendo que iban a quemar todo aquello, lo que llevó al dueño a cerrarla y
marcharse a París. Dice Cruzeiro Seixas: “En el campo de la libertad, será otra
cosa, pero en el campo de la cultura ese es el cuadro que yo puedo trazar del
25 de abril. ¡Es triste! La cultura no veo que haya mejorado en nada, al menos
en la razón de nuestra esperanza”.
Amenazas de todo tipo recibió por
entonces Amália Rodrigues, que acabaron agriándole el carácter. A mí mucho me
place que Cruzeiro Seixas la evoque de pronto, o sea sin que se la nombre el
entrevistador, cuando este le señala que la “marca de su libertad” es el
“desprendimiento del lado material de las cosas”. “Eso no quiere decir –le
contesta– que yo sea muy feliz. No lo estoy. ¿Amália no era una mujer con una
voz extraordinaria? ¡Y era tan infeliz! Y tenía dinero a montones. Una vez
almorcé con ella y fue interesantísimo y conmovedor, porque todo lo que ella
decía era cierto”. “Era –le dice José Jorge Letria, de quien por un momento
olvido lo del “papa controleiro”– muy inteligente y una mujer de una
profundísima intuición”. “Yo hoy –concluye Cruzeiro Seixas– aún me siento
conmovido siempre que oigo su voz. Me parece extraordinaria la voz de ella. Es
como la voz de este país si este país tuviera voz”. Esto último resulta
contradictorio: Amália era esa voz, la de un mundo telúrico que prácticamente desaparecía
con ella. “Es un fenómeno que aconteció en Portugal”, le oí decir a un hombre
popular que, como yo, había asistido a un concierto suyo y se alejaba con unos
amigos por la noche de Coimbra. La voz que había llevado al extremo máximo el inconfundible
lirismo portugués, parecía ser para él un prodigio de la vida azarosamente
encarnado en aquel pequeño país, pero estaba equivocado: era realmente la
apoteosis de ese mundo de savia popular del que Amália venía, y que un
misterioso “fado” había alimentado del más intenso lirismo –el derramamiento de
la “saudade”, ese “sentido del alma”, como lo definió un espíritu gemelo de
Amália, el poeta Teixeira de Pascoaes, y como sabe ese otro poeta inmenso que
es Artur do Cruzeiro Seixas.
Sergio Dangelo, La promenade de Blake |