Ribitch, Season of the witch |
El fin de año trajo una noticia aciaga, como
es la pérdida de Ribitch, un nombre firme del surrealismo en su proyección
norteamericana.
Ribitch murió de modo fulminante a los 69
años, el martes de la semana pasada. Deseo suyo era que se tocaran los blues en
su duelo, lo cual nos recuerda estas palabras de Ramón Gómez de la Serna: “El
ideal final sería que los amigos el día de nuestra muerte se reuniesen en
fraternal banquete para recordarnos y no fuesen al repugnante e inevitable
sepelio”.
Ribitch se incorporó al surrealismo en 1975, a través del círculo de Philip
Lamantia. Dibujos suyos aparecerían en Surrealist and its popular
accomplices, Free spirit, Arsenal o el catálogo del centenario
de la histeria, pero luego, la absurda ruptura en el seno del grupo de Chicago
lo obligó a continuar la aventura surrealista con los nombres que forman parte
de Invisible heads y al fin con el movimiento surrealista en su sentido
más amplio. Algunas publicaciones muy importantes en los últimos tiempos
incluyen su nombre, empezando por Hydrolith, del que era coeditor y cuyo
número primero ostentaba una ilustración suya en la portada. En ese número
podían leerse el poema “Delta blues” y la prosa “Visiones de amor en un mar
violento”; al segundo contribuía con un largo texto
refiriendo sus indagaciones de carácter práctico en el lenguaje de los niños, a
través de los cuentos inspiradores y apoyándose en maestros gitanos, y con el
juego de las “historias encadenadas”, inventado al pulsar despistadamente una
tecla mientras leía electrónicamente una novela erótica del siglo XIX.
En las
publicaciones colectivas del surrealismo hay también cuentos suyos en The somnambulist footprints, e imágenes
en What will be, Lithaire (“Season of the witch”, que recordará a quienes escuchaban
música en los años 60 el título de Donovan), el n. 3 de A Phala (el collage digital “El último testamento de Arthur Le
Tagazo”), el n. 1 de Loup-Garou (sus
fantasmas, “resultado de la poética esencia del surrealismo”), el monográfico
sobre los templarios de La Vertèbre et le
rossignol y Collage redux, donde Melanie Nicholson, al referirse a su
fabulosa imaginación gótica escribe que sus paisajes recuerdan las fantasías
marinas de Maldoror; los seis incluidos allí se titulan “Mar profundo”, “Laberinto de fantasmas”, “Carta del Dr. Lavish”, “Montón de calaveras” y “Quantum electro-morphous”.
Ribitch es un feliz exponente de ese impacto
que la cultura popular ha ejercido sobre el surrealismo, en los Estados Unidos
en particular pero inscrito ya en sus orígenes, o si no recuérdense Nosferatu,
el cine de Keaton o las novelas de Fantômas. Alimentado de la savia y de los
excesos de la cultura popular, el surrealismo se situaba así en las antípodas del
buen gusto, del academicismo, del elitismo burgués.
De Ribitch hay que recomendar su antología
de escritos, con ilustraciones suyas, Carnival of sleep, aparecida en
2011 y asequible fácilmente vía lulu. Y por supuesto su página, aunque sin
incluir textos. En ella hay dos secciones soberbias, una de arte y otra de
fotos. La de arte se despliega en estos títulos: “Nuevos fantasmas”, “Sueños
digitales”, “Ilustraciones”, “Viejos fantasmas”, “Animación” (con una serie de
cortometrajes magníficos) y “La familia”. La de fotos se compone de sendas
series dedicadas a los músicos de blues y de jazz y a sus instrumentos, de “El
ojo misterioso”, de los “Gráficos musicales” y de una admirable e hilarante galería
de intervenciones sobre los esperpénticos álbumes fotográficos familiares, en
que se muestra lo que hay que hacer con todo ese horror de un género que hoy
cierra el círculo de toda su abyección ultrarrealista.
En suma, Ribitch deja un filón de imágenes
convulsivas y de textos en que reina la imaginación más frenética. Como el Dr.
Z de su cortometraje “The show”, él ha sido un malabarista de maravillas
poéticas.
Minutos antes de recibir la noticia de la
desaparición de Ribitch, buscando los títulos del disco Mala kunia de
Tangerine Dream, que se inspira en los aborígenes australianos, tomé
conocimiento de la muerte, aunque casi cerca de un año, de Edgar Froese, de
quien, en la necrológica del grupo, se transcriben estas palabras: “La muerte
no existe, se trata solo de un cambio en nuestra dirección cósmica”. En su
glorioso mensaje de 1855 al cretino que entonces presidía los Estados Unidos,
Jefe Seattle le decía que los muertos desaparecen “para vagar por las
estrellas”.
“Surrealism is a
lightning field of the possible, where the horizon is set aflame by human
potential. It is here amongst the corellas of this possibility that the
marvelous displays its fine wings of gossamer silk and smoke. It is the play
between the invisible and the visible dancing under a moon, recognizing its
dreams in crystalline reflection. It is the erotic sensation of breath, like
the shaman’s drum, the heart beat of the marvelous is calling to the unseen
chimeras of the unconscious to reveal their stories at the edge of the eye.
Nothing is beyond my exploration, to lift the veil of shadow and dance with the
ghost of chance”. (Ribitch)
“Gracias a un extremo poder de desafío,
algunos seres rarísimos, que pueden esperar y temerlo unos de otros, se reconocerán
siempre”. (André Breton)
Ribitch, Laberinto de fantasmas, 2014 |