Este folleto que nos llega de las
ediciones Loplop en São Paulo, firmado por los grupos Decollage y Topoanálise y
con dibujos automáticos de Alex Januário, plantea la cuestión política y en
particular la de las votaciones, en un país donde estas son obligatorias,
pudiendo el desacato acarrear represalias. La tesitura de 2010, año de
elecciones presidenciales en que se daba a elegir entre lo peor y lo peor,
originó el escrito, que, aunque requiere un conocimiento de la realidad
brasileña, posee un interés más amplio.
Sobre el tema del voto, que
continúa siendo obligatorio en Brasil, y que por tanto es la verdadera causa de
que los amigos del grupo Decollage y los de TopoAnálise hayan editado esta
declaración, y sobre el de la política, me dirijo en seguida a las citas que en
su día acumulé en mi librito Cabina de
barlovento. Como de costumbre, es Ambrose Bierce quien lleva la batuta.
“Votación: Simple estratagema mediante la cual una mayoría demuestra a una
minoría la estupidez que supondría cualquier resistencia. Muchas personas
respetables, pero con un aparato pensante imperfecto, están convencidas de que
las mayorías gobiernan por algún derecho inherente, y de que las minorías se
someten, no porque no les quede más remedio, sino porque es su deber”. Más
interesante es esta diatriba del anarquista (y luego, cosas de la vida, prosoviético)
André Colomer: “Tú, que pretendes ser libre, ¿por qué votas? Escucha: nadie
puede representarse más que a sí mismo. Votando, eres el peor de los esclavos.
Pues el que escoge un amo se pertenece menos que aquel a quien el amo le ha
sido impuesto por la fuerza. Este puede renegar de su amo como de una
brutalidad que no reconoce. Aquel no podrá jamás rebelarse contra la condena,
ya que se la ha dado a sí mismo. ¡No seas ese esclavo voluntario! Sé tu mismo
tu liberador. Huye de esa sala apestosa donde se embrutece con grosera
elocuencia a esos pobres brutos a fin de que aclamen su propio servilismo. No
escuches a ninguno de los prometedores de paraísos para mañana. Todos mienten.
Es hoy cuando hay que vivir. Es en tu verdad individual donde está tu
felicidad. Fuera está el sol de mayo sobre los jardines de la tierra. Vete
fuera y, a través de los campos, en la luz, que tu propia marcha cree tu ruta”.
Más brevemente, una figura esa sí que granítica, el surrealista Maurice
Blanchard, dejó apuntado este bello consejo: “Urinez dans les urnes”.
Se preguntan los firmantes de
este tract: “¿Podría llamarse
surrealista alguien que votase o hiciese la apología de cualquiera de esas
fuerzas retrógadas que son el PT y el PSDB, el neo-estalinismo y el
neo-liberalismo?” Evidentemente no, pero por mi parte, ácrata convicto en esta
cuestión y desde siempre, creo que da lo mismo que sean retrógradas o no: votar,
equivalente profano de la genuflexión religiosa, supone sancionar el Estado,
con todo su aparato represivo y su realidad monstruosa. Todo lo que no destruya
la Autoridad y la Jerarquía no debiera contar jamás con nuestro más
insignificante apoyo. No veo nada que permita mudar esta declaración del grupo
de André Breton, expresada en 1965: “Con respecto al régimen parlamentario y al
sufragio universal, nuestra posición ha sido siempre y continúa siendo la
posición libertaria”.
En cuanto a la política, fue
definida por Bierce como el “medio de ganarse la vida preferido por la parte
más degradada de nuestras clases delictivas”, algo que se confirma
constantemente. El romántico “bousingot” Philothé O’Needy escribía: “Desprecio
con toda la altura de mi alma el orden social y sobre todo el orden político,
que es su excremento”.
“No creemos que haya gente ligada
al surrealismo capaz de confesarse «apolítica» o neutra”, señala el texto
brasileño. Y eso ya es más discutible, según el sentido que se le quiera dar a
la palabra “política”. Cuando le fueron a hablar de esta a Marcel Duchamp,
respondió tan abruptamente como cuando lo inquirieron por “Dios”: “No hablemos
de ese asunto. No sé nada. No comprendo en absoluto la política y constato que
es realmente una actividad estúpida que no conduce a nada. Tanto si eso conduce
al comunismo, a la monarquía, o a una república democrática, para mí es lo
mismo”. Como es bien sabido, la política ha sido causa de tristes problemas y
trifulcas en el surrealismo, y ciñéndonos al grupo de París desde la desastrosa
inserción juvenil en el Partido Comunista Francés (que produjo la salida nada
menos que de Antonin Artaud, en lo que he considerado siempre la principal
ruptura, y única verdaderamente significativa, de todo la historia del
surrealismo) hasta la tentativa del sargento Schuster por apoyar
incondicionalmente a la dictadura cubana pasando por el llamado “affaire
Pastoureau”, a quien le disgustaba la hostilidad estalinista de la mayoría de
sus amigos. Muy finamente, hace unas semanas un amigo del surrealismo me
comentaba cuánto mejor habría sido que un Aragon y un Éluard hubieran dejado el
surrealismo para dedicarse, por ejemplo, a la alquimia o a la masonería, en vez
de a la detestable política partidaria a la que se dedicaron.
Ha habido, en fin, surrealistas
desinteresados de la política que han llevado a cabo una obra liberadora, y
otros cuya pasión política los ha llevado a cometer aberraciones que
automáticamente los descalificaban como surrealistas. Pero esta, por supuesto,
es una cuestión que exigiría muchos matices y que es imposible desarrollar
adecuadamente en estas pocas líneas. El tract
de estos dos grupos brasileños es un acierto al plantear estas cuestiones en un
contexto particular, que reprime una libertad elemental, como es sin duda la de
poder no votar. En los países en que ello
se permite, falta, aún, lograr otra: la de, llegadas las elecciones, poder
depositar nuestra orina en las urnas.