Le Grand Tamanoir publica Les coulisses du plomb, prosas poéticas de Guy Girard
con polaroides de Christian Martinache y prefacio de Jean-Pierre Lassalle, para
quien “el cometa surrealista no cesa una y otra vez de pasar y de vivificarnos
con sus incandescencias y sus luminiscencias”.
En la nota final, se nos dice que Guy Girard
descubrió hacia los 17 años “que la poesía no es un departamento de la
literatura y que el surrealismo no puede más que tener ante sí bellos días”.
Estamos pues hacia 1976, y Guy Girard cambia en el instituto donde estudiaba un
disco de Johnny Halliday por un libro de Sarane Alexandrian sobre la pintura
surrealista, evidentemente L’art surréaliste, que se había editado en 1969. Este libro lo compré yo en Madrid en noviembre
de 1976, y aún tiene un sello que dice lo había importado a España Ammon-Ra
(¡!), lo que se asociaba muy bien al nombre que puse en el frontispicio y de
que yo me valía por aquellos años: “Kême” (la tierra negra: de ahí alquimia).
Fue un libro muy importante para mi acceso cada vez más disciplinado, riguroso
y certero al surrealismo plástico, con muchas ilustraciones de obras que
entonces no eran para nada lo conocidas que son hoy y comentarios siempre
iluminadores de Sarane Alexandrian, ni remotamente pudiendo yo sospechar que lo
llegaría a conocer y hasta que me honraría con su amistad.
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Otro número de Drosera. Comunicación onírica, dirigida por Vicente
Gutiérrez y Bruno Jacobs, acaba de aparecer. Sus dos páginas, muy bien
diseñadas, incluyen fotos de Eugenio Castro y Sasha Vlad (con su célebre manto
de clips), una lista de libros vistos en sueños por Dan Stanciu, una frase
onírica de Noé Ortega, un objeto onírico de Bruno Jacobs, un sueño analizado de
Julio Monteverde, etc.
Como era de esperar, esa noche tuve yo un
sueño memorable. Demasiado tortuoso para demorarme en él, solo referiré que
acababa en un ventorrillo de un terreno baldío situado en un montículo, y que
remataba la lona del ventorrillo una cabeza de carnero blanco que era
inequívocamente la del carnerito del llamado Chalé Suisso del Campo Alegre de
Oporto, un quiosco donde alguna que otra vez paré para tomarme un vaso de vino
verde, en mis fantasmales recorridos por la desembocadura del Duero hasta un
océano por lo general tormentoso. Al poco tiempo de este sueño con que
desperté, bajé a la playa de la Bodega de Taganana y, como de costumbre, anduve
un par de horas hasta que me di un chapuzón. Me senté en las piedras y me puse
a leer, por cierto que el panfleto Appel d’air de Annie Le Brun, defensa de la imagen poética. Había quedado con una
amiga que venía del Norte y que, para avisarme de su llegada, me tiró tres
pequeños callaos, solo el tercero notándolo yo. Como siempre le pregunto por
sus sueños, me dice que esa noche soñó que iba por un camino de la montaña y
estaban unos fulanos tirando callaos hacia abajo, hasta que ella, al tercer callao que
tiraron, les
llamó la atención porque podía ir gente por la carretera. Añadiré que esta
amiga cree sin sombra de duda que los sueños pueden y suelen anunciar hechos
del día siguiente, y que sobre esta cuestión versa precisamente el texto de
Julio Monteverde. (En ese sueño, volvía yo al Hotel París de Oporto, donde tantos
años me quedé, y en una silla junto a la recepción me encontraba con su viejo
gerente, el señor Constante González, que fue tan amigo mío, haciéndome pensar
al verlo que no había muerto sino que me habían engañado; dos días después,
buscando en vano una foto mía del quiosco para acompañar esta nota –quien sea
curioso le basta con pinchar Chalé Suisso, Passeio Alegre, Porto–, me
encuentro, después de algunos años, con las dos únicas fotos que conservo del
señor Constante en su hotel de la Rua da Fábrica.)
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En Madrid, Javier Gálvez inicia, siempre en
formato plegable, las ediciones El Ojo de Buey, y lo hace con su vocación de
lexicógrafo y de teórico científico. Así, el ojo de buey es definido como
“orificio circular en la parte frontal del pensamiento, que permite airear e
iluminar la parte reprimida del imaginario”; y se afirma categóricamente que “el anverso y el reverso dejan de
concebirse contradictoriamente al situar la mirada sobre un eje de traslación”.
La colección de El Ojo del Buey pretende dar
salida al trabajo fotográfico de Javier Gálvez, que siempre hemos seguido con
tanto interés. El inversage fue inventado por Milan Napravnik, y Gálvez lo practica
desde hace muchos años. Él mismo reproduce la definición dada por el
surrealista checo: “El inversage es un método surrealista para crear una
realidad mágica a partir de la unión de dos o más imágenes invertidas de
objetos reales, de partes de esos mismos objetos, o de estructuras abstractas”.
Gálvez tradujo en el n. 10 de Salamandra el gran texto teórico de Napravnik, escrito
en mayo de 1977, y aportó en el mismo número algunos ejemplos propios.
De Inversages se ha hecho una tirada de 30 ejemplares
numerados del 30 al 30 (sic). De los seis inversages reproducidos, elijo el que
más me ha impactado, y que se acompaña de la leyenda “El sueño nunca duerme”:
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Anotemos dos publicaciones señaladas en el flamante
n. 114 de Infosurr y no advertidas en Surrint.
Conspiración de un bosque tropical (Samenzwering van het egenwoud) es un poemario del
surrealista holandés Jan Bervoets publicado el año pasado, con dibujos de Rik
Lina.
También el año pasado apareció Headworks, de Desmond Morris, reunión de
sus poemas surrealistas desde 1945, en este caso con ilustraciones propias de
pequeños cuadros pintados para la ocasión. Edita Dark Window Press.
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Las ediciones surrealistas Anon han
traducido al inglés el polémico texto de Alain Joubert que abría el almanaque
de Brumes Blondes. Los traductores son Laurens Vancrevel y Paul McRandle, y las
ilustraciones y la maqueta se deben a Raman Rao. En portada, un detalle de Madame Rosa, vidente, de Clovis Trouille.
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Katalox Kolax, “panfleto sulfuroso de evaporación
periódico” donde pontifica Zuca Sardan, acaba de publicarse en edición digital,
pero vamos a ver si hay una edición en papel que nos permita comentarlo como se
debe. Quede aquí la noticia de su aparición, para la legión de seguidores del
bravo e indesmayable Capitán Sardan.
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Al igual que la revista digital Agulha, en Materika acostumbran salir interesantes
trabajos sobre el surrealismo. En el n. 10 tenemos a Raúl Henao (cuya sola
firma ya le da realce a un texto, trate de lo que trate) ocupándose de Eunice
Odio, tan apreciada en su tiempo por Eugenio Granell. Hay además un ensayo de
Enrique de Santiago sobre el gran Ludwig Zeller y la muy interesante entrevista
a Amirah Gazel que aquí comentamos en su momento.
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Otro colosal número de la revista libertaria
A Ideia (75-76) dedicado al
surrealismo está a punto de salir. Vuelve a centrarse en el Café Gelo, pero
incluye además un dossier brasileño, con Sergio Lima en destaque. La riqueza de
contenido es extraordinaria.