El mentalista indomable |
Gombrowicz mentaliste es el título de este excelente ensayo de Georges Sebbag, en que se aborda la figura y la obra de uno de los grandes escritores y espíritus del siglo XX.
En 1968, dentro del número 3 de L’Archibras (el de la portada con el
teléfono Black Power), se publicaba una entrevista de Sebbag a Gombrowicz
seguida de su artículo “La razón errante”, en que reseñaba su última novela, Cosmos, aparecida un año antes. Pero
es que ya Sebbag había publicado en 1966, cuando era aún estudiante de
filosofía, en Critique, la revista fundada por
Georges Bataille, una recensión de
sus obras publicadas en lengua francesa. Este interés por Gombrowicz ha tenido
continuidad y se remata ahora, cincuenta y cuatro años después, con este libro
que hubiera sin duda agradado a Gombrowicz, ya que a la vez que lúcido está por
completo exento de esa pedantería que el escritor polaco detestaba.
Lástima que no llegara a buen puerto el
proyecto de adaptación cinematográfica de Ferdydurke, evocado por Éric Losfeld en sus memorias.
Dirigida por Sebbag, iba a contar como actores estelares con Mimi Parent, Alain
Joubert y el propio Losfeld, quien estaba convencido de que aquel iba a ser
para él el inicio de una gran carrera cinematográfica...
El repaso a las ideas motores de Gombrowicz
se funde con un estudio de cada una de sus novelas, que fueron todas
memorables. Como Georges Sebbag es un hombre del surrealismo, y uno de sus
mejores estudiosos en el último medio siglo, no deja nunca de señalar las
coincidencias de su escritor con este movimientoo, nunca traídas por los pelos.
En varias ocasiones, Gombrowicz, que era un admirador de Lautréamont y de
Jarry, celebró la pugna del surrealismo contra la Forma, y su interés por los
fenómenos de azar objetivo no son desconocidos de cualquier lector de sus novelas.
Pero además he aquí esta cita que yo he espigado en el repaso a algunas de sus
páginas a que me ha convidado la lectura del libro de Georges Sebbag: “Todo lo
que se refiere al sueño me fascina y me excita”. A lo largo de su indagación,
Sebbag se apoya también en Roussel y en Trost.
He aquí un estudio que hace revivir al
escritor de que se ocupa, lo cual es ave rara in terris. Pero es que además las
obras de Gombrowicz han resistido muy bien el paso de los años y resultan hoy
tan actuales como en el momento en que aparecieron. Georges Sebbag lo sabe y no
deja de salpicar sus páginas de comentarios sobre la sociedad occidental que
enlazan con otros libros suyos como Le masochisme quotidien, Le dégoût, le sans goût Le génie du troupeau o Le gâtisme volontaire, cuyos títulos ya son bastante orientativos
y hasta no carecen de un cierto sabor gombrowiano.
En fin, la vuelta más esmerada y fértil a un
escritor central y genuino, ahora que ya tenemos perspectiva para ver la de
charlatanes que dio el siglo XX (no hablemos, por caridad, del presente).
*
Esta obra de Georges Sebbag me llevó a
repasar las publicaciones que tengo de Gombrowicz. Curiosamente, no encuentro
ni una sola de sus novelas, perdidas en la vorágine de los años (alguna por
prestarla y un par de ellas porque las leí en Portugal, donde yo me desprendía
de los libros una vez acabados, ya que el movimiento constante no me permitía
conservarlos). Pero sí tengo su diario (páginas arrancadas, ya que también lo
leí en Portugal), su testamento, la embestida genial al Dante, el intercambio
de cartas con Dubuffet (quien se queda un par de escalones por debajo de su
interlocutor), su curso de filosofía en seis horas y cuarto y la invectiva
contra la poesía. Esta última se publicó en Portugal junto a El deshonor de los poetas de Peret: un volumen
explosivo, aunque no tanto como el que reunía a Vaché y Cravan, al que me he
referido en otra ocasión.
La imagen de Gombrowicz es la de un feroz
individualista: en los tiempos que corren hubiera sido de los pocos en negarse
a esa monserga fascista hoy ubicua del “bien común” (no otra cosa representa el
fascio), en cuyo nombre todos están siempre prestos a sacrificar la libertad
individual. Tanto como la pedantería, el “olor a universidad” (la universidad era
para él una fábrica de cretinos), los especialistas, las generalizaciones, el
objetivismo o la ciencia (cuyo desarrollo significaba para él la muerte y a la
que declaró “eterna guerra”), como la patria, los periódicos o la retórica,
Gombrowicz detestaba el oscurantista “nosotros”. Actualísima es también su
afirmación de que “la mentira permanente nos corroe”, o la consideración de que
Europa es “un desierto” (y más aún: “la muerte”). En sus mejores momentos, el
tono de las invectivas solo hace pensar en otro implacable: Thomas Bernhard. Yo
me he deleitado leyendo de nuevo su burla de Borges y de su literatura sobre la
literatura (aunque Gombrowicz reconoce que detesta aún más a quienes rinden
culto al pope bonaerense), o las del estructuralismo, el nouveau roman, la filosofía occidental (de
la que solo libra a Schopenhauer por haber escapado a las taras del
“intelectualismo” y de la debilitación de la sensibilidad), el existencialismo,
el marxismo. No conocía o recordaba yo, en cambio, el análisis demoledor a que
sometió a Mascolo, un nombre conocido de los surrealistas, y es que Gombrowicz
rechazaba con la misma fiereza tanto a los comunistas como a los católicos o a
los chovinistas.
¡Qué espíritu tan saludablemente salvaje! Tuvo el valor de definir a la estupidez como “hermana gemela de la inteligencia” (y cómo olvidar su mejor apotegma “Cuanto más inteligente se es, más estúpido”). Y el día que visitó el Louvre lo describió como “uno de los lugares más estúpidos del mundo”. Ungaretti, cuando cayó en sus manos el magnífico panfleto contra Dante, escribió: “El libro de ese polaco sobre Dante es innoble. Es insensato e imbécil haber publicado una calumnia así. Yo lo he roto en mil pedazos y he enviado al diablo esa monstruosidad producida por un cretino”.
¿Quién tiene ya esa altura? Autor, encima, de cinco novelas extraordinarias, Gombrowicz fue un maestro incomparable, cuya importancia capital Georges Sebbag nos ha vuelto a recordar de la mejor manera posible.