Benjamin
Péret. La légende des minutes es un librito de
cerca de 200 páginas compuesto de dedicatorias de Benjamin Péret, y con el plus
de venir acompañadas estas de muchísimos dibujos de Jean-Claude Silbermann,
llenos de una frescura e inventiva plenamente acorde con en este repertorio de
pequeños cohetes en que se vuelca como en sus poemas o sus cuentos la fiesta
permanente de la imaginación peretiana.
La selección
sigue el orden cronológico de aparición de los libros del poeta y la hace
Dominique Rabourdin, quien en el texto introductorio refiere cómo el título
procede de la dedicatoria de Breton a Péret en los Manifiestos: “A
Benjamin Péret, la leyenda de los minutos”. Precisamente se cierra el libro con
una serie de dedicatorias de Breton a su amigo de “toda una vida”.
Hay
dedicatorias estupendas –la mayoría–, y que hasta en ocasiones sirven como
perfecta caracterización del feliz destinatario. Quien gana en cantidad y
calidad es Toyen: “À Toyen aux yeux de mer où nagent des crevettes de
chardons”; “À Toyen qui ne dort pas et vois ses rêves à travers les pierres”;
“À Toyen l’amie incorruptible toujours parfaite”; À Toyen le cygne à tête de
loup qui mange des hélices”; “À Toyen la chouette, baronne des carrières
abandonnées” (Toyen era llamada por sus amigos surrealistas “la Baronesa”).
Con dos
dedicatorias memorables aparecen Gérard Legrand (“À Gérard Legrand le fabricant
de nids en nuages”; “À Gérard Legrand qui détient les secrets de l’antiquité”),
Man Ray (“À Man Ray qui charme la lumière, la bat et la farde pour qu’elle
devienne un animal ronronnant”; “À Man Ray l’œil qui révèle”), Adrien Dax (“À
Adrien Dax, l’homme qui extrait les papillons des vents de sable”; “À Adrien
Dax, l’inventeur de colibris”), Pieyre de Mandiargues (“À André Pieyre de
Mandiargues la grande statue de sel brillant au soleil”; “À André Pieyre de
Mandiargues le loup doré qui hante les châteaux déserts”) y Manou Pouderoux (“À
Manou pours son sourire de bruit furtif dans un buisson pour son second sourire
de lilas en fleurs pour tous ses sourires de soleils à travers les persiennes
pour tous ses sourires qui m’entourent et m’habitent”; À Manou plus belle que
le soleil dans les fôrets profondes, que dira-t-elle en sachant que je l’aime
qu’elle me regarde nuit et jour”).
Otras que
resalté en mi lecturas son las de Francis Gérard (“qui se pose sur l’autre
versant de la colline”), Wolfgang Paalen (“qui tisse des toiles d’araignée
d’une étoile à l’autre”), Eugenio Granell (“au boucanier son ami des îles”),
Maurice Henry (“le lézard des icebergs bleus”), Mesens (“le phoque des glaces
miroitantes comme des colibris”), Alice Rahon (“l’écume des vagues qui vient rafraîchir
les ajoncs”), Jindrich Styrsky (“le grand chêne qui s’envole”), André Thirion
(“le nénuphar des dents blanches”), Henri Espinoza (“le fantôme des
automates”), Maurice Henry (“le réverbère sous-marin et vorace”), Joyce Mansour
(“l’éblouissement de notre temps”), Gaston Puel (“l’héritier des hérésiarques”)
y Robert Benayoun (“l’écran ondulant et frétillant qui simule une anguille”).
Todas estas dedicatorias caracterizan poética y maravillosamente a sus
destinatarios, pero la que se lleva el premio al humor es la que recibe uno de
los grandes amigos de Péret en sus últimos años: Georges Goldfayn, “ami du
peuple et soutien de sa mère, protecteur de sa concièrge et dresseur de son
pingouin empaillé”.
¡Qué libro
exquisito y qué gran idea reunir todos estos preciosos textos!
*
En el año
2008, el número 22 del boletín peretiano Trois cerises et une sardine solicitaba
de quienes tuvieran libros con dedicatorias de Péret el envío de estas para su
reunión. Al punto envié fotocopia de la que Péret le hizo a Agustín Espinosa
cuando su visita con Breton y Jacqueline a Tenerife en 1935. O no les llegó la
carta, o acabaron por extraviarla o se la pasaron por los cataplines. Lo último
es lo más extraño, ya que, por una parte, se trata de una gran dedicatoria,
admitiendo el cotejo con cualquiera de las transcritas, y por otra ilumina a
una figura sin la proyección de las más consagradas. Encima, hay espacio en
blanco suficiente para haberla introducido sin problema alguno en la sección
del libro en cuestión, que es Dormir dormir dans les pierres.
“A Agustín
Espinosa, que se levanta como una montaña de espuma sobre una plaza pública”:
no hay palabras que mejor condensen la figura del Espinosa que Péret conoció en
mayo de 1935, cuando acababa de desafiar a la putrefacta sociedad canaria con
la publicación de Crimen y seguía desafiándola con su apoyo total a la
presencia de los surrealistas, a la exposición que tantas iras levantó y en
seguida a la frustrada proyección pública de La edad de oro. Pero es que
además Espinosa había sido, desde 1927, un provocador altanero de la estupidez
y el miserabilismo reinantes en la sociedad de las Islas Canarias (reinantes desde
su adscripción a la corona de los Reyes Católicos hasta el presente, que en estos
aspectos nada se rezaga de los tiempos pasados).