miércoles, 12 de noviembre de 2014

André Bernard, poeta insumiso y contumaz

El surrealismo abunda en figuras magníficas y que a la vez permanecen orgullosa y sanamente al margen de los bombos y platillos de la sociedad mercantil y sus tristes y sórdidos espectáculos. Revelación de hace tan solo unos días ha sido para mí el libro de André Bernard Ma chandelle est vive, je n’ai pas de dieu. Papiers collés et petits textes, publicado en 2008 y cuya portada (con el collage de 1993 Entre las fuentes negras, yo avanzo) reproduzco aquí cortada, ya que se trata de un libro muy ancho. En 128 páginas, André Bernard ha tenido la encomiabilísima idea de reunir sus escritos e imágenes, que solo conocía yo por la revista S.u.rr... y algunas colaboraciones anarcosurrealistas. Edita el Atelier de Création Libertaire, y es que André Bernard es una figura tanto del surrealismo como del anarquismo, siendo capital para el reencuentro parisino que desde hace algunos lustros se ha producido entre ambos movimientos, tras la experiencia fértil pero con mal desenlace de los años 50; en efecto, a él sobre todo se deben los dos cuadernos de debate dedicados al surrealismo y el anarquismo, editados también por el Atelier: “J’en suis encore à me le demander...” (1992) y Le pied de grue (1994).
Nacido en 1939, André Bernard es anarquista desde que a los 12 años se acerca al medio anticlerical. Una vida accidentada, de la que da cuenta en los “Elementos para una necrología” que aparecen al final, comienza con el rechazo a participar en la guerra colonialista de Argelia, lo que le supuso el veredicto de “insumiso”, trasladándose a Suiza. El anarquismo de André Bernard es  anticolonialista, por supuesto, pero a la vez, cosa ya poco común, rechaza la violencia, lo que ocasionó alguna ruptura con otros anarquistas. Cinco años después de ser declarado insumiso, es juzgado por “contumacia” en Burdeos, ante un tribunal militar. ¡Otro bello título!


En 1976, descubre por azar la revista Surréalisme que sacaban Bounoure y sus amigos. Dos años después, o sea cuando tiene casi cuarenta años, comienza a practicar el collage “después de haber encontrado «papeles» que me incitaron a recortar, asociar y pegar: yo no sé dibujar”. Participa en la exposición de la galería Le Triskèle “Le collage en 1978”, aclarando que no se considera un artista ni se ofrece como tal. En 1985 hará su primera exposición personal, en el Bock de Bohème, sito en el n. 104 de la legendaria Rue du Château y un buen sitio para que reapareciera en cualquier momento su vecino más ilustre, o sea ese gran poeta libador que fue Yves Tanguy. Posteriormente participaría en exposiciones del surrealismo, en concreto “Les minutes du sablier”, organizada por Peter Wood y Hourglass en 1993; “La marelle des révoltes”, del grupo de París en 1995, con la portada del catálogo a su cargo; y, en Marrum el mismo año, “Île volante”, también del grupo parisino, al que ya pertenecía desde hacía años.
Entre 1985 y 1995, André Bernard animó cinco “potlachs”, revista artesanal de hojas para regalar a los amigos, con textos, imágenes a veces originales y juegos como el de los anagramas (a partir de una frase de Desnos y otra de Apollinaire) y el de los nuevos proverbios (cincuenta, sacados de un texto de Claude-Lucien Cauët), de los cuales se da muestra en el libro que estamos comentando.
Los títulos de los cinco potlachs fueron Sextant (“buscamos la ruta”), Centon (“de trajes remendados”), Alyte (“el sapo tocólogo”), Huis-clés (“¿cómo abrirse?”) y La nuit au jour (“es...”). El cuarto de ellos incluye un gran texto teórico, firmado por Bernard junto a Georges Lem, Jorge Périès y Bernard Thomas-Roudeix, donde se propugna huir de la autosatisfacción y la facilidad, de las repeticiones y clichés, y se ataca a “los especialistas y otros gendarmes” a sueldo de los poderes y que intentan “dirigir toda libertad creadora y condicionar así su emergencia a la luz del día”.


De André Bernard es el collage de portada del número 1 de S.u.rr..., la revista con que resurgían las publicaciones colectivas surrealistas parisinas, en 1996. Participa allí también en la encuesta del juego, y en los restantes números nunca falta su presencia, con poemas y collages. Súmese a ello la constancia de su firma en las numerosas declaraciones colectivas del grupo.
Entre los poemas de Ma chandelle est vive, je n’ai pas de dieu, aparece “Chant-rap pour Peter Wood”, incluido en Pour Peter Wood. Le dit de sus amis, el homenaje a esta figura tan querida por los surrealistas. “L’envol des racines”, en prosa, abre el libro, tratándose de unos divertidos “elementos de biografía” que compiten en espíritu disonante con las páginas sobre el lavado de cerebro del año 2000: “¡2000 años! ¡Pamplinas, el tiempo es bastante más antiguo que eso, pero que bastante más! Si ellos supieran... El tiempo es infinito tanto como el espacio, pero cómo explicárselo a esos espíritus pedestres de cerebro demasiado joven que no piensan sino en consumir y en destruir” –esto y otras cosas, en boca de un viejo zapatero del pasaje Beaufils, amigo de André Bernard y de su mujer de toda la vida, Anita (a quien va dedicado Ma chandelle est vive), maestro antiguo y popular que, sobreviviente de un mundo en realidad intemporal, se lamenta desde su cuchitril de quienes están demasiado enviscados en ese “viejo mundo” que es el nuestro, con la cabeza atiborrada de “cotidianeidades superficiales” de la que, como les expresa, es preciso liberarse si se quiere entender algo.
André Bernard,
Extracción de la piedra de la locura, 1989
Hay también la respuesta a la encuesta sobre la infancia y su conformación de la morfología mental, que Vratislav Effenberger lanzó en 1977 (y cuyas respuestas publicó Analogon en su n. 19, ya en 1997) y su participación en dos juegos, el primero consistente en “estacionar durante una hora en un punto que era el lugar geométrico de los domicilios de un cierto número de personas del grupo surrealista, y observar...”, y el otro, con Georges Lem, el “juego de los contrarios”. No hay, en cambio, cadáveres exquisitos, a los que alguien como André Bernard debe estar sin duda tan predispuesto.
Los numerosos “papeles pegados” demuestran una vez más la fecundidad del automatismo y el azar, su fuerza poética que además no obsta, sino por el contrario, a la emergencia de un mundo propio cuya potencia imaginativa va acorde con la creación de rasgos tan distintivos que acaban haciendo inconfundibles muchas de las piezas del artista que ante todo es un poeta. En efecto, los “papeles pegados” de André Bernard no admiten comparaciones, y la mayoría de ellos, en distintas vías, son inmediatamente asignables a los territorios libres de su imaginario.
Bellamente maquetado, este libro da cuenta de una aventura ejemplar, de esas con las que el surrealismo busca siempre enriquecerse, alianza de ética, poesía y revuelta. “Hay que volver a partir de cero”, le decía el viejo zapatero a André Bernard, quien sí podía aún entenderlo, o no fuera suyo “el gusto de enfrentarme a ciertas realidades cotidianas, la necesidad de desviarme de caminos demasiado conocidos, de querer explorar vías nuevas”. La candela siempre alumbrando y, por tanto, sin dios ni amo por ninguna parte.

André Bernard,
Renacimiento del amor cortés, 1992