António Cândido Franco, quien desde hace
muchos años presta una atención de importancia capital al surrealismo lusitano,
acaba de publicar una gran biografía de Mário Cesariny, a quien conoció y sobre
cuya obra ha escrito en repetidas ocasiones, siempre con lucidez y plena comprensión.
O triângulo mágico es su segunda incursión en el género, tras la biografía
que hace muy poco consagró a Agostinho da Silva, un pensador extremamente
singular que me sorprendió muchas veces a lo largo de mis años de viajes
portugueses.
Visto como “gran mago del amor, de la
poesía, de la libertad”, Cesariny recibe aquí un tratamiento entusiasta que, a lo largo de cerca de 500 páginas, no deja resquicios por explorar, la
labor de documentación siendo tan exhaustiva como acertada la
estructuración, que va combinando linealidad con enfoques temáticos del modo
más habilidoso.
No es fácil hablar del surrealismo sin meter
el remo, a veces de la manera más baja y estulta que se puede esperar (y no
digamos cuando el objeto es André Breton, la gran bestia negra de los memos).
Lo hacen hasta quienes se consideran más expertos. António Cândido Franco
destruyó algunos prejuicios sobre el surrealismo en Portugal que hacen ya
imposible prescindir de sus trabajos, y sus consideraciones sobre el
surrealismo son penetrantes y certeras. Nada que ver con los paisajes mentales
de la tontería que se manifiestan hasta donde menos se los espera. Solo
discrepo de él cuando, aquí, afirma que el surrealismo de entreguerras fue
“mucho más pobre y estéril en términos de ideas” que en el período posterior a
la finalización de la segunda de esas mundiales guerras. Si a nuestro biógrafo
se le debe la reivindicación justísima de ese segundo período, creo que esta
afirmación significa caer en otro extremo igual de erróneo. Por otro lado,
aunque solo en una ocasión (se trata de un tópico archirrepetido, y que
esgrimía el propio Cesariny de vez en cuando), se habla del “surrealismo
francés”, cuya inexistencia tan solo es comparable a la de dios, habiendo sido
el grupo de París de la era Breton un crisol de surrealistas de todas partes.
Pero nuestro biógrafo utiliza el tópico en un sentido meramente práctico, para dar
a entender la oposición que a veces se dio entre Lisboa y París.
Uno de los méritos de la biografía reside en
la indagación que António Cândido Franco va haciendo de los poemas de Cesariny.
La obra literaria de Cesariny no está muy estudiada, y aquí se cala bastante
hondo en su lenguaje poético y en algunos de sus poemas emblemáticos,
contextualizándolos perfectamente y dando claves muy valiosas. (También se echa
en falta un buen estudio sobre su obra crítica, que es riquísima, pero todo
llegará.)
Ya los inicios de Cesariny fueron
subversivos, pero en su caso de subversión de los patrones neorrealistas, donde
era difícil no situarse a fines de los años 40. Siguen en la vida del poeta la
revelación del surrealismo, al que mantendrá fidelidad absoluta hasta la
muerte; la fascinación por Breton, Artaud y Brauner; la creación del Grupo
Surrealista de Lisboa; la práctica de juegos y en especial la del cadáver
exquisito; las dos exposiciones de Os Surrealistas; la publicación de A
afixação proibida, texto decisivo, y los poemas de Corpo visível;
las tertulias del Café Gelo y el Café Royal; Titânia; la revista Pirâmide;
Pena capital; A intervenção surrealista... En fin, todo el
mosaico fascinante de fines de los 40 a fines de los 60, cuando se abre para él
un período de pleno internacionalismo, a raíz de la conexión con Sergio Lima y
la exposición de A Phala. Simultáneamente, Cesariny transita del verso a la
pintura y expone por primera vez. Su biógrafo, que ha ido deteniéndose en todas
las figuras portuguesas que tuvieron relación con él, muestra cómo ese
internacionalismo le permitió también salirse de un medio que con los Pachecos
y los Martinhos, en truculentas historias que nunca entendí mucho ni me
parecían dignas de mayor interés. Estamos en el capítulo “Subversión
internacional”, y comienza a apreciarse aquí la importancia excepcional del
epistolario con Laurens Vancrevel, recientemente editado y al que recurre
António Cândido Franco con mucha y siempre oportuna frecuencia. Casi tan
trascendente fue para Cesariny la relación con Édouard Jaguer, hombre de
ferviente internacionalismo, que lo apoyaría y a quien supo en una de sus
cartas distinguírmelo rotundamente de los Pierre y los Schuster. Otro nombre
del surrealismo iluminado en estas páginas es Ted Joans, que lo admiraba y
visitó en Lisboa.
La ineludible fecha de 1974 encuentra a un
Cesariny en plena ebullición, sin que pueda acusársele mucho de ingenuidad al
creer que aquello iba a parar a otro sitio que a la cloaca de una democracia
capitalista (cuyos efectos, por cierto, serían en algunos aspectos aún más
letales que los de la interminable dictadura). Realmente, la alternativa estuvo
entre eso y algo todavía peor: el estalinismo, que a él lo hubiera como mínimo
encarcelado. Muy divertido (no tenía noticia de ello) es su encontronazo con el
horroroso Saramago. Y la antena de António Cândido Franco capta a la perfección
tanto la calidad inmensa del gran texto que Cesariny presentó al Congreso de
los Escritores Portugueses (y que Franklin Rosemont publicaría en Arsenal)
como su estrecha conexión con una de las obras suyas que más me conmovieron en
su día: la Horta de literatura de cordel (1983), cala soberbia en la
menospreciada literatura tradicional popular. Quien ha disfrutado de la
correspondencia de Cesariny reconoce a lo largo de esta biografía la presencia
de todas sus obsesiones. Así, ahí están las bestias negras de António Pedro,
José Augusto França o el italiano Tabucchi. Ya a nuestros años de intercambios
pertenecen los noa-noas, que yo he reeditado en Surrealismo: el oro del
tiempo, y que fui recibiendo puntualmente, pero antes Cesariny ha estado en
la exposición internacional surrealista de Chicago, ha viajado a México, se ha
encontrado con Granell (el biógrafo registra algunos de los dislates
conformistas de este en sus últimos años, como lo de que “el porvenir español
está en la comunidad europea” o su apoyo a los magnates de Kuwait y su aliado
hispano, de que yo no tenía noticia). Pero sobre todo interesa lo relativo a la
elaboración de esa obra fenomenal que fue Textos de afirmação e de combate
do movimento surrealista mundial, una obra que fue para mí toda una
revelación cuando la leí en la Lisboa del otoño de 1979. Tanto se nos había
repetido que el surrealismo había muerto, que fue para mí una sorpresa
descubrir que estaba aún vivo y coleando, impresión complementada cuando conocí
muy poco después a Granell en Tenerife, afirmando en voz alta su surrealismo.
Explora muy bien António Cândido Franco la
relación con Vieira da Silva (una invención “surrealista” de Cesariny, ya que
esa de surrealista no tenía nada, y lo mismo su marido), la disyuntiva
Pascoaes/Pessoa y la feroz, radical crítica de la “modernidad” y del “progreso”,
con la apelación esa sí que muy acertada y surrealista al pre-rafaelismo. Poca
importancia hay que dar a sus descarríos finales, desde que en 1986 engrosó una
de aquellas siniestras comitivas de artistas e intelectuales que acompañaban en
sus viajes al político Soares, ejemplo del deshonor a que la inmensa mayoría de ellos se ha
prestado cada vez más, siempre ansiosos por recoger las migajas del poder político,
pero que no era de esperar en Cesariny. En 1995, o sea con veinte años de
retraso, dejaría de votarle a estos energúmenos profesionales.
He señalado en esta rápida supervisión de O
triângulo mágico ante todo lo referente al surrealismo, pero está claro que
hay infinidad de asuntos más, que al final incluso se desdoblan en unas
eruditas y siempre sugerentes anotaciones. Esta sólida biografía, que
nos da un retrato magnífico de una personalidad incomparable (mejor
título de la presente reseña sería “La biografía de Mário Cesariny”),
concluye con una completísima sección bibliográfica de y sobre nuestro gran
poeta y surrealista.