miércoles, 3 de diciembre de 2014

“Hydrolith”, n. 2 (II)


Tras el ensayo de Bruno Jacobs que citábamos al final de la primera parte de esta reseña, encontramos un largo texto de Ribitch refiriendo sus indagaciones de carácter práctico en el lenguaje de los niños, a través de los cuentos inspiradores y apoyándose en maestros gitanos. La búsqueda de una restauración de la imaginación en el lenguaje de los niños se origina para él en el descubrimiento de los juegos surrealistas, por lo que tienen de liberadores de la imaginación, y de ahí que este texto sirva también como pórtico a los diversos juegos diseminados a lo largo de la revista.
El primero de ellos que vamos a citar procede del propio Ribitch: las “historias encadenadas”, juego descubierto al pulsar despistadamente una tecla mientras leía electrónicamente una novela erótica del siglo XIX. Frases resaltadas se fueron encadenando unas con otras, generando nuevos sentidos en un resultado que puede apreciarse con deleite a lo largo de dos extensas historias.
El otro juego de creación individual es obra de Sasha Vlad. Se trata en realidad de una “experiencia”, pero las fronteras aquí no son rigurosas. El punto de partida es un sueño en que se tiene la idea de hacer magia por la unión de diferentes objetos, y se llega a la conclusión de que bastaría con hacer que se tocaran. “He tenido antes –escribe Sasha Vlad– sueños sobre objetos que he intentado recrear visualmente, pero, evidentemente, este sueño me empujó a actuar por su «revelación», también. Como el sueño fue puramente verbal (algo raro en mi mundo onírico, considerando que soy ante todo una persona visual), elegí una manera de expresarlo visualmente”. Considerando que los objetos están hoy “en peligro de desintegración bajo el insidioso ataque de lo virtual”, decide valerse de todo tipo de objetos y de la forma del collage, que permite abolir las proporciones, como en los sueños. El fenómeno táctil, por supuesto, nos aproxima aquí de señeras investigaciones, en particular las realizadas por los surrealistas checos. Y es que no solo hay comunicación entre los seres humanos y los objetos, sino entre los propios objetos... El hallazgo de Sasha Vlad está en mostrar la magia de esa comunicación, gracias al fenómeno táctil. Su aportación me parece valiosísima, y viene acompañada de seis ejemplos de los que aquí vemos dos:


Estas “contactomanías oníricas” ya se anunciaban en Other air, y el texto de Sasha Vlad había aparecido en la página “Le poignard subtil”. Pero en este caso, se agradece su paso al soporte del papel.
Josie Malinowski presenta el juego de los “animales interiores”, en que han participado cinco miembros del Surrealist London Action Group: ella misma, Mattias Forshage, Paul Cowdell, Patrick Hourihan y Merl Fluin. El objetivo es encontrar los animales míticos que nos poseen, pero más interesante aun es el proceso por el cual Josie Malinowski llega al propio juego: ella sola se dedica a seguir por los laberintos de Londres, durante el mismo día, a alguien que la conducirá a algo sorprendente, que en el tercer caso es una postal con “el perro de Pompeya” y en el cuarto una estatuilla marmórea, que es la que va a inspirar el trazado simultáneo, en la misma tarde del descubrimiento, de los cinco “animales interiores” (¡el tercero es, incuestionablemente, el de Patrick Hourihan!):


El texto de Josie Malinowski es encantador, en esa busca de los “secretos de Londres” que solo las grandes ciudades pueden permitir, y no digamos cuando nos refiere, en la cuarta “persecución”, como, al perder por primera vez a la persona que seguía, ello quería decirle que “algo importante iba a ocurrir”. Esto es surrealismo en su quintaesencia.
Este grupo Slag se ha convertido sin duda en el número 1 en la cuestión de los juegos. Aquí tenemos también el titulado “Mutus liber”, bien sencillo como de costumbre, porque los mejores juegos surrealistas nunca han sido alambicados. Cada jugador mira la contribución del anterior solo unos segundos, hace una respuesta y se la pasa al siguiente, con la restricción de que el medio usado ha de ser diferente. Así, se comienza con un dibujo, se sigue con unos versos, luego con un dibujo, con una prosa, con otro dibujo, con una foto... Intervienen Paul Cowdell, Wendy Risteska, Patrick Hourihan (¡de nuevo inconfundible!), Merl Fluin, Aniano Henrique, Miguel Almagro y Josie Malinowski.
Del grupo surrealista madrileño, Eugenio Castro, Vicente García Escudero y Noé Ortega ofrecen un experimento de conversación surrealista, ejemplo de lo que puede ser un “lenguaje liberado”. Pero supongo que este texto aparecerá en el nuevo número de Salamandra, evitándome ahora el trabajo de leer la conversación propiamente dicha.
El grupo surrealista de St. Louis da una muestra de juegos clásicos del surrealismo: silogismos, condicionales, preguntas y respuestas y cadáver exquisito, este inspirado en el “estilo haiku” del poeta Quincy Troupe.
Por último, de los grupos de Londres, Estocolmo y Atenas aunados, tenemos, ya conocido, pero aquí con plenos detalles, “Surrealist survival kits”, que parte de una idea de Leonora Carrington. Son “colecciones de objetos poéticos, mágicos, oníricos que funcionan simbólicamente, como indicadores de nuestra capacidad de superar los límites de nuestra sustancia individual en la dirección de la total emancipación”. Creados en el encuentro de tres días en Atenas, al final se elaboraron las “instrucciones” para el uso de cada uno de esos grupos de “bártulos de supervivencia”, cuyas fotografías acompañan en el documento de Hydrolith las interpretaciones correspondientes.
No estamos aquí lejos de las recientes indagaciones sobre el objeto realizadas por el grupo surrealista de Madrid, indagaciones a las que se dedica en Hydrolith amplio espacio, con una crónica de los eventos y tres notables textos: el de Noé Ortega sobre los objetos suicidas, el de María Santana y Antonio Ramírez sobre “el objeto inesperado” y el de Vicente García Escudero intentando una taxonomía de los objetos urbanos. Menos el último (y quizás), todos estos textos son ya conocidos, alguno de ellos hasta en inglés. Lo mismo ocurre con los dos ensayos de José Manuel Rojo, con el de Will Alexander, con el de Pierre Petiot, con el de Javier Gálvez y con algunos más. Aunque se entienda el deseo de dar a conocer textos de otras lenguas, una cierta decepción producen tantas repeticiones. De esta manera, hasta comienza uno a aborrecer el internacionalismo surrealista, tan facilitado hoy por la comunicación electrónica. ¿No sería mejor una revista de menos paginación, pero más contundente en su fuerza original?
Más ensayos hay de Rik Lina, Hande Koçak, Richard Misiano Genovese, Paul Bogaers, Jeffrey Karl Bogartte, Parry Harnden, John Barrett Erickson, Michael Löwy... Alguno que otro resulta algo bisoño, cuando no se cita a Sartre sin despotricar de él, se toma en serio a una Louise Bourgeois o se habla de “automatismo estético”. Pero predominan las aportaciones valiosas, como la de Rik Lina sobre el automatismo colectivo (también total o parcialmente conocida), la de Michael Löwy sobre Mariátegui (acercando su honesta reflexión sobre el surrealismo a la que por aquel entonces hacía Walter Benjamin), las de Misiano Genovese sobre sus propias experimentaciones, la de Parry Harnden sobre las resistencias subversivas en internet, la de Jeffrey Karl Bogartte –espléndida– sobre “el método poético” o la de Paul Bogaers sobre la fotografía de los pensamientos. Este último nos da noticia de un libro suyo sobre estas búsquedas insólitas, publicado en 2010: Upset down.
Michael Löwy cita un pasaje de Mariátegui muy interesante: “¿Puede alguien imaginarse, en la occidental, burguesa, decadente Europa, una encuesta sobre el amor? (...) Es necesario un gusto absoluto por el desafío y la provocación para proclamar de manera tan apasionada las exigencias del amor”. He aquí lo que un hombre de la envergadura de José Carlos Mariátegui decía en 1930, y lo cito para que se lo compare con las acusaciones y valoraciones miserables que, desde su confortable atalaya académica post-mayo francés, se le han hecho al surrealismo y a Breton en particular por aquella encuesta, y no digamos por la de la sexualidad. (Sobre esta, cuarenta años después, podrá Maxime Alexandre escribir, con cursivas mías: “Todos los testimonios demostraban nuestra determinación de no separar la sexualidad del amor, en desacuerdo (una vez más) con una tradición sólidamente enraizada en el espíritu de nuestros contemporáneos”.)
Como ya he aludido a los textos de Merl Fluin y Eric Bragg en una nota aparte –el de Merl Fluin muy divertido y el de Eric Bragg, por mucho que plantee cuestiones vitales, desmedido en sus personalizaciones y con un resultado que al menos para mí deja incólume a Mattias Forshage–, solo me queda decir algo acerca del otro largo ensayo de Eric Bragg, también sumamente polémico en su defensa de una ciencia otra. Pero eso ya queda para la próxima ocasión.