Existen unas pocas revistas –muy pocas– que,
sin ser surrealistas, prestan una atención seria y regular al surrealismo,
considerándolo un movimiento vivo. Una de ellas es Punto Seguido, que
desde hace nada menos que 39 años se viene publicando en una ciudad
insospechada: Medellín. en Colombia.
De esta ciudad es uno de los grandes poetas
del surrealismo, Raúl Henao, quien allá por los años 90 me enviaba mucho
material suyo y de la América sureña y central. Ello incluía números de Punto
seguido, como por ejemplo el 34, junio de 1994, con una tirada de mil
ejemplares y el formato estirado y rico en imágenes coloridas que sigue
conservando. Punto seguido era una sorpresa, y no solo en el medio
americano. Que haya mantenido su estilo y su fidelidad al romanticismo
revolucionario y al movimiento surrealista no es de extrañar cuando descubrimos
que en la redacción, a lo largo de tantos años, permanecen tres nombres
incólumes: John Sosa, Luis Fernández Cuartas y Carlos Bedoya, a los que se ha
incorporado alguien tan firme y fiable como Óscar Jairo González. Pero además,
de Medellín me llegó también el magnífico número 3 de la revista Cantidad
hechizada, dirigida por el último nombre citado y aparecida en agosto de
1989, así como el número 1 de Fuegos, de noviembre de 1994, con un
compacto dosier dedicado a los 70 años del surrealismo. Sin duda: en Medellín
había gente que sabía lo que era el surrealismo y que sabía lo que hacía. Y lo
admirable es que eso siga ocurriendo treinta años después.
Así, este último número, el 61, lleva
portada de Aube Elléouët (a la que se dedica una nota) e incluye un ensayo de
Laurens Vancrevel sobre Le Grand Jeu y el surrealismo, poemas de Roland de
Renéville, de Sjön (antiguo miembro del grupo Medusa y colaborador de Dunganon)
y de Aase Berg (cofundadora del Surrealistgruppen), una presentación de Capa
por Jorge Leal Labrín y una nota sobre Componiendo la ilusión, el
homenaje a Ludwig Zeller. El ensayo de Vancrevel es muy brillante, subrayando
la importancia del manifiesto de 1947 “Ruptura inaugural”, con el que el
surrealismo volvía a su libertad plena (este manifiesto, no debe olvidarse,
supuso para Mário Cesariny su adscripción decisiva y definitiva a la aventura
surrealista).
Punto
seguido anuncia
para sus cuarenta años “una fiesta innombrable”, sin duda más que merecida.