Los entusiastas de Antonin Artaud –entre quienes me cuento desde que lo
descubrí hace unos 44 años– están de albricias con la aparición del número 5 de
La Vertèbre et le Rossignol, a él
íntegramente dedicado.
David Nadeau ha realizado un relato de la vida extraordinaria de Artaud –o
de sus
vidas extraordinarias– a
partir de los escritos de Rodez, en que se incluían, por supuesto, sus
recuerdos del surrealismo. La lectura de este relato ha inspirado a una
multitud de invitados, que han podido partir de lo que más les apeteciera o
resultara más significativo, resultando curioso ver cómo hay ciertos capítulos
de esa biografía extraordinaria que seducen especialmente.
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Irene Plazewska,
El báculo de S. Patricio |
Los “invitados” son mayoritariamente surrealistas (y “aliados”), pero hay
también un contingente de patafísicos (y “cercanos”) y algunos amigos
quebequianos cercanos a La Vertèbre et le Rossignol y “outsiders”. Yo, sobre
Artaud, he comulgado siempre con la perspectiva inflamada de Mário Cesariny,
para quien Artaud (y no Bataille) era quien complementaba a Breton,
distanciándome al mismo tiempo de surrealistas que, por su orientación más politizada,
no se han mostrado interesados por Artaud –discrepancia cordialísima en casos
como los de mi muy querido, admirado y siempre recordado Eugenio Granell. He
deplorado por otra parte, acerbamente, la captación que en los años 70 hicieron
los telquelianos de Artaud para oponerlo tan estúpida como calculadamente a
Breton, y, aunque ya sin nada acerbo, veo al gran Artaud mucho más en el
volcanismo surrealista que en el cerebralismo lúdico-patafísico, que es además
el que lo ha convertido en “santo”, idea no muy afortunada, ya que poco pueden
gustarnos los santos, sean del tipo que sean (ni, aunque sepamos que se trata
de un símbolo usurpado por el cristianismo, las cruces, tanto que ni
vilipendiadas me hacen gracia; siempre que voy por caminos de tierra y árboles
encontrándome con su aparición involuntaria en forma de ramitas, en seguida las
aparto con el zapato).
Se encontraba amodorrada la actualidad surrealista cuando ha surgido este
número sensacional, en que se conjunta un montón de surrealistas dispersos por
el mundo, para celebrar a Artaud y a algunos de sus amigos más señalados. Alex
Januário abre el fuego con la foto de la Rue Artaud, y luego, en una lista
incompleta y desordenada, aparecen imágenes de Amirah Gazel, Luiz Morgadinho,
Susana Wald, Rodrigo Mota (André Breton,
en éxtasis, lanza diamantes a Philippe Soupault), los Recordists (Artaud, Masson, Leiris y Limbour en el
Bureau de Recherches Surréalistes), Verónica Cabanillas Samaniego (El Bureau de Recherches Surréalistes ha sido
lanzado al mar y Artaud se me aparece
para ir a la fiesta del peyote), Freddy Flores y Patricio Álvarez Aragón,
Steve Morrison, Ody Saban (dibujo astrológico sobre Breton), Jon Graham (André Breton encontrará el tau chino del ser),
Pinina Podesta (Marcel Noll es el esclavo
de los fantasmas alojados en el fondo de sus ojos), Nelson de Paula (Pierre Unik y Marcel Noll), John Richardson, John Welson, Craig S.
Wilson (La danza del ciguri), Irene
Plazewska, Zazie (Cervecería de La Coupole),
Thom Burns y Raman Rao (Artaud en Irlanda),
Byron Baker (Las seis esposas de Artaud),
Guy Girard (de su serie Antonin Artaud en
ruta hacia Agartha), Jason Abdelhadi, Aldo Alcota, Janice Hathaway, David
Coulter, Singwan Chong Li, Paul McRandle (La
voz de Heliogábalo)... Nada más incitativo que esta lista de nombres y de
títulos, con el añadido de la contribución de Steve Venright (presentado como
“outsider”) Los ojos de Tangaël (Yves
Tanguy).
El número concluye con unos artículos poco conocidos de Roger Vitrac y
Roland de Renéville sobre Artaud, más el pasaje de El velo de Isis de René Guénon en que este alude a Artaud.
Número deslumbrante, tanto por el largo texto de David Nadeau como por la
fuerza de imaginario que posee el conjunto de las ilustraciones. Y número que
sucede a otros dos grandes logros como son el del surrealismo y el mito
templario y el de “La prueba peligrosa”.
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The Recordists, Artaud, Masson, Leiris y Limbour en el Bureau de Recherches Surréalistes |
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Verónica Cabanillas Samaniego,
Artaud se me aparece para ir a la fiesta del peyote |
La edición puede conseguirse tanto en papel como en pdf; en el segundo
caso, como ocurre exactamente con el n. 3 de Spectra, aparecido
simultáneamente, resulta un poco molesto buscar las correspondencias de las
imágenes con sus créditos, por la costumbre de no dar estos datos debajo de
cada imagen, lo cual podrá estar bien en un libro que manejamos manualmente,
pero no funciona en este tipo de ediciones.
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Craig S. Wilson, La danza del ciguri |