Dcha: Günther Gerzso, Retrato de Benjamin Péret, 1944 |
Je ne mange pas de ce pain-là. Benjamin Péret poète
c’est à dire révolutionnaire es el nuevo título de la colección de discos surrealistas Phares. La
dirección es de Rémy Ricordeau, quien en 94 minutos traza lo esencial de la
biografía y la personalidad de una figura clave del surrealismo. De nuevo hay
versiones con subtítulos en español y en inglés y un libreto ilustrado a todo
color contiene un centenar de páginas. La traducción castellana pone siempre
Bretón, en la mejor línea de la tan rica ignorancia supina hispánica cuando se
aborda el surrealismo.
Intervienen algunos sobrevivientes de la
última armada bretoniana, en concreto Alain Joubert, Michel Zimbacca, Georges
Goldfayn y Jean-Claude Silbermann. Joubert es quien mejor contribuye a trazar
la semblanza de Péret, y Silbermann –entrevistado con una de sus magníficas enseñas
detrás– el único con algunos juicios desafortunados: él mismo es consciente de
que no está diciendo nada pacífico cuando compara la poesía de Péret a la música de
Miles Davis (que considera la más “violenta” del jazz, pero que solo lo es, en
todo caso, de cierto tipo de jazz) y también repite el insidioso cliché del
“fracaso” del automatismo, según él a causa de su carácter “experimental”.
Georges Goldfayn observa cómo la poesía de Péret, con su “cabalgata de imágenes
mentales”, responde a un dictado “visual” y no “sonoro”. Zimbacca evoca la
colaboración en L’invention du monde, cuyo título propuso Péret. El lado más
estudioso lo ofrece Guy Prévan, autor del espléndido librito Benjamin Péret,
révolutionnaire permament; tan solo podría reprochársele que en la alusión a Néon parezca desvalorizarlo, al
describirlo como mera “tentativa de revista que no dura sino unos pocos
números”, sin decir nada más de una publicación central en la historia del surrealismo, y surgida
en un momento clave y particularmente difícil y hostil.
Retrospectivamente aparecen Soupault,
Duhamel, Gerzso y Nadeau; el último mejor que no hubiera abierto la boca, y
poco entiende a Péret quien considera una mera “fantasía” el haber querido
ponerle a su hijo Geyser el nombre de Desertor (también quiso llamarlo Satán).
Alex Januário, collage, 2015 |
Entre las imágenes en vivo, las mejores son
las que muestran a Péret con Tanguy y Paalen, divirtiéndose en la terraza de un
bar. Señalemos que, si al reseñar el disco de Toyen, lamenté que no se hiciera
hincapié en su amistad con Péret, aquí sí se hace, quedando clara la especial
complicidad fraterna con ella y con Tanguy, aparte, por supuesto con Breton.
Faltó aludir a sus amigos más jóvenes, como el grupo de cinéfilos y, en
particular, Jean-Louis Bédouin. También se pasa algo livianamente por sus
estancias brasileñas, y no se dice nada del viaje con Breton a Tenerife; esto
último carece de importancia, ya que está registrado en el libreto, donde
incluso se reproduce una de las fotos con Agustín Espinosa.
Por suerte, Benjamin Péret ahuyenta todo
tipo de acompañamiento con música babosa, que es otra de las maldiciones de este
tipo de documentales, pero ello es también mérito de Rémy Ricordeau, quien ni
siquiera le dio oportunidades, por ejemplo, al tal Miles Davis, y que ha hecho a
fin de cuentas un trabajo excelente, en otro número que merece ser recomendado.