Este es el duodécimo poemario de
Raúl Henao, quien ya anuncia La escritura del alba como siguiente
estación. En la portada, un collage de Gloria Hincapie Zabala.
Hay aquí dos libros en uno, ya
que “Una alberca en la luna”, conjunto de haikus (con una segunda parte
titulada “Tórtolas en la ventisca”), viene seguida de una sección de textos críticos
sobre su obra.
No es reciente el interés de
Henao por los haikus, ya que los cultiva desde hace algunas décadas. Su
insaciable curiosidad no podía dejarlo de atraer a lo que de más válido hay en
las culturas orientales, empezando por sus prácticas poéticas y por el taoísmo.
Muchos haikus dispersos por publicaciones periódicas se ven así rescatados, y
el resultado es una aportación muy personal a un género difícil, más que en sí,
por lo excesivamente manido, y sin que falte el sello inconfundible de uno de
los poetas más originales e intensos que ha dado el surrealismo latinoamericano
(y la poesía latinoamericana en general).
El aparato crítico, bajo el
título de “El corazón escrito”, es muy amplio, y cuenta con nombres de
verdadero peso, como Juan Calzadilla, Stefan Baciu, Fernando Palenzuela,
Laurens Vancrevel o Alberto Baeza Flores.
Stefan Baciu, que le dedicó dos
artículos –“Henao, intérprete de sueños” y “Raúl Henao: poeta diferente”–, lo
ve como un descendiente de Gérard de Nerval y señala el “aire demoniaco” de su
poesía, mientras que Baeza Flores destaca la importancia del humor, Pablo
Montoya la del erotismo (porque, como dijo otro poeta americano, “Nada mejor
para cantar la vida, / y aun para dar sonrisas a la muerte, / que la áurea copa
en donde Venus vierte / la esencia azul de su viña encendida”), Jorge Ariel
Madrazo la de las metáforas incesantes, Luis Germán Sierra la del vigor
simbólico (a la vez que advierte la sabiduría en la creación de atmósferas),
Fabián Castaño el tratarse de “una obra con un claro acento de libertad
personal”... El trabajo de Pablo Montoya es excelente, relacionándolo con la
pintura surrealista (en especial la de Chirico, precisamente el gran “creador
de atmósferas”), al ser la poesía, para Henao, un “territorio forjado por la
imagen”.
Otro buen texto es el de Pedro
Arturo Estrada, para quien desde su primer libro, o sea Combate del carnaval
y la cuaresma, la poesía de Raúl Henao “se enrumbó definitivamente por el
escarpado y hechizado sendero del sueño, la visión onírica, que lo llevará casi
hasta el límite en el cual asoma ya el sol negro de lo desconocido y la
locura misma. Sus libros posteriores así lo confirman y en ellos se puede
apreciar esa aventura, esa experiencia cuasi mística de la palabra hecha vida,
conocimiento, destino”. Pedro Arturo Estrada está reseñando uno de sus más
grandes libros, El virrey de los espejos, compuesto de prosas poéticas
en las que, efectivamente, Raúl Henao conserva toda la fuerza y condensación de
sus versos (“estos poemas en prosa mantienen un rigor pleno en el manejo de sus
elementos narrativos, descriptivos y expresivos, sobre todo porque no están
allí de manera gratuita y obedecen antes que nada al poder de la imagen
deslumbradora y reveladora que los transmuta instantáneamente en poesía”).
Pero nadie puede señalar mejor
que Fernando Palenzuela, otro gran poeta, la autenticidad poética absoluta de
este “minero del espíritu” que es Raúl Henao:
“La poesía de Henao, al igual que
sus ensayos, están conformados dentro de un marco de investigaciones profundas
y sustanciales de la realidad absoluta. Y esto sucede porque para él la poesía
no es impostura, ni constituye un mero oficio literario, ni un tránsito
pasajero, sino que es una legítima actividad del espíritu, deviniendo materia
propia de su existencia. La actividad creadora de Raúl Henao responde a las más
altas urgencias existenciales, a su actitud ante la vida, a su compromiso con
la poesía, a su rebeldía ante los poderes”.
Esto último hay que subrayarlo
bien, ya que Raúl Henao es, en efecto, un poeta de la radical revuelta
surrealista.
No se incluye aquí el fino
prólogo que Óscar González hizo a la antología del poeta La verdad en el
vino, publicada en 2012, sino solo un artículo sobre los admirables ensayos
de La doble estrella. En aquel, Óscar González, insistiendo en el
carácter plástico de sus versos y en la radicalidad ideológica, situaba el método
poético de Henao “en la alucinación y la contemplación”.
Tres entrevistas redondean este
libro, dos ya conocidas, hechas por Floriano Martins, y una novedosa, realizada
por Yesid Gaitán. En las primeras, Henao se sitúa a sí mismo en la línea
“negra” o visionaria, pero reconociendo, o aclarando, que solo puede apreciar
plenamente a los poetas que “aceptan” o “afirman” el mundo “en su belleza
preternatural”, y ello “pese al lastre de horror y extrañeza que trae
eventualmente consigo la condición humana”. Una reflexión sobre lo sagrado, o
mejor dicho sobre un sagrado que no excluye lo profano, merece anotarse en esta
cuestión incomprendida incluso por algunos surrealistas. Y Raúl Henao acaba
apelando a los grandes valores del surrealismo: la libertad, la poesía, el
amor... y la risa, que no suele asociarse a los anteriores, pese a la Antología
del humor negro y a tanta risa como mana de los hontanares del surrealismo
(un libro al que siempre debe volverse es, por cierto, Le rire des
surréalistes, que Robert Benayoun, maestro en la materia, publicó en 1988).
La entrevista de Yesid Gaitán es
espléndida, con Raúl Henao departiendo sobre Nerval, el azar, los espejos, la
política (“Si la política no tiene poesía, ¿para qué hacer poesía con la
política?”), el erotismo, la poesía y el esoterismo y la poesía y el
pensamiento oriental, lo que nos lleva de nuevo a los haikus, que para Henao
significan recuperar la “magia cotidiana” de que hablaba Breton, “la magia del
instante, de las cosas pequeñas y cotidianas que nos rodean; no confundir el
dedo que la señala con la luna. Es decir, recuperar de algún modo el
asombro inicial del niño”.
“Espuma de mar el sueño, /
bajamar / la vigilia.”
“Cortan mis palabras / con el
filo / de una hoja de hierba.”
“La luna en la alberca. / O ¿es
una alberca / en la luna?”