En 1937 publicaba André Breton, en La Nouvelle Revue Française, "Límites no-fronteras del surrealismo", donde abordaba el fenómeno de la novela gótica. Tras referirse a la obra fundacional, El castillo de Otranto (1764), y a la siguiente, El viejo barón inglés, de Clara Reeve (177), se ocupa de Ann Radcliffe, cuya primera novela gótica, Los castillos de Athlin y Dunbayne, es ya de 1789.
Ann Radcliffe había sido designada por Isidore Ducasse como "el Espectro Chiflado", y Breton, en la lista complementaria de 1932 a la del primer manifiesto, escribía de ella que era "surrealista en el paisaje", tan presente, por cierto, en sus novelas como en su diario. En el ensayo citado, Breton avanza destacando el personaje de Schedoni, perteneciente a El italiano, "modelo sobre el que procuró componerse el personaje de Byron", y "las hermosas muchachas diáfanas que pasan por las umbrías pobladas de pájaros" de La novela del bosque. Sobre Schedoni volvería Annie Le Brun en Les châteaux de la subversion, señalando como este personaje criminal era situado por Ann Radcliffe, en consonancia con los vientos revolucionarios, en la soledad conventual, o sea en plena sede del horror religioso.
Ya en "Situación de Melmoth" (1954), Breton apunta las debilidades de la citada novela de Clara Reeve y de otras, incluidas las primeras de Ann Radcliffe (sentido común, racionalismo, realismo, o sea lejanía de las patadas que al rigor histórico y psicológico le había dado la novela walpoliana). Donde esta se supera es en La novela del bosque, que es de 1791, o sea el año de Justine. Y es que "la carga de un proyectil de largo alcance como Otranto permanecía suspendida, destinada a no percutir sino más lejos y en la historia". Las dos obras más representativas de la Radcliffe, Los misterios del castillo de Udolfo y El italiano, son de 1794 y 1797 respectivamente, quedando en medio, 1796, la obra maestra del género, El monje de Lewis, que es sin discusión muy superior, siendo las otras, a juicio de Breton, "de penosa lectura", al ser su autora "incapaz de todo verdadero vuelo de altura".
Sin embargo, con un poco de desocupación, estas novelas no dejan de ser entretenidas y divertidas. Y sobre todo fueron enormemente influyentes. Una lista incompleta de los influjos de su autora enumera nada menos que a Jane Austen, Walter Scott, Wordsworth, Coleridge, Shelley, Keats, Poe, Byron obviamente, Dickens, Wilkie Collins, las hermanas Bronté, la Rebeca de Daphne du Maurier con su secuela fílmica y hasta Gombrowicz (Possessed, su curioso pastiche de novelas góticas, de 1939).
En 1936, o sea un año antes del ensayo de Breton, los tres principales surrealistas de Hainaut, Fernand Dumont, Achile Chavée y André Lorent, realizaban una narración colectiva titulada Les Mystères du Drapeau Blanc, "sin otro medio que el desencadenamiento de las imaginaciones que, en esa época, se dejaban a gusto guiar por las obsesiones más inesperadas" (Lorent). La iniciaba Dumont y la continuaban Lorent y Chavée, suspendiéndose cuando la retomaba Dumont no por cansancio, sino para que la continuara el lector. En ese momento, los personajes acaban de llegar a una enorme pieza oval donde se han encontrado con un hombre (¿o un genio?) que, sentado en el centro de la sala, lee "un ejemplar único de Los misterios del castillo de Udolfo escrito a mano sobre piel de muchacha". El personaje se identifica en el último párrafo como "EL EMBAJADOR DE LO MARAVILLOSO".
Pero además hay dos imágenes del surrealismo, y excepcionales, directamente asociadas a Ann Radcliffe. La primera es de Dorothea Tanning, gran lectora juvenil de novelas góticas (y de Poe, Coleridge, las hermanas Brontë). Es su pintura A Mrs. Radcliffe Called Today, de 1945:
Se trata de un maravilloso homenaje a las novelas de Ann Radcliffe, y al género en general (El castillo de Otranto era uno de sus libros favoritos), con el título delineado debajo de las columnas, la arquitectura medieval en belleza y esa fantasmal mujer en llamas que evoca los terrores de tantas figuras femeninas de la novela gótica. Patrick Waldberg, en el bello ensayo sobre Dorothea incluido en Les demeures d'Hypnos ("Dorothea, la memoria embrujada"), señala la importancia de las lecturas góticas en la formación de la artista y comenta este cuadro donde "nos vemos de repente transportados a los palacios sonámbulos y los bosques diáfanos de Los misterios de Udolfo".
En 1959, René Magritte pinta El castillo de los Pirineos, uno de sus muchos cuadros inolvidables con solo haberlo visto una vez. Esta pintura tiene para él "el carácter de una aparición, que hubiera gustado a Ann Radcliffe". El castillo de los Pirineos, cuya "atmósfera" entusiasmaba a este viejo admirador de Fantomas, era una de sus lecturas favoritas en el terreno romántico, junto a Nerval y Gaspar de la noche. En una de sus cartas a Harry Torczyner, le escribía, el 27 de abril de aquel año: "El castillo de los Pirineos de Radcliffe es una novela negra romántica con el encanto y los defectos de una escuela literaria no exenta de desaliño. Es posible que su lectura le decepcione, pero le encantará la atmósfera que evoca. El cuadro, por su parte, no está exento de rigor, e incluso de dureza. Por eso he sacrificado la banderita sobre una torre y los árboles. El cielo, las nubes, el castillo sobre la piedra por encima de una mar agitada, subsisten necesariamente".
Poco importa que El castillo de los Pirineos no sea una obra de Ann Radcliffe, sino de Catherine Cuthbertstone. En efecto, publicada en 1804 en Inglaterra, sería traducida al francés pocos años después con el nombre de Ann Radcliffe, y así la conoció Magritte.
Cerramos esta nota sobre Ann Radcliffe y el surrealismo, que continúa a las dedicadas al comienzo de "Surrealismo internacional" a Thomas de Quincey y Carolina de Günderrode, con este más que apropiado collage de otro amante del surrealismo frenético:
Max Bucaille, Roman noir, 1939 |