Difícil es
comenzar una reseña de este fantástica revista-objeto, ya que aquí no hay otra
ordenación que la dispuesta por el azar a cada vez que la manejamos. Pero
empecemos por los nombres de los editores, Allan Graubard y Paul McRandle. Del
primero son diez poemas breves y en versos cortos, que Rik Lina ha pasado a
arte caligráfico, recordándonos el libro-objeto con Miguel de Carvalho Palavras-tinta,
preciosa muestra de poesía visual publicada en 2009, aunque allí, curiosamente,
la caligrafía era de Miguel de Carvalho (así como los textos), y de Rik Lina
las ilustraciones y el diseño.
A. Graubard/R. Lina |
Por su parte,
tres textos de Paul McRandle se ven acompañados de sendos collages de Gregg
Simpson: Locus Solus, Hashish y Cave of the mandarins, a
los que se suma en la cubierta Vimana. El título del cuaderno señala el
principal motivo de los textos: Ill wind, que nos hace pensar en un
viejo estándar jazzístico que tuvo versiones de Clarence Williams, Art Tatum,
Maxine Sullivan, Benny Carter, Coleman Hawkins, Ben Webster, Billie Holiday (la
más conmovedora), etc. El fondo de Locus Solus, en cambio, me retrotrae
a los años en que yo vagabundeaba, a pie y a bordo, por la impresionante línea
férrea portuguesa del río Tua, encajada entre acantilados, y hoy sumergida por
una presa destinada a satisfacer las monstruosas apetencias tecnológicas de las
sociedades actuales. Imagino que la vieja locomotora se dirige hacia los parajes
del maestro Canterel:
G. Simpson/P .McRandle |
Se agradece
encontrar en The Annual a tres veteranos nombres que en 1978 ya estaban
unidos, cuando, junto a Ted Joans, publicaron Free-for-all: Valery
Oisteanu, John Digby y Bill Wolak. De John Digby es un “poema encontrado”,
dedicado a la memoria de Sami Rosenstock, o sea Tristan Tzara. El “poema” lo
encontró en un libro decimonónico de mecánica, y no es sino una propaganda, si
entiendo bien, de unos martillos cubiertos de amianto (“asbestos-packed cock”),
creando un efecto hilarante la polisemia de la palabra “cock”. Tzara como
destinatario es sin duda el Tzara de sus primeros tiempos dadaístas, con la
feliz burla que entonces se hizo de la mecanización creciente. En la cubierta,
los collages intervienen sobre una severa imagen, con efectos también de altos
vuelos humorísticos, o no fuera John Digby uno de los grandes maestros del
collage.
John Digby, Changeling, I y II |
De Valery
Oisteanu, en brillante hoja suelta, es el colorido “digit-collage” Erótica
New York, donde, sobre un fondo de noche vangoghiana, la ligereza de
mujeres que seducen, danzan o llevan a los firmamentos a un afortunado animal
masculino (todo muy época Marqués de Sade), contrasta con la pesadez de un
tonto astronauta de la Nasa. Erótica New York está cara a cara con el
poema “The jazz of sex in flight”, y ambos deben recortarse para, pegados,
usarse como un abanico, cuyo mango se adjunta.
Valery Oisteanu, Erótica New York |
La cubierta
del cuaderno de cuatro páginas de Bill Wolak, titulada El gran consuelo (los
amantes se van a la cama, en imagen desdoblada), continúa la atmósfera erótica
dieciochesca. En el interior, otro collage (En la sala de los pasos perdidos)
y un poema de rigor moral: dejemos de mezclarnos con tanto granuja que nos
rodea y nos contagia, y abracemos el amor “con la impaciencia del viento y el
fuego”, para convertirnos en un río que transporta las cosas al mar.
David Coulter, 2014 |
Un sobre negro
sellado con lacre del mismo color, incluye varias sorpresas, como nuevas
postales surrealistas. Son dibujos, fotos, collages, de Jean-Pierre Paraggio (La
memoria del mar. Homenaje), Richard Waara (una de sus cubomanías: Riendas de alcanfor), Miguel de Carvalho (dos fotografías), Raman Rao (una
de sus “ventanas accidentales”), Jon Graham (Deslumbrante condensación de
imágenes en palabras), David Coulter (que seleccionamos para acompañar este
párrafo sobre el sobre negro, como podríamos haber seleccionado cualquiera de
las otras imágenes, aunque también porque un personaje tan educado y elegante
no merece quedarse sin saludar a nuestros lectores) y Kathleen Fox (La causa
no fue manifiesta). Para la imaginación todo es posible, y el surrealismo
es quien hace flamear en el mundo actual la bandera de la imagen poética, desde
luego que muy por encima de la negra o de la roja a que algunos quieren
reducirlo.
Las llamas
policromas de la imaginación poética son las de El sueño de Theodora,
hermoso poema de Beatriz Hausner, dentro de un sobre esta vez blanco lacrado en
rojo, como rojo es el hilo que ata las tres páginas en papel transparente. Una
belleza de poema, rematado por una frase inmensa que por asociación nos conduce
a la colaboración entre Will Alexander y Byron Baker, pequeña muestra del libro
paralelo de próxima aparición The codex mirror.
El sueño es el
objeto de la colaboración de Thom Burns, quien refiere uno particular, para
reflexionar sobre el “sueño lúcido” y las limitaciones de la distinción
freudiana entre contenido latente y contenido manifiesto.
David Nadeau, 1752 |
David Nadeau
ofrece uno de sus “emblemas”, Niebla, que acompaña un poema de L’émeraude
charnelle, publicado en 2011. A la izquierda vemos otro de los emblemas de
Nadeau, queriendo en este caso recordarme los cuadros que los grupos
excursionistas portugueses solían poner en las tabernas, con motivos populares
cuya conjugación daba a veces un resultado genial de surrealismo involuntario.
“Pantano” es
la colaboración entre William A. Davison y Sherri Lyn Higgins, quienes, con
Kerry Wright Zentner, iniciaron en 2003 el proyecto de dibujo colectivo North
Mutator. Recordemos que Davison, músico, inventor de instrumentos, pintor y
poeta, creó en 1984 el proyecto de exploración automática Recordism, en 1991 el
de Song of the New Erotics y en 2000 el de Six Heads, habiendo publicado en
2005 los poemas de A seance in a bathtub. Tanto él como Sherri Lyn
Higgins aparecen en La chasse à l’objet du désir.
W. A. Davison y S.Higgins, Swamp |
“Nada resiste
mejor al Progreso que un buen pantano”, escribe Peter Lamborn Wilson, dándome
por tanto ganas de trasladarme a uno de ellos. En su texto crítico, evoca las
viejas “junglas” de los “hoboes” y no deja de aludir a Nuestra Señora la
Ciencia, que “siempre congenia con el Poder y el Dinero” –siempre, o sea tanto en
el siglo XIX y en el XX como en lo que va de XXI de la abominable cronología
cristiana, que nadie parece desear quitársela de encima. Esta combinación de
crítica y poesía que hace aquí Peter Lamborn Wilson es magnífica. No tenía
referencias de él, y si Peter Dubé es un nombre de Hydrolith, tampoco
las tengo de Rainer Hanshe y Genese Grill (de nuevo una alianza de texto e
imagen) ni de Jordan Zinovich (que ata a un mechón de cabellos a una página en
que la vieja Baba Yaga aparece convertida en una voluptuosa mujer de 30 años).
The Annual, aunque sin hacer uso de la palabra, es una nueva expresión del
surrealismo como movimiento imparable, obstinada negación del miserabilismo
reinante y expresión de un lujo que el surrealismo siempre ha querido expresar,
porque es el único lujo que amamos y que nada tiene que ver con los lujos ya
denunciados por Rousseau: el lujo de la poesía.