Guy Brissaud, Colibris, 2013 |
Este tercer número de los Cahiers
Benjamin Péret se sitúa bajo el signo del colibrí, pájaro fetiche de Péret.
Por ello, nos encontraremos con esta bella ilustración de Guy Brissaud¸ con la
de Guy Roussille Sueño de colibrí y con el divertido poema de Jacques
Demarq dedicado al pájaro de nombre “le péret”.
El grueso de la revista lo
componen un dossier sobre surrealismo y cine y otro sobre la correspondencia
Péret-Granell. El primero se abre con una poco interesante entrevista a Michel
Ciment y una nota conocida de Courtot, pero se anima cuando Léa Buisson estudia
los aspectos fílmicos de Pulchérie veut une auto y con el trabajo comparativo
que Carole Aurouet hace del cine de Péret y Desnos, tanto por lo que respecta a
los textos críticos como a las creaciones de ambos. Son dos buenos artículos,
aunque yo reaccione acaloradamente a lo que la segunda, citando a Sadoul, dice
de paso sobre Buñuel: “Toda la obra de Buñuel es española”. Eso podrá decirse
del vomitivo Almodóvar, por ejemplo, pero nunca de Buñuel, cuya obra
surrealista es anacional y apátrida.
Continúan el dossier unos
extractos de Le rire des surréalistes de Benayoun (un libro delicioso de
cabo a rabo) y el artículo de Gérard Legrand en el número especial sobre el
surrealismo de L’Âge du Cinéma, donde se ocupa de grandes películas del
cine negro americano, en concreto Laura, La senda tenebrosa, El
demonio de las armas y El sueño eterno. Y lo completa “La escalera
de los cien escalones”, poema de De derrière les fagots hecho con
títulos de películas, que Sergio Lima reprodujo en el último número de A
Phala, cara a cara con el relato de Her de Vries compuesto de títulos
magritteanos.
Las cartas de Péret a Granell ya
están en el tomo 7 de sus obras. Lo importante está aquí en las de Granell a
Péret, que vienen a sumarse a las dirigidas a Breton, publicadas por Guillermo
de Osma hace un par de años. Granell es una figura muy bien conocida, por lo
que la presentación de María Lopo y el texto de Dietrich Hoss sobre su faceta
de “militante revolucionario” resultan suprefluos. Hay también un capítulo de Isla,
cofre mítico, ese tan hermoso libro que es toda una pieza maestra. Las
cartas son muy atractivas, con algunas curiosidades. Tan politizados que eran
uno y otro, y sin embargo Granell le asiente a Péret cuando este le cuenta,
tras una visita a España, que el “generalísimo” (ese sí que cien por cien
español) no tiene allí nadie que lo apoye (“no he encontrado un solo partidario
de Franco”; “el régimen es despreciado u odiado”); cuánta ceguera: ya tenemos
hoy más años de democracia que de franquismo, y todavía abundan por ahí los
nostálgicos, muchos hasta nacidos después de que reventara aquel cabrón –algo
que hizo en el poder, y nada menos que dos largas décadas después de estas ingenuas
declaraciones. En otra carta, Granell se extraña porque tan pocos hayan firmado
la exclusión de Max Ernst, lo que resulta destacable dado el furor que ha
levantado en tantos espíritus píos aquella exclusión, cuya responsabilidad
además se ha hecho caer siempre sobre Breton (quien, paradójicamente, señaló la
poca conveniencia del gesto). Tamayo es otro de los artistas en que Granell
reprueba el endiosamiento artístico. Estamos en 1956, año en que,
efectivamente, Tamayo se ha alejado del surrealismo e iniciado su carrera
espectacular, habiéndole ya el año anterior pintado un mural a un banco yanki. Es ahora un “nuevo genio
lleno de vanidad y suficiencia”, que reprocha a los alumnos portorriqueños de
Granell su interés por las
ideas surrealistas, ya que el surrealismo había muerto hacía tiempo, y les da
una lección sobre la pintura como un arte que debe reposar sobre las normas
establecidas por los griegos... Un perfecto “idiota”, como lo llama el maestro
Granell. Siempre ingenioso, desinquieto y desbordando vitalidad, Granell se
retrata en sus cartas maravillosamente. Se burla con mucha gracia de Sartre,
que en una de sus piezas hace pasar a un personaje de Brasil a México,
atravesando la frontera: “Que los personajes de Sartre escamoteen la geografía
o cualquier otra cosa no tiene, en realidad, ninguna importancia. A fin de
cuentas, él mismo se pasa la vida escamoteándose a sí mismo”.
Nicole, Forêt de Dunsinane, 1971 |
En la sección de estudios es importante el artículo
que dedica Jean-Michel Goutier a Nicole Pierre, ya que tan poco tenemos sobre
ella. Un texto de Jean Bazin habla de Guy Roussille “o el furor de pintar”.
Masao Suzuki escribe unas notas muy finas sobre los nombres propios en los
cuentos peretianos. Robert Caby, melómano, amigo de Éluard a la vez que de
Breton y Péret y ajeno al grupo surrealista, es sacado de la sombra por Élodie
Nel, sin que mucho atractivo le encontremos.
En los documentos tenemos el espléndido texto de
Péret “Cómo comportarse con los mutilados y los heridos de guerra”, aunque ya
había sido publicado en el boletín Trois cerises et une sardine.
En las actualidades hay reseñas sobre Alleau y
Nadeau, ya publicadas en Infosurr; una valoración más bien negativa por Durozoi del Dictionnaire André
Breton; la
noticia de la traducción japonesa de una antología de cuentos de Péret por
Masao Suzuki, etc.
En conjunto, otro importante número de los únicos
“cahiers” que seguimos, con muchos puntos altos, un cuidado impecable y una
regularidad que deseamos vivamente logre mantenerse.