David Martí, Dragón lautreamontiano |
Nada de lo que
concierne a Isidore Ducasse puede ser indiferente al surrealismo, así que como
un auténtico cataclismo tomo conocimiento hace unos días de un libro en que
aparecen nada menos que cincuenta “visiones” plásticas inspiradas por la
lectura de Los cantos de Maldoror.
50 visions
sur Maldoror es, en efecto, el título de una
excepcional obra de David Martí, publicada en el año 2003 y difundida en
exclusiva, no sabemos si aún, por la Librairie du Scalaire de Lyon.
David Martí es
un artista que me era desconocido, ya que no se sitúa en la órbita del
surrealismo ni nadie me había llamado la atención sobre él ni sobre este libro.
Nacido en Barcelona en 1960, de casta le vino al galgo, ya que su padre era el
escultor Marcel Martí y su madre la escultora Parvine Curie. Pasa su niñez y su
adolescencia entre Cataluña y la región parisina, y frecuenta la Escuela de
Bellas Artes de París, para desde 1976 iniciar una serie de viajes a la India,
que lo influirían decisivamente. Cultivando el teatro y la poesía, celebra su
primera exposición en Meudon en 1981. De 1990 a 2000 reside en Cadaqués, donde
expone regularmente, incluidos unos móviles-esculturas. Es en 2002 cuando se
consagra en exclusivo a las pinturas inspiradas por Los cantos de Maldoror.
Murió prematura y repentinamente en París, en 2007.
El editor de 50
visions sur Maldoror no es otro que Marc-Gabriel Malfant, de quien ya
reseñamos en “Surrealismo internacional” su interesantísima publicación Onan
à Cadaqués*. Amigo de David
Martí, él es el destinatario de una preciosa “Carta imaginaria” sobre las
ilustraciones que el artista ha hecho de los Cantos de Maldoror, y
que, reproducida en manuscrito, funciona como invalorable prefacio. En ella,
David Martí se confiesa lector también de Baudelaire y Rimbaud, porque “a la
hora de leer bellas páginas, necesito que sean malditas”, ya que “el resto
pertenece al reino del autoengaño y del tedio fenomenal”. Esta carta, de seis
extensas páginas en francés y firmada el 1 de agosto de 2003, revela, de cabo a
rabo, a un verdadero poeta. Por ella nos enteramos que la sugerencia de
inspirarse en la obra de Lautréamont vino del propio Malfant, pero que solo
cristalizó a raíz de que Martí advirtiera, sobre una de sus mesas de dibujo,
unas láminas de papel blanco con unas manchas informes de café, que recortó,
dibujando sobre ellas. Especialmente emocionante es la descripción que luego
hace del efecto físico que sobre él ejerció la lectura de Los cantos
de Maldoror durante la elaboración de las imágenes, con dolores terribles
en los pies y luego en las manos y un sueño pesado plagado de visiones,
aludiendo a “las vibraciones o fenómenos telúricos que emanan peligrosamente de
Los cantos”. ¿Hay algo más genuinamente surrealista? Pero es que
además, por decirlo con Arturo Schwarz, “cualquier obra que amplíe nuestros
horizontes mentales y visuales por medio del libre juego de la imaginación, es
surrealista”, al margen de que su autor pertenezca o no pertenezca al
Movimiento Surrealista. Se podría afirmar que David Martí, sin ninguna ligazón
a las actividades surrealistas, es surrealista en el furor maldororiano.
David Martí, Rinoceronte Maldoror |
Entre los
títulos de las visiones maldororianas de David Martí, abundan los que se
refieren a sus animales y a sus metamorfosis animalescas: “El dragón de
Maldoror”, “Los tiburones de Maldoror” “Ballena Maldoror”, “Rémora Maldoror”,
“Maldoror como león”, “Pelícano Maldoror”, “Grullas de Maldoror”, “Monstruo
oceánico de Maldoror”, “Pájaros lautreamontianos”, “Piojos de Maldoror”,
“Bestiario marino de Maldoror”, “Rinoceronte lautreamontiano”, “Rino-perro de
Maldoror”... Pero también tenemos “La sangre de Maldoror”, “Las entrañas de
Maldoror”, “La danza de Maldoror”, “El bosque de Maldoror”, “El océano de
Maldoror “, “Maldoror en tanto roca”, “Maldoror en el estado de violación”, “La
epidermis negra de Maldoror”, “El astro deformado de Maldoror”, “Rostros
desfigurados de Maldoror”, “El histrión volátil de Maldoror”, “Arquitectura
lautreamontiana”, “Eclosión océano de Maldoror” y hasta un “Maldoror se apodera
de la Tierra”. En fin, una apoteosis maldororiana que obliga a atesorar este
libro junto a las ediciones del “Señor Ducasse, alias Lautréamont”, que es como
David Martí lo llama en su “carta imaginaria”.
Varios
antecedentes tiene esta gran publicación: los doce pioneros dibujos que hizo
Jindrich Styrsky para la traducción checa de Los cantos publicada en
1929; la edición de Lévis-Mano de 1938, ilustrada por Victor Brauner, Henrique
Espinoza, Óscar Domínguez, Max Ernst, Yves Tanguy, René Magritte, Juan Miró,
Roberto Matta, Wolfgang Paalen, Man Ray y Kurt Seligmann; los 37 dibujos que
Armand Simon seleccionó para su publicación entre los millares que le dedicó a Los
cantos entre 1937 y 1945; la edición ilustrada por Magritte en 1948; y la
sueca ilustrada por Ragnar von Holten en 1972. Desde entonces no se había visto
una cosa igual.
David Martí, Maldoror |
*
Para el
cuaderno de Marc-Gabriel Malfant Approche du lanceur de cailloux,
publicado en Cadaqués en 1999, David Martí hizo cuatro ilustraciones que, al
igual que ocurre con la serie Maldoror, no ocultan las influencias indias,
seguramente, a tenor del título, tampoco ausentes en su libro de poemas La
memoria de los mundos. El texto de Malfant, estudio, con invectiva
incluida, del habitual gesto humano de arrojar piedras al agua, va precedido de
citas de Montherlant, Salvador Dalí y Víctor Hugo, que rezan, respectivamente:
“Cada vez que hayas resistido a coger una flor, a mear en agua limpia, a romper
una rama inútilmente, etc., habrás hecho bien. Aunque ello no tenga mérito
alguno (y ello no es seguro), al menos habrás evitado un movimiento vulgar”;
“Lo he visto subir la cuesta, pensativamente. Andando, se ha inclinado para recoger
un guijarro”; “Las catástrofes irradian en todas direcciones. Lanza una piedra
al agua y cuenta las salpicaduras”. Más decisiva es aún una cita interior: “A
menudo, yo adoro un guijarro”, de Arthur Cravan, por supuesto. La mía favorita,
como espíritu que aspira a hermanarse con la cultura amerindia, es de Lame
Deer: “La tierra está viva. Las montañas hablan. Los árboles cantan. Los lagos
pueden pensar. Los guijarros poseen un alma. Las piedras tienen poder”. Malfant
escribe que respeta las piedras y que hasta intenta no desplazarlas cuando
anda: “Respeto su edad y su situación. Mido el tiempo que han necesitado, y las
vicisitudes, para llegar allí”. Pero yo abro una excepción, ya que tengo por
hábito echar abajo las acumulaciones de piedras que dejan los senderistas para
indicarse el camino unos a otros; es cierto que ya esas piedras han sido
movidas y se trata en parte de un acto de desagravio, pero también lo es que yo
dejaba en su lugar, hasta religiosamente, las señales de los pastores de la
sierra portuguesa de Montemuro, muy bonitas además, casi como si fueran figuras
de Tanguy. En este caso, triunfa mi fobia al gregarismo de esa especie
depredadora que no deja de ser, aunque se disfrace de amor a la naturaleza, el
senderista común, urbanita y corrompido por la banalidad reinante.
Banalidad de
la que David Martí, por lo que muestra su admirable “carta imaginaria”, estaba
completamente protegido.