Aparecida en 2016, esta colección de
escritos de Man Ray es una publicación fundamental. Edita lujosamente
Tate Publishing en asociación con The Getty Research Institute. El precio de 35
euros es una ganga en comparación con los que practica Bloomsbury con su
enciclopedia del surrealismo, ya que consta de 456 páginas, tiene capa dura (además,
con sobrecubierta) y muchísimas ilustraciones, algunas a todo color.
Jennifer Mundy ha hecho un magnífico trabajo,
con buena introducción, eficaces presentaciones de cada capítulo, notas muy
acertadas a los escritos y óptima selección de imágenes. Ha conseguido un
volumen digno de ese artista fenomenal y personaje entrañable que fue Man Ray,
un volumen que hubiera llenado de felicidad tanto a él como a su querida
Juliet.
Esta joya bibliográfica debe decirse para
empezar que no se limita a los escritos sobre arte de Man Ray. Realmente, se
expresa sobre todo lo habido y por haber, aunque predomine la temática
artística en un sentido amplio, o sea englobando a la pintura, la fotografía,
el cine, los objetos, etc. Conocíamos muchos textos suyos, dispersos en sus
libros, pero ahora no solo aparecen reunidos, sino que se incorporan muchísimos
inéditos (e interesantísimos), superándose con creces el volumen de Tuti gli
scritti que sacó Janus en 1981.
Man Ray siempre practicó la escritura, y
aquí encontramos poemas, sentencias, entrevistas (con respuestas, por lo
general, escritas), notas, artículos, prefacios a sus catálogos, cartas a
amigos y familiares, juegos de palabras, reflexiones... El resultado es
espléndido, el de un libro que es un auténtico tónico para el espíritu. Man Ray
se retrata en él como en su maravilloso Self portrait: tan lúcido como
sencillo, lleno de bonhomía y a la vez de espíritu crítico, exento de toda
pedantería intelectualista y de toda pretenciosidad, intransigente con la estupidez, gustoso de la independencia,
hostil a las grandes exposiciones y al mercado artístico (y a políticos,
industriales, banqueros, abogados, médicos, arquitectos: “sórdidas
profesiones”) y ante todo fanático de la
libertad, una pasión que lo dominó para siempre desde la lectura juvenil que
hizo de Walden, la vida en los bosques: “Intento ser lo más libre
posible”. El trasfondo anarquista es una constante en este hombre libre que,
para empezar, nunca depositó un voto en una urna.
La obra sigue su trayectoria biográfica y
comienza con los capítulos de Rigfield/Nueva York, Nueva York Dada y París. En
París, la materia va enriqueciéndose, con sus textos de Minotaure y Cahiers
d’Art y consideraciones sobre sus trabajos fotográficos, cinematográficos y
pictóricos. En una carta a Gertrude Stein le refiere un curioso debate entre
Matisse y Breton, sucedido en su estudio. Se cubren los años de sus
“cinepoemas”, explicando su alejamiento del cine por la complejidad que el
medio fue adquiriendo y que le impedía trabajar a su aire. Se reproduce entre otros escritos el clásico La
photographie n’est pas l’art, de 1937, que llevó un texto de Breton.
El cuarto capítulo se titula “Hollywood
Album”, título de una carpeta en que fue anotando sus pensamientos cuando ya se
encontraba lejos de los amigos de París. Es entonces cuando se produce su
encuentro decisivo con Juliet. Se suceden muchos textos magníficos, que dan
muestra de un desparpajo poco común en la época (y quizás en cualquier época).
Los pasajes cáusticos sobre el arte subvencionado, la arquitectura moderna, el
interiorismo, el animalismo o el parasitismo social son antológicos. Y también
hay grandes textos sobre Sade, a quien Man Ray veneraba, como a Lautréamont.
El quinto capítulo nos lo sigue situando en Hollywood, con los artículos en View, el Man Ray Folio (provisto de todas sus ilustraciones), Objects of my affection (ídem), una novela inacabada de título 1944 en que muestra desinterés total por la estructura y por los caracteres de los personajes y una importante carta a André Breton sobre la exposición de 1947, a la que Breton lo había invitado.
La última sección nos lleva de nuevo a París,
y es apasionante, sobre todo por la inclusión del llamado Pepys Diary,
de 1953, otro autorretrato perfecto y desconocido, en que el Maestro diserta
sobre todo lo que le apetece y muestra su desconfianza total del Progreso. En
este extenso “diario” y en otros textos parisinos, Man Ray rechaza
categóricamente la música, cada vez más invasora, se opone a la abstracción,
señala las debilidades del neodadaísmo, despotrica del carácter casi clínico de
las galerías y los museos modernos, propone eliminar entre otras las palabras
“seriedad”, “profundidad”, “emigrado” y “expatriado”, etc. Algunos textos son
bien conocidos, como el que escribió para la exposición Eros (reproducido arriba) o el de L’Âge du cinéma. En este no solo afirma que ha sido
surrealista antes que fotógrafo, sino que reconoce seguir siendo “un
surrealista en el más profundo sentido de la palabra”. Son años de apego
definitivo al surrealismo, manteniendo muy buenas relaciones con Breton, quien
le escribe un poema para su exposición en L’Étoile Scellée. Hay en estas
últimas páginas otros grandes escritos, siempre en su manera casi coloquial,
como el de Mr. and Mrs, Woodman, exquisitez de humor con que acompañó
las 27 fotos de esta pareja de buena madera; una carta a Arturo Schwarz, su
gran amigo y estudioso; el poema de sus fotos de cactus; una muy rica
entrevista ya de 1973...
“No hay nada más subversivo que la verdad”.