En su momento di noticia de la aparición de
un estudio sobre la correspondencia entre André Breton y Jean Palou, con las
cartas transcritas, en el número de 2018 de la Revue de l’Académie du Centre (Histoire et patrimonie de l’Indre). Señalé la imposibilidad o
dificultad de conseguirla, pero al fin ha llegado a mis manos, y la impresión
no ha podido ser mejor. Se trata de un trabajo modélico, autoría de Valérie
Baud y Antoine Perriol, quienes dan el ejemplo perfecto de todo lo que se puede
hacer a la perfección con este tipo de documentos. La figura interesantísima de
Jean Palou (1917-1967) es tratada a fondo, y tanto Breton como el surrealismo
de la época se presentan sin ningún tipo de distorsión. Las cartas se enfocan
con agudeza y lucidez. Y el acompañamiento ilustrativo, a todo color, es lujoso
y esencial, sin que se eche nada a faltar.
Ha sido una fortuna que estas cartas de Jean
Palou se hayan conservado en los archivos departamentales del Indre. La
correspondencia carece, afortunadamente, de los rellenos a veces espantosos que
caracterizan a este género del que pocas veces se sabe o se puede separar la
paja del trigo. Nada de paja aquí, sino el intercambio de dos personas
magníficas que van siempre al grano, con especial hincapié en cuestiones graves,
como la de la alquimia y el misterio del tiempo o las conexiones entre el poeta
y el iniciado. Palou, aparte de poeta, era un conocedor espléndido del
esoterismo, y sus otras “especialidades” (la brujería, la Comuna, Aloysius
Bertrand) no podían sino hacerlo invalorable a los ojos de Breton. Vuelvo a
remitir a una entrada que le dediqué hace un tiempo, ya que lo sitúa brevemente
e incluye su gran texto sobre la aparición en Rávena, publicado en Le Surréalisme, même, así como el de la Comuna, en Bief. Y añado ahora el admirable panfleto del grupo parisino que firmó Palou, y en el que yo hubiera sugerido, al final, cambiar "protestar" por “atacar”.
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Cadáver exquisito con Georges Hugnet, Yves Tanguy y Jeanette Tanguy |
Pero aquí no queda la cosa, ya que, en el
número de 2013, los mismos autores han hecho otro gran estudio, esta vez sobre
Germaine Hugnet, quien participó en la actividad surrealista junto a Georges
Hugnet durante algunos años. Como persona valía mucho más que su marido, y
aunque ofrece menos interés el resto de su vida y trabajos, tenemos aquí
explorada a fondo toda esa actividad propiamente surrealista y en particular su
participación distinguida en el montaje de la exposición internacional de 1938
y las colaboraciones en cadáveres exquisitos (con Hugnet, los Tanguy y Óscar
Domínguez). Péret la llamó, al dedicarle Je sublime, “el azafrán de los pasillos crepusculares”
(“le colchique des couloirs crépusculaires”), Man Ray hizo de ella una preciosa
solarización en 1935, Maurice Henry la dibujó muy erótica en un delicioso dibujo
a color que tiene toda su excelencia y Georges Hugnet le hizo muy bellas fotos
en aquellos años. Todo esto aparece reproducido en el ensayo de Valérie Baud y
Antoine Perriol, formando un conjunto tan atractivo y rico como el de las
cartas Palou-Breton. Es imposible hacer algo mejor, y, en este sentido, estos
dos ensayos resultan tan ejemplares como, en cuanto a saber hacer a fondo una
exposición (y un catálogo), lo que nos ofrece ahora mismo Emmanuel Guigon con
el Jamais de Domínguez.
Los Hugnet, en los preparativos de la exposición de 1938 |