El surrealismo está lleno de pequeños grupos, formados por amigos y cómplices, cuya actividad se desarrolla a veces a lo largo de muchos años, con momentos de euforia y también períodos de aparente evaporación. Uno de esos grupos, que creíamos ya extinguido, es el de Kula, “intercambio tribal”. Marcado por el humor y la subversión, surgió muy poco antes de 1990. Lugar: Gijón. O sea, no Madrid ni Barcelona, sino una ciudad, de cuño proletario, perfectamente desconocida fuera de España. Solo que ya, en 1977 había aparecido allí El Orfebre, que supuso la resurrección del surrealismo en España tras de que, en las décadas de la dictadura, el surrealismo como actividad colectiva se hubiera esfumado en ese país. En el número original de El Orfebre, de tirada fotocopiada, había solo dos nombres: Rubén Cifuentes y Enrique Carlón, incorporándose al año siguiente Pedro H. Ayestarán. Carlón será el principal animador del “círculo surrealista” Kula, cuya revista –que sucedía a Luz negra– aparece en 1990 en Gijón, presentada como “Comunicación surrealista” y con la intervención, además, de Pedro H. Ayestarán, Francisco Morán, Jesús Trincado, José Luis Montalbán, Luis Carlón. El número se abre con la “Echada de Tarot acerca del nacimiento de Kula”:
Entre otras cosas, contenía ese número –que bien pudiera hoy digitalizarse– un collage colectivo, la traducción de siete poemas de El caballero arcabuz de la maravillosa Marianne Van Hirtum, un texto de Francisco Morán sobre Mário Cesariny y estos dos homenajes de Carlón, uno a Soupault, que acababa de morir, y otro a Granell, que acababa de regresar a su país natal:
Al final de la revista encontramos esta cita cretina del poeta masoquista César Vallejo: “He visto a un niño dando la mano a un cojo. / ¿Leer después a André Breton?”, así corregida: “He visto a un niño dando la mano a un cojo. / Y los dos leían a André Breton”.
Uno de los amigos de Kula no ha sido otro que el citado Cesariny, de quien encontramos también en la revista textos e ilustraciones y en recuerdo de quien, muy recientemente, leía en Famalicão Enrique Carlón la magnífica, admirable invectiva “La poesía no tiene patria” (afirmación peretiana, como es sabido, aunque ningún surrealista dejaría de hacerla –ni de suscribir el conjunto del poema):
“A poesia não tem pátria / No tiene nacionalidad / No tiene estado / No tiene fronteras / No tiene alambres de espino / No tiene aduana / No tiene aguas jurisdiccionales / No tiene espacio aéreo / No tiene cartas de navegación / No tiene planos de simetría / Ni mapas ni coordenadas / La poesía no tiene límites // A poesia não tem pátria / No tiene pasaporte / No tiene partida de nacimiento / No tiene cédula de identidad / No tiene libro de familia / No tiene formularios que rellenar / No tiene tarjetas de visita / No tiene informes favorables / No tiene currículum vitae / Ni papeles legales ni firma / La poesía no tiene nombre // A poesia não tem pátria / No tiene palacios / No tiene torres de marfil / No tiene fábricas ni talleres / No tiene cátedra / No tiene paraninfos / No tiene arcadia feliz / Ni oficina ni despacho / La poesía no tiene domicilio fijo // A poesia não tem pátria / No tiene doctores / No tiene comisario / No tiene funcionarios / No tiene vigilantes / No tiene patrones / No tiene tartufos de salón / No tiene premio ni castigo / Ni sacerdotes ni acólitos / La poesía no tiene especialistas // A poesia não tem pátria / No tiene velos / No tiene púrpura ni armiño / No tiene traje de presidiario / No tiene levita de fatigar pasillos / No tiene traje de etiqueta / No tiene uniforme / No tiene gabardina para los días de lluvia oblicua / No tiene camisa / No tiene zapatos / La poesía está desnuda / Gota de rocío en unos ojos dormidos / Que el atanor del corazón / Abrasa, sublima y hace / Piedra irreductible de luz / Para dar sentido y voz no usada / A ese bicho da terra tam pequeno”.
Pero además, Kula ha continuado en acción, como ya lo señalaba contundentemente este “panfleto” de 2006 y como bastaría hoy cambiar el 06 por un 12:
Un año después aparecía el n. 2 de Kulandario eterno, compuesto por Nany Kulasky, Maxabé y E. Car Low. Cesariny había muerto un año antes, por lo que aquí se lo evoca con la célebre foto en que se lo ve saltando en la cama como el chiquillo que era. Arriba: “Merece a tua morte!”. Y debajo, también de su puño y letra: “Si la muerte me coge durmiendo, no me quitará el sueño”.
En los panfletos de Kula, leemos: “Nuestro método consiste en un cuidado desorden”, “Cuando otros dicen rojo, Kula dice verde”, “Quien remonte el río Kula hasta sus fuentes, nunca regresará con las manos llenas”. El octavo nos da cuenta de su “Ideario convulsivo”:
“A Kula nada le es ajeno, pero nada tiene propio. Le interesa todo, pero no sigue a nadie. No es de aquí ni de allá sino de todas partes y en todas partes se encuentra en casa. Le es indiferente practicar sus experiencias en los grandes recintos sagrados o en los pequeños claros del bosque. Lo mismo «ilumina» a uno que a un millón: incluso no ilumina en absoluto (el más difícil todavía). Hace estudios, colabora y se adhiere en proyectos concretos y situaciones puntuales a veces por puro azar. Kula no es de nada ni de nadie, sino de ella misma, libre de ataduras”.
Saludamos al grupo Kula y en particular al viejo amigo Enrique Carlón, de quien vamos a ver ahora una de sus pinturas (un pez sin duda que soluble) y una rústica página que nos envió hace ya años, pero que siempre es actual, si no fuera porque cada vez, al menos en España, parece que hay menos donde mamar: