Pierre-André Sauvageot, frontispicio de La geste de Dracula en Cotentin |
La entrega
número 19 de las autoediciones de Guy Girard relata un capítulo de la vida de
Drácula, una “gesta” hebdomadaria, de lunes a domingo, en la región más septentrional
de Normandía.
La “misión” de
Drácula en Cotentin solo se desvela el último día, o mejor dicho la última
noche: el encuentro en el museo Emmanuel Liais de Cherburgo con la momia de una
princesa egipcia. El inepto de Van Helsing, comiéndose una barra de chocolate
en el campanario de la catedral de Coutances, ni se entera de los movimientos
de su ancestral enemigo, a diferencia de lo que ocurre con Madame Chantelouve,
la diabólica amante de Durtal.
Una vez más,
el surrealismo, con todo lujo poético y como hicieron tantas veces los
románticos, se nutre de lo mejor de la llamada “cultura popular”.
*
Vale la pena
deambular por la geografía normanda en que se mueve Drácula durante estas siete
jornadas. Todo comienza entre el Mont Saint-Michel y el islote de Tombelaine (véase la imagen de Sauvageot),
pero un vistazo a las fotos de estos lugares no deja de mostrar un tropel de
coches con que se desplazan esos insaciables vampiros miserabilistas que son
los turistas. También aparece Flamanville, y si el relato de Guy Girard lo
concluyó el 16 de enero de 2017, podría señalarse que el 9 de febrero tuvo allí
lugar un escape en la central nuclear (Francia es actualmente un polvorín
nuclear), que hace pensar en la “fábrica subhumana” a que el relato se refiere
en otro lugar. Drácula pasa por el semáforo de Flamanville, hoy convertido en
restaurante fino.
En el lado
bueno, agrada saber que el museo Emmanuel Liais, famoso por su tiburón y por la
momia que se trajo Napoleón de Egipto en 1832, conserva todo su carácter de
viejo museo de provincia, de “cabinet de curiosités”. En general, todos los
museos europeos han sido pasto del funcionalismo y el didactismo más apestosos,
con resultados a veces trágicos, como ocurrió con el del Abade de Baçal en
Bragança; recuerdo en Portugal dos, sensacionales: el de Lamas (Aveiro), iniciativa
de un prócer a lo Ciudadano Kane y que debe continuar igual, y el rural de
Estremoz, atiborrado de bellezas inauditas, y que ya habrá sido racionalizado,
puesto que recuerdo cómo la funcionaria a su cargo hasta me pedía disculpas por
aquel batiburrillo sublime.
Pero ahora lo
que hace falta es continuar la aventura de Drácula, a quien parece esperar en
el puerto de Cherburgo nada menos que el fantasma del Titanic, con sus “cuatro
chimeneas tan lúgubres y descarnadas como las torres de un lejano castillo de
los Cárpatos”...