Paul Delvaux, Crucifixión, 1954 |
Tras cerrar en enero en el Musée d’Ixelles
de Bruselas una gran exposición sobre Paul Delvaux, hasta el 7 de junio
continúa otra, más reducida y esencial, en el madrileño Museo Thyssen-Bornemisza.
Aunque Delvaux procede de Chirico (el giro
radical en su obra se produce en 1934, cuando lo descubre en la exposición
“Minotaure” de Bruselas), queda de él a años luz, en gran parte por las figuras
de sus cuadros, que generalmente mejorarían sin ellas, aunque también por su
factura académica. Vio el surrealismo sobre todo como una corriente pictórica,
y a la anécdota referida por Marcel Mariën (cómo, en
una ocasión, accedió al deseo de un rico coleccionista que le pidió quitara de
un cuadro dos personajes que no le gustaban, mostrando quizás el coleccionista
más discernimiento que él), se suma ahora una de la que nos informa el
catálogo: cómo dividió en dos el cuadro El incendio para que no
resultara escandaloso, dado su contenido prostibulario. Sin embargo, Delvaux
escandalizó algunas veces, y es muy sabrosa la anécdota del cardenal Ricci
(futuro Juan XXIII) indignado al ver su Crucifixión, en que los
personajes de la sacrosanta escena cristiana aparecen convertidos en
esqueletos. Su gusto por los esqueletos recuerda los dibujos de Bécquer, quien
hasta tiene, como él, un duelo entre ellos.
Uno de los
encantos de su pintura es la fascinación por el mundo de los trenes, arraigada
en la infancia para llegar hasta a ponerse a pintar con frecuencia en la
estación de Luxemburgo. En El viaducto, que se encuentra en depósito en
el Thissen, no hay figuras:
Paul Delvaux, El viaducto, 1963 |
El pequeño catálogo
está muy bien, y lleva buenos textos de Laura Neve y José Jiménez.
“Durante mucho
tiempo la soledad y el silencio fueron la osamenta de mis cuadros. Nada cambia
que haya personajes, pues para mí solo son meros figurantes”.