Tras el ensayo de Bruno Jacobs
que citábamos al final de la primera parte de esta reseña, encontramos un largo
texto de Ribitch refiriendo sus indagaciones de carácter práctico en el
lenguaje de los niños, a través de los cuentos inspiradores y apoyándose en
maestros gitanos. La búsqueda de una restauración de la imaginación en el
lenguaje de los niños se origina para él en el descubrimiento de los juegos
surrealistas, por lo que tienen de liberadores de la imaginación, y de ahí que
este texto sirva también como pórtico a los diversos juegos diseminados a lo
largo de la revista.
El primero de ellos que vamos a
citar procede del propio Ribitch: las “historias encadenadas”, juego
descubierto al pulsar despistadamente una tecla mientras leía electrónicamente
una novela erótica del siglo XIX. Frases resaltadas se fueron encadenando unas
con otras, generando nuevos sentidos en un resultado que puede apreciarse con
deleite a lo largo de dos extensas historias.
El otro juego de creación
individual es obra de Sasha Vlad. Se trata en realidad de una “experiencia”,
pero las fronteras aquí no son rigurosas. El punto de partida es un sueño en
que se tiene la idea de hacer magia por la unión de diferentes objetos, y se
llega a la conclusión de que bastaría con hacer que se tocaran. “He tenido
antes –escribe Sasha Vlad– sueños sobre objetos que he intentado recrear
visualmente, pero, evidentemente, este sueño me empujó a actuar por su
«revelación», también. Como el sueño fue puramente verbal (algo raro en mi
mundo onírico, considerando que soy ante todo una persona visual), elegí una
manera de expresarlo visualmente”. Considerando que los objetos están hoy “en
peligro de desintegración bajo el insidioso ataque de lo virtual”, decide
valerse de todo tipo de objetos y de la forma del collage, que permite abolir
las proporciones, como en los sueños. El fenómeno táctil, por supuesto, nos
aproxima aquí de señeras investigaciones, en particular las realizadas por los
surrealistas checos. Y es que no solo hay comunicación entre los seres humanos
y los objetos, sino entre los propios objetos... El hallazgo de Sasha Vlad está
en mostrar la magia de esa comunicación, gracias al fenómeno táctil. Su aportación
me parece valiosísima, y viene acompañada de seis ejemplos de los que aquí
vemos dos:
Estas “contactomanías oníricas”
ya se anunciaban en Other air, y el texto de Sasha Vlad había aparecido
en la página “Le poignard subtil”. Pero en este caso, se agradece su paso al
soporte del papel.
Josie Malinowski presenta el
juego de los “animales interiores”, en que han participado cinco miembros del
Surrealist London Action Group: ella misma, Mattias Forshage, Paul Cowdell,
Patrick Hourihan y Merl Fluin. El objetivo es encontrar los animales míticos
que nos poseen, pero más interesante aun es el proceso por el cual Josie
Malinowski llega al propio juego: ella sola se dedica a seguir por los
laberintos de Londres, durante el mismo día, a alguien que la conducirá a algo
sorprendente, que en el tercer caso es una postal con “el perro de Pompeya” y
en el cuarto una estatuilla marmórea, que es la que va a inspirar el trazado
simultáneo, en la misma tarde del descubrimiento, de los cinco “animales
interiores” (¡el tercero es, incuestionablemente, el de Patrick Hourihan!):
El texto de Josie Malinowski es
encantador, en esa busca de los “secretos de Londres” que solo las grandes
ciudades pueden permitir, y no digamos cuando nos refiere, en la cuarta
“persecución”, como, al perder por primera vez a la persona que seguía, ello
quería decirle que “algo importante iba a ocurrir”. Esto es surrealismo en su
quintaesencia.
Este grupo Slag se ha convertido
sin duda en el número 1 en la cuestión de los juegos. Aquí tenemos también el
titulado “Mutus liber”, bien sencillo como de costumbre, porque los mejores
juegos surrealistas nunca han sido alambicados. Cada jugador mira la
contribución del anterior solo unos segundos, hace una respuesta y se la pasa
al siguiente, con la restricción de que el medio usado ha de ser diferente.
Así, se comienza con un dibujo, se sigue con unos versos, luego con un dibujo,
con una prosa, con otro dibujo, con una foto... Intervienen Paul Cowdell, Wendy
Risteska, Patrick Hourihan (¡de nuevo inconfundible!), Merl Fluin, Aniano
Henrique, Miguel Almagro y Josie Malinowski.
Del grupo surrealista madrileño,
Eugenio Castro, Vicente García Escudero y Noé Ortega ofrecen un experimento de
conversación surrealista, ejemplo de lo que puede ser un “lenguaje liberado”.
Pero supongo que este texto aparecerá en el nuevo número de Salamandra,
evitándome ahora el trabajo de leer la conversación propiamente dicha.
El grupo surrealista de St. Louis
da una muestra de juegos clásicos del surrealismo: silogismos, condicionales,
preguntas y respuestas y cadáver exquisito, este inspirado en el “estilo haiku”
del poeta Quincy Troupe.
Por último, de los grupos de
Londres, Estocolmo y Atenas aunados, tenemos, ya conocido, pero aquí con plenos
detalles, “Surrealist survival kits”, que parte de una idea de Leonora
Carrington. Son “colecciones de objetos poéticos, mágicos, oníricos que
funcionan simbólicamente, como indicadores de nuestra capacidad de superar los
límites de nuestra sustancia individual en la dirección de la total
emancipación”. Creados en el encuentro de tres días en Atenas, al final se elaboraron
las “instrucciones” para el uso de cada uno de esos grupos de “bártulos de
supervivencia”, cuyas fotografías acompañan en el documento de Hydrolith
las interpretaciones correspondientes.
No estamos aquí lejos de las
recientes indagaciones sobre el objeto realizadas por el grupo surrealista de
Madrid, indagaciones a las que se dedica en Hydrolith amplio espacio,
con una crónica de los eventos y tres notables textos: el de Noé Ortega sobre
los objetos suicidas, el de María Santana y Antonio Ramírez sobre “el objeto
inesperado” y el de Vicente García Escudero intentando una taxonomía de los
objetos urbanos. Menos el último (y quizás), todos estos textos son ya
conocidos, alguno de ellos hasta en inglés. Lo mismo ocurre con los dos ensayos
de José Manuel Rojo, con el de Will Alexander, con el de Pierre Petiot, con el
de Javier Gálvez y con algunos más. Aunque se entienda el deseo de dar a
conocer textos de otras lenguas, una cierta decepción producen tantas
repeticiones. De esta manera, hasta comienza uno a aborrecer el
internacionalismo surrealista, tan facilitado hoy por la comunicación
electrónica. ¿No sería mejor una revista de menos paginación, pero más
contundente en su fuerza original?
Más ensayos hay de Rik Lina,
Hande Koçak, Richard Misiano Genovese, Paul Bogaers, Jeffrey Karl Bogartte,
Parry Harnden, John Barrett Erickson, Michael Löwy... Alguno que otro resulta
algo bisoño, cuando no se cita a Sartre sin despotricar de él, se toma en serio
a una Louise Bourgeois o se habla de “automatismo estético”. Pero predominan
las aportaciones valiosas, como la de Rik Lina sobre el automatismo colectivo
(también total o parcialmente conocida), la de Michael Löwy sobre Mariátegui
(acercando su honesta reflexión sobre el surrealismo a la que por aquel
entonces hacía Walter Benjamin), las de Misiano Genovese sobre sus propias
experimentaciones, la de Parry Harnden sobre las resistencias subversivas en
internet, la de Jeffrey Karl Bogartte –espléndida– sobre “el método poético” o
la de Paul Bogaers sobre la fotografía de los pensamientos. Este último nos da
noticia de un libro suyo sobre estas búsquedas insólitas, publicado en 2010: Upset
down.
Michael Löwy cita un pasaje de
Mariátegui muy interesante: “¿Puede alguien imaginarse, en la occidental,
burguesa, decadente Europa, una encuesta sobre el amor? (...) Es necesario un
gusto absoluto por el desafío y la provocación para proclamar de manera tan
apasionada las exigencias del amor”. He aquí lo que un hombre de la envergadura
de José Carlos Mariátegui decía en 1930, y lo cito para que se lo compare con
las acusaciones y valoraciones miserables que, desde su confortable atalaya académica
post-mayo francés, se le han hecho al surrealismo y a Breton en particular por
aquella encuesta, y no digamos por la de la sexualidad. (Sobre esta, cuarenta
años después, podrá Maxime Alexandre escribir, con cursivas mías: “Todos los
testimonios demostraban nuestra determinación de no separar la sexualidad del
amor, en desacuerdo (una vez más) con una tradición sólidamente enraizada en
el espíritu de nuestros contemporáneos”.)
Como ya he aludido a los textos
de Merl Fluin y Eric Bragg en una nota aparte –el de Merl Fluin muy divertido y
el de Eric Bragg, por mucho que plantee cuestiones vitales, desmedido en sus
personalizaciones y con un resultado que al menos para mí deja incólume a
Mattias Forshage–, solo me queda decir algo acerca del otro largo ensayo de
Eric Bragg, también sumamente polémico en su defensa de una ciencia otra.
Pero eso ya queda para la próxima ocasión.