La palabra “nanquim” carece de correlato en español, no sorprendiendo
que, en un país con una dimensión oriental como ha sido Portugal, sí que
exista. (Allá por los fines de los años 70, me sorprendía mucho, en Lisboa, la
fuerte presencia de África, de Oriente y de la América brasileña, que
interesaban bastante más que el antipático país vecino y en general que la
triste Europa; ello se advertía con solo hojear la prensa, y tenía sin duda un
gran encanto, esfumado luego con las dos décadas de lavado de cerebro
europeísta a que el país fue sometido por sus líderes demócratas, bien
provistos para su empresa de gruesas bolsas repletas de poderosas monedas
europeas).
“Nanquim” en portugués quiere decir tinta china, porque esta procedía de
Nankin, en la China, como cierto tejido de algodón que también dio otra
acepción a la palabra. En el texto que acompaña esta publicación de Rodrigo
Mota, Marcus Salgado habla de las criaturas de nanquim o nanquines de las tintas
chinas del artista, verdaderos “sismógrafos” cuyo guardián, evidentemente, es
el Pulpo. Los nanquines de Rodrigo Mota están “impregnados del deseo que se
desborda sobre el cuerpo irreal (del papel, de la ciudad) y sobre el cuerpo
real de la mujer”. Marcus Salgado sitúa a Rodrigo Mota en la busca del Punto
Sublime, como ocurre siempre en el surrealismo y como ocurre con los
componentes del grupo deCollage. Algunos de estos dibujos automáticos ya habían
sido dados a conocer en el n. 6 de A via queimante, “hoja del baobab de
Lautréamont”, junto a otros de Paulo Leite. Alex Januário, otro componente del
grupo, escribía a la sazón:
“Giordano Bruno nos dice que «las visiones del amor abren las negras
puertas de diamantes del alma». Eso vale para las pinturas de Paulo Leite y los
nanquines de Rodrigo Mota. El «negro» de estos dos artistas de mirada en estado
salvaje recorre los caminos de la belleza vivenciada, reencontrando el
verdadero valor que compete al hombre, o sea, poseer el espíritu emancipado.
Reivindicando el lenguaje amoroso y deseante, la imagen-explosiva, exponen uno
al otro el «exceso plástico negro», y he ahí nuevamente la manifestación pura
del espíritu. Cualquier tipo de argumentación de aspecto estético sería
irrelevante y reduccionista, visto que Leite y Mota no producen obras y sí
hacen obras-poesía, revelando el surrealismo en su plenitud como los dibujos de
Bellmer por ejemplo. Tenemos aquí lo que podemos calificar de encuentro
revelatorio, el lenguaje amoroso y la imagen como símbolo deseante,
rompiendo las formas llamadas dominantes de las artes y principalmente las
mecanizadas de la vida, instaurando la perturbación del lenguaje, re-encantando
los procesos de una actuación de vida y todas las posibilidades que el negro
tiene para revelarnos: la fascinación de los cuerpos rasgados de Leite, y las
gotas de nanquín emblemático de Mota. Si para Miró el color de sus sueños era
el azul, para estos dos artistas el negro es el lenguaje poético por
convulsión”.
Tinta da China, con
una docena de dibujos de Rodrigo Mota, algunos a doble página, y el texto de
Marcus Salgado, es otro primor de las Ediciones Loplop, que así continúan
afianzando su trayectoria en el universo surrealista.