Mientras Lisboa y Oporto (y Aveiro) se han hundido en el fango turístico, convertidas en ciudades prohibitivas, Coimbra ha sabido mantener un cierto cuño popular y provincial, especialmente en el pequeño laberinto de su zona baja, repleta de edificios abandonados, pequeños comercios y tabernas supervivientes de la catástrofe europeísta. Nunca he querido dominar ese laberinto, porque así mis pasos resultan siempre sorprendidos. En esta ocasión, por la mañana del 17 de abril, diviso por fuera de una vivienda esta escena, que en un principio me parece ser solo uno de aquellos sórdidos juegos con que allá por los años 70 veía en el barrio chino de Barcelona estafar a los paseantes, pero me equivoco de raíz: se trata de dos jugadores de damas; el vejete sentado en el umbral de su casa disponibiliza una mesa y un taburete para que quien tenga la apetencia eche una partida con él, a su lado una garrafa de plástico que contiene infinidad de colillas (en portugués las llaman "beatas": recuerdo la vez que en una pensión de Peniche leí que no se debían arrojar beatas por la ventana). El jugador pasajero tiene aspecto de aldeano y ha preferido no sentarse; yo lamento no acordarme ya de cómo se jugaba a las damas, porque hubiera esperado mi turno.
Alrededor de la Baixa conimbricense, la ajetreada ciudad hierve de automóviles y turistas, de gente en fin, que no se entera de nada. El silencio que rodeó esta escena los minutos que estuve allí era absoluto, y ni vi pasar un alma. La foto la saqué con una intención meramente documental, sin siquiera usar el teleobjetivo, y como la protección del visor se me había roto aquella misma mañana, me salió de hecho de esta manera: