Iniciamos hoy una línea que esperamos sea fructífera: la presentación de
algunas figuras no muy conocidas del surrealismo, poniendo como primer ejemplo
a Georges Malkine. En primer lugar, transcribo la semblanza que le dedico en la
segunda edición de Caleidoscopio
surrealista, siguiendo unas pequeñas notas complementarias en que señalo
algunos aspectos y cito las publicaciones esenciales.
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Georges
Malkine (1898-1970). Tras comenzar a pintar en
1920, Georges Malkine conoce a Desnos y entra en el grupo surrealista. Desnos, a quien
Malkine le ilustró admirablemente The night of loveless nights, dirá de
él: “Poeta y pintor apasionado, Georges Malkine es un gran explorador de esos
países del sueño elegidos por sus amigos surrealistas”. En La Révolution
Surréaliste colabora con textos surrealistas e ilustraciones (cinco, siendo
La nuit d’amour, en el n. 7,
celebrada por Édouard Jaguer, quien afirmará que es un anticipo del automatismo
de los años 40), y diseña el emblema lautreamontiano de las cartas de la
revista, que adoptaría posteriormente Her de Vries para el Bureau de Recherches
Surréalistes de Brumes Blondes y que aquí mismo vemos. El Manifiesto del surrealismo lo
nombra entre los que han hecho acto de “surrealismo absoluto”, firmando
numerosos escritos del grupo, y
Breton le dedica la “Carta a las videntes” en 1925 (en julio de ese año,
Jacques-André Boiffard le hace un anagrama en el n. 4 de La Révolution Surréaliste: “Georges Malkine: gorge câline de la
mort”). De 1926 es su único escrito –espléndido– sobre la pintura: “Pintura de
exploración”, y hay que subrayar la importancia de sus combinaciones de pintura
y collage, muy singulares en esta década. En el 27 expone en la galería
surrealista, con un éxito que lo desazona y que lo hará dejar el arte y, ello
unido a las disensiones del 29, marcharse para Oceanía. A la vuelta, se alinea
con Breton en el conflicto del “Segundo
manifiesto”, aunque se aleja en el 32, a raíz del asunto Aragon. Hombre
de muchas profesiones, llegó, en 1938, a unirse a un circo, habiendo sido
también vendedor de corbatas ambulante, violinista, buzo, impresor y actor de
cine. Fotógrafo, es suya una de las mejores fotos de Breton (así como uno de los
mejores retratos, pintado, de su amigo Desnos). En los años negros, formó parte
de la Resistencia, siendo encerrado en un campo de concentración, del que logró
evadirse.
Georges Malkine, Morada de Thomas de Quincey |
En 1948, el aventurero Malkine llega a Estados Unidos. Redacta un libro maravilloso: Au bord du “Violon-de-Mer”, pura delicia llena de humor, solo publicado en 1977, con dibujos del propio Malkine, quien en 1950, además, vuelve a la pintura. Poco gustoso de la vida americana, regresa a París en 1966. Visita a Breton como si tal cosa, pero este muere al poco tiempo, sin poder asistir a su exposición. En ella, Malkine da a conocer una serie maestra, que pertenece por completo al surrealismo (al igual, por lo demás, que todo lo suyo, careciendo aquí de toda significación su alejamiento del 32): las Moradas, construcciones ideales para Breton, Nerval, Satie, Rimbaud, Jarry, Apollinaire, Carroll, Artaud, Villon, Desnos, Li-Tai-Po, De Quincey (su maestro opiómano desde 1925), etc. En el catálogo, titulado Hommage à Georges Malkine, se reproducen textos de Aragon, Baron, Simone Kahn, Duhamel, Ernst, Masson, Neveux, Prévert, Puget y Waldberg. Hasta su muerte, Malkine seguirá pintando en París, escribiendo Alexandrian de esta obra última: “Durante tres años, en una suprema explosión de vitalidad, creó lo principal de su obra, un centenar de lienzos de una fantasía admirable, que se redescubrirán con emoción cuando muchas obras sobrevaloradas de hoy sean olvidadas. Malkine es el pintor de la analogía poética”.
Sobre Malkine
el libro fundamental es el catálogo de 1999 Georges Malkine, le vagabond du
surréalisme, título que se merece mucho más que André Masson. Este
estupendo catálogo del Pavillon des Arts tiene textos de Vincent Gille y
propició una rica reseña de Alexandrian en el n. 15 de Supérieur Inconnu:
“La pintura de exploración de Georges Malkine”. Luego, en 2004, un catálogo de
Les Yeux Fertiles llevó un texto de Gérard Durozoi, y en 2009, la revista Mélusine (n. XXIX) publicó un
interesante trabajo de Fabrice Flahutez sobre sus Moradas. Autor también de collages y de objetos-collages, Aube
Elléouët le dedicó Le pari de Malkine,
incluido en su catálogo de collages de la galería 1900-2000.
“El pintor
surrealista por excelencia, por privilegio de inteligencia y de inocencia” (Pierre
Peuchmaurd).
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A bord du “Violon-de-mer” es uno de esos libros cuya lectura me hace pensar
en traducirlo yo mismo, ya que, por esas cosas tan absurdas de la vida, nadie
lo ha hecho antes. En la portada vemos una de las últimas pinturas de Malkine: El mar, de 1970.
Consterna más aún saber que en 1949 nadie quiso publicárselo, habiendo que
esperar a 1977, siete años después de su muerte.
El delirante relato viajero (y Malkine gran viajero fue) va acompañado de
20 retratos de sus descabellados personajes, entre los cuales nombraremos al
capitán McRaw (y su museo de a bordo), a la sonámbula Alvine (pasajera
clandestina), al pianista autodidacta que solo toca con la mano derecha, al
astrólogo Cupidron (que tarda un mes en configurar un horóscopo, lo que de paso
nos permite recordar que el propio Malkine era un entendido en astrología) y al
políglota Kong. Escenas memorables son la de una catastrófica partida de póker,
la del baile de disfraces, la representación de Fausto. Los datos que se van dando no son muy fiables que digamos,
y así se nos dice el 17 de mayo que “la isla de Tristán da Cunha, descubierta
por Lope de Vega en 1790, fue asociada a la islas Seychelles por la renovación
del edicto de Nantes”. Al comienzo del relato, el capitán mira su reloj y dice
que hay que partir lo más tardar en seis minutos, ya que tiene un encuentro
importante en Usatabago (Brasil), a donde arribarán exactamente el 2 de julio,
o sea, tres meses después, a las doce y cuarto; pero al final el fiasco es
mayúsculo, ya que en Rio de Janeiro descubren que Usatabago es una población
absolutamente imaginaria: “no hay un solo lugar, en todo Brasil, cuyo nombre se
parezca ni remotamente a ese”.
Leemos en la contraportada: “Georges Malkine nos introduce, a bordo del
«Violon-de-Mer», en un viaje que no acaba… el de la paradoja y el absurdo. (…)
Ese viaje en la vida es una recuperación constante de todo lo que existe en un
mundo donde nada se crea realmente, pero donde sin embargo todo se recrea sin
cesar. Apenas un objeto o un hombre encuentra su función, el conjunto en que se
inserta se convierte en inútil, irrisorio, absorbido por el eterno batiburrillo
de la vida. Este crucero poético es el del momento, del instante, de la
eternidad… es la repetición general a bordo del «Violon-de-Mer», que no deja
nada escapar, ni desaparecer, incluso durante el mal tiempo…”
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Esta es la publicación capital sobre
Malkine: el catálogo de su exposición de 1999. Plena garantía le da el hecho de
ser Vincent Gille quien escribe sobre este artista que pintaba para crear cosas
que no veía en ningún lado y que, no solo en su negativa a hacer carrera
artística, mostró toda su vida un antiacademicismo sistemático. Las
ilustraciones están llenas de sorpresas, como la serie haitiana, los cuadros
con arena o los “lienzos crueles”.
En la portada, un detalle de Sirenas,
1929.
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No ofrece gran interés, excepto el
histórico, esta pequeña monografía que Patrick Waldberg le dedicó el año de su
muerte. La pintura es Los paseantes, de 1968, y Malkine, lo que casi
nunca hizo, se ha retratado a sí mismo, cuando, en los tiempos en que vivía en
Shady e iba a pie a Woodstock, lo llamaban “el caminante”. “Défense” muestra
incompleto el famoso cartel “Défense d’afficher”, tan conocido por los
parisinos desde 1881. En un bosquejo del cuadro, las dos figuras aparecen al
revés: el hombre avanza por la acera hacia la derecha y la muchacha camina por
la calle hacia la izquierda, pero siempre encontrándose sus sombras.
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Mélusine, con buen tino, eligió para la
portada de su número sobre la arquitectura y el surrealismo (donde una gran
ausencia fue la de Edward James) la morada de Antonin Artaud. De las cuarenta
que hizo, vemos más arriba la de Thomas de Quincey, y es que las Confesiones
de un comedor de opio fueron una de las lecturas claves en la vida de
Malkine.
El trabajo de Fabrice Flahutez, aunque no se
ocupe de la singularidad de cada una de las moradas, es excelente, señalando el
gusto de Malkine por los espacios grandes y vacíos.
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En cuanto al logo surrealista que le encargó
Breton en 1925, es una referencia al último de Los cantos de Maldoror,
cuando el héroe se convierte en cisne negro que carga sobre la espalda un
yunque y el cadáver del cangrejo paguro que es la última metamorfosis del arcángel.
(“¿Dónde ocultará el arcángel? Se echa a la espalda un yunque y un cadáver; se
encamina hacia un gran estanque con las orillas cubiertas y como amuralladas
por una inextricable maraña de grandes juncos. Quiso primero tomar un martillo,
pero es un instrumento demasiado liviano, mientras que con un objeto más
pesado, si el cadáver da señales de vida, lo depositará en el suelo y lo hará
polvo a golpes de yunque. Cuando tuvo el lago a la vista, lo vio poblado de
cisnes. Lo imagina un retiro seguro para él; merced a una metamorfosis, sin
dejar su carga, se mezcla con el tropel de las demás aves”.)