Ignorando
olímpicamente todo academicismo, Jean Bonnin ha redondeado un volumen de
surrealismo explosivo que es como un balón de oxígeno en los tiempos que
corren. Surrealism in Wales, bellamente ilustrado, se lee de cabo a rabo
con entera fruición, resultando una obra no solo subversiva, divertida y
desenfadada, sin ningún tapujo, sino una fuente muy rica de informaciones atractivas
y que nos conciernen.
En ningún
momento, por supuesto, se roza el escollo nacionalista. Simplemente se
defiende, y a mi juicio demuestra, que el País de Gales es una de las tierras
de elección del espíritu surrealista, como se pueda haber dicho de Méjico. De
entrada, su bandera es una de las pocas del mundo, si no la única, con un
animal, que es además el dragón. Si en las páginas a que me referí en la
presentación anterior el dragón ponía un huevo, en las siguientes el huevo ya
eclosiona: Stonehenge, Merlín, los bardos, las conexiones galesas de un Lewis
Carroll (cuya Alicia, como se recordará, fue bellamente homenajeada en 2014 en Alice,
the looking glass threw), de un Robert Louis Stevenson o de un Brian Jones
(hijo de galeses a quien descubrimos en 1965 encontrándose en un restaurante de
París con Salvador Dalí!).
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Neil Coombs, La trágica desaparición de Dalí, 2000 |
La única parte
del libro donde me pierdo es la dedicada a la música; es también donde único
afloran algunos despistes extraños: Nadja como “novela”, El amor loco
como “libro de poesía”... Aunque siempre estoy escuchando música cuando estoy
en casa, en el fondo concuerdo plenamente con el “silencio de oro” de
André Breton. Por otra parte, las matizaciones que se han hecho a su actitud
hacia la música (dirigida sobre todo hacia la llamada “música clásica”)
deberían dar ya por zanjada la cuestión, pero se lo seguirá acusando de
“prejuicios” por los siglos de los siglos. ¿Por qué llamar “prejuicios” a lo
que es una posición expuesta con todo conocimiento de causa?
Mucho más
sugestiva es la siguiente parte, dedicada al cine. Hay aquí un magnífico
“Entecálogo” de Jean Bonnin, tan memorable como el “Decálogo” de Jan Svankmajer,
con el que dialoga. Y un inventario muy interesante de cortometrajes realizados
por el propio Bonnin, David Greenslade, Darren Thomas, Neil Coombs, John Welson
(¡siete películas con Paul Goodman!), Ian Walker, etc. Un apartado se dedica a
Humphrey Jennings, de quien, por cierto, es preciso anunciar la aparición hace
unas pocas semanas, en Dark Window Press, de un volumen con su poesía y su
prosa, al cuidado de Neil Coombs.
Pero en este
capítulo cinematográfico vuelvo a encontrarme con la mejor serie televisiva de
todos los tiempos, con permiso de Los vengadores de Cathy Gale, Emma
Peel y Tara King, o sea con El prisionero del gran Patrick McGoohan, y
digo vuelvo a encontrarme porque ya he hablado de ella aquí mismo a propósito
del “Fantasma de Portmeirion” que hizo en su maravilloso libro de fantasmas
Neil Coombs. Merecía quizás en el capítulo de música haberse señalado que la
mejor y más entusiasta distribuidora de blues que existía en los años 80 y 90,
Red Lick, tenía su sede en Porthmadog, a dos pasos de Portmeirion. Un amigo de
Tenerife visitó su tienda y me dijo que la llevaba una pareja que eran medio
hippies; al cabo de muchos años se la traspasaron en 2008 a Tony Chilcott y su
mujer, en Cardiff, que la mantuvieron muy bien durante cerca de una década.
Eran pues galeses estos benefactores de la humanidad y de mí en particular.
Portmeirion, por supuesto, es uno de los lugares que me hubiera gustado
conocer, con esa arquitectura onírica diseñada y construida por Williams-Ellis
con restos arquitectónicos de los más variados estilos diseminados por tierras
británicas.
Un capítulo
dedicado a las comedias da a conocer también infinidad de surrealismo
involuntario y a veces ni siquiera tan involuntario. Lástima no haber conocido mejor todo este material que Jean Bonnin devuelve en sus páginas a la vida.
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John Richardson y Jean Bonnin, Careful with that Axe, 2020 |
La guía del
surrealismo en Gales se abre con Malcolm de Chazal, quien ha gozado muy
recientemente de una especial fortuna por aquellos parajes (el propio Jean
Bonnin lo ha traducido ampliamente en estos últimos años). Entre los muchos
nombres asociados a Gales que son tratados, destacaré los de Angus McBean,
Darren Thomas, George Melly, Ceri Richards, Dylan Thomas, Ian Walker, Jane
Arden (quien filmó un Dali in New York) y la maravillosa Jeanette
Edwards. Pero también se incluyen libros, revistas, exposiciones, editoras. De
alguna revista, como Water throat, de John Welson, no tenía noticia, ni
tampoco de algunas exposiciones de cierta envergadura, como “Contrariwise:
Surrealism in Britain 1930-1986”, celebrada en ese último año en Swansea, o
“Glorious disgust”, que tuvo lugar en Cardiff hace dos años.
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John Richardson, El Mar de la Tranquilidad, 2018 |
Como
intermedio de esta guía nos encontramos con la tribu de surrealistas
galeses, que componen John Welson, John Richardson, Neil Coombs, Mary Jacob,
David Greenslade y Jean Bonnin. De todos se hace una semblanza y se dan las
respuestas a unas cuantas preguntas: cuáles son los elementos más importantes
del surrealismo, a quiénes consideran los cuatro o cinco poetas y artistas más
significativos del surrealismo y qué piensan de la cuestión Gales y el
surrealismo. Las respuestas más de mi gusto son las de Welson y Richardson; en
las otras hay momentos muy simpáticos, como cuando Neil Coombs nombra a Matsuo
Basho en su lista de poetas surrealistas, y otros decepcionantes, con David
Greenslade considerando como tales a Lezama y, lo que es muchísimo peor, al
cerdo inmundo de Neruda.
Este
paréntesis de la tribu se complementa con un simpático encuentro imaginario de
André Breton, Claude Cahun y Marcel Duchamp, quienes hasta hablan de los
surrealistas galeses.
Dan noticia
estas páginas de la exposición surrealista más corta de todos los tiempos,
celebrada el 22 de agosto de este año. Duró... 3 minutos y 36 segundos, y tuvo
lugar en las montañas de Preseli, donde dieciséis menires constituyen el
círculo de Gors Fawr. Participaron John Welson, Jean Bonnin y A. P. Mousnier,
en un sentido que recuerda algunas intervenciones de la Cabo Mondego Section of
Portuguese Surrealism en lugares imantados de que tanto abunda también la
tierra portuguesa.
La
“Conclusión” está muy bien, aunque algo flácida para mi gusto en lo que
respecta al discurso político. La apuesta por un aperturismo del surrealismo,
“prefiriendo más incluir que excluir”, es siempre un riesgo cuando falta el
rigor, por ejemplo, de contar con el cerdo inmundo de Neruda, pero no es menos
cierto que en otro lugar del volumen se manifiesta la necesidad de ser
escrupuloso en la diferencia entre lo surrealista y lo surrealizante.
Impecable en
cambio es el magistral posfacio de John Welson, tanto por lo que respecta al
tema central del volumen (el surrealismo y Gales) como por la caracterización
que hace del propio surrealismo con estas palabras maestras: “El surrealismo es
una aventura mundial que se nutre absorbiendo los múltiples y diversos dones
que nos da la imaginación de todos los rincones de la tierra. Ésta es una
energía bidireccional, cada fuerza de belleza convulsa que atraviesa el mundo
evoca lo maravilloso y forma una energía entrelazada que libera una miríada de
aventuras surrealistas; Gales es parte del caleidoscopio de lo posible”.
Corolario: una
de las publicaciones más potentes e importantes que nos ha dado el surrealismo
a lo largo de este año de cuitas, mostrando todo su potencial revolucionario y
convulsivo. ¡Y atención porque ya hay un segundo volumen!