François Leperlier es sobre todo conocido en el territorio surrealista por sus admirables libros sobre Claude Cahun (1999 y 2006) y por su edición de los escritos de Magloire-Saint-Aude, establecidos y presentados en 1998. Además, uno de sus libros de poemas, La dédicace intégrale (1986), fue ilustrado por Robert Lagarde, y otro, Édifices de mélancolie (1993), por Jorge Camacho. Sus restantes poemarios lo revelan tan fino poeta como ensayista, lo que no hace sino confirmar el que hoy describimos, Attraction, editado hace tres meses.
En esta ocasión, el ilustrador es el pintor, cineasta, grafista y escenógrafo Jean-Pierre Hamon, con siete planchas gráficas que, situadas entre algunas de las páginas de los poemas, se transparentan sobre ellos. Son en total 27 poemas en prosa, de los que vemos aquí “El campo de visión”:
Edificios de melancolía, editado en 1993, se abría con una cita del alquimista de leyenda Basilio Valentín: “Oh comienzo del primer comienzo considera el fin. Oh fin último examina el comienzo”. Diez pequeños dibujos de otro alquimista, Jorge Camacho, ocupaban las páginas pares, pero antes de ellos abría el libro el más espectacular, que aquí unimos al poema “Oratoria”:
Leperlier se dio a conocer al surrealismo en el n. 3 del Bulletin de Liaison Surréaliste, julio de 1971, cuando envió desde Caen, junto a tres amigos, una animosa carta bien titulada “Saque de centro” (“Coup de envoi”), que respondió Vincent Bounoure mostrando sus salvedades dentro de una aquiescencia de conjunto. Los cuatro jóvenes interesados en el surrealismo –en un momento en que algunos lo consideraban una aventura finiquitada– apelaban, sin ir más lejos, a “la constitución de un verdadero movimiento surrealista internacional”. Ya en los años 90, Leperlier dirigió la revista Le Cerceau, donde iba publicando unas “Asiduidades” siempre sagaces y jugosas. Los otros “instigadores” fueron Alain Joubert, Nicole Espagnol, François-René Simon, Anne-Marie Beeckman, Pierre Peuchmaurd y Véronique Leblond, solo rompiéndose este anillo, que tanto brillaba en aquellos tiempos particularmente desérticos, tras 17 números, y por motivos no sabemos si más circunstanciales que esenciales.
“Nunca se ha visto nada, nunca se ha vivido nada antes de haber imaginado”.