miércoles, 4 de julio de 2012

Náusea social

Aunque no es ni va a ser mi costumbre, voy a permitirme hoy un pequeño desahogo.
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Los que dejan caérseles la baba con las palabras humanismo y Humanidad, los que nos endilgan patrañas como la de que “todos somos poetas” o la de que “todo ser humano porta en sí la centella divina”, los que aún piensan que ese ser abyecto que es el hombre occidental puede hacer una Revolución y hasta dicen que está, como siempre, a la vuelta de la esquina, todos estos, aunque nunca aprenderán, podían del modo más simple haber despertado de su sueño latoso estos días en que la bajeza patriotera y fascista de la sociedad hispánica alcanzó, en cantidades masivas, una de sus máximas simas.
Es vieja intuición mía la de que no debe existir sobre el planeta un país más abominable que España (ni islas peores que las que componen su provincia más al sur), pero los ejemplos del horror que pone en evidencia el fenómeno deportivo y el futbolístico en particular casi no hay país que los haya evidenciado, y especialmente en la “vieja” Europa.
Una sociedad como esta no merece sino nuestras maldiciones.
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Con respecto a  las islas citadas, se da además la cómica circunstancia de que presumen de “autónomas” con respecto a la Madre Patria, y hasta de que alimentan un movimiento independista. En esas islas, España, y otros países europeos, procedieron hace algunos siglos, con las fuerzas aunadas de la cruz y el fusil, al exterminio de toda su población –en efecto, no sobrevivió ni un solo habitante “prehispánico” que hablara su lengua, en lo que fue el verdadero banco de pruebas de la posterior “colonización” de América. Al punto se configuró una sociedad católico-caciquil que desde hace como medio siglo se orientó al servilismo turístico, pero sin nunca abandonar sus señas de identidad (así, por ejemplo, en la clérico-patrimonial ciudad de La Laguna, una de las poblaciones más espantosas del mundo, las principales plazas se llaman del Cristo y del Adelantado, porque la llamada “memoria histórica” es débil y no funciona más allá de los 76 años). Lo que hay hoy es de una estupidez que mete miedo, como demostró sin paliativos el reciente esperpento nacionalista, del que huir fue imposible aunque se refugiara uno en alguna cueva remota, como les fue a los “prehispánicos” escapar a los europeos cuando desembarcaron con su cruz y su fusil. Y es que esta gente, atiborrada de banderas de la Madre Patria, y podrida de su retórica, y por mucho que vaya pertrechada de una infernal maquinaria tecnológica (ululantes automóviles, altavoces vociferantes, telefonía móvil siempre en acción, computadoras vomitadoras de chorradas sin fin en correos y facebooks, pantallas televisivas chicas y gigantes, radiofonía histérica), no difiere en nada esencial de los de la cruz y el fusil.