Christian d'Orgeix, El androide de la Reina Madre, 1974 |
Otra espléndida publicación aparecida entre la redacción de Caleidoscopio surrealista y el inicio de este sitio de “Surrealismo internacional” es el catálogo Christian d’Orgeix organizado por Arturo Schwarz con textos de Renzo Margonari y Will Grohmann (Editore Stampatore, 2011, en edición italiana, francesa e inglesa).
El 14 de mayo de 2002 le hice yo
un pequeño homenaje a Christian d’Orgeix, en las páginas de un periódico
tinerfeño, que incluía una excelente presentación de Pieyre de Mandiargues
(quien señalaba como “más francamente surrealistas” sus objetos y esculturas
que sus cuadros), un texto de Jean-Michel Debenedetti sobre sus petroglifos y
las respuestas del propio Christian d’Orgeix a la encuesta sobre arte y
alquimia realizada por Arturo Schwarz para Arte
e alchimia.
En este suplemento literario
venía también la traducción de una entrevista a Annie Le Brun, los breves
textos de Charles Estienne sobre Tanguy, Toyen y Paalen, un artículo de Ragnar
von Holten sobre La condición humana
de Magritte y otro de Georges Henein sobre la imagen surrealista.
Cualquiera podría preguntarse
legítimamente qué sentido tenía la publicación de un suplemento así en un medio
cultural provinciano, caracterizado, como es de suponer, por su mediocridad y
chabacanería. Y no era otro que poderle enviar una copia a mi amigo Édouard
Jaguer, quien hoy sería, sin duda, mi destinatario favorito de estas mismas
páginas. Su ausencia es para mí muy dolorosa.
De familia pirenaica, Christian
d’Orgeix nació en 1927. A los 20 años descubre en una librería de Tolosa los
dibujos y aguadas de Bellmer, que lo impresionan. En el 57, contacta con
Édouard Jaguer y se incorpora al movimiento Phases. Reconociendo el influjo de
Marcel Duchamp y de André Breton, este y Joyce Mansour lo visitan en su estudio
el año de 1965. Pero se sitúa en seguida fuera de París.
A lo largo de los “elementos para
una biografía” que aparecen al final de este catálogo, las amistades de
Christian d’Orgeix evidencian su situación en la órbita surrealista: Konrad
Klapheck (que compra muchos de sus cuadros), Jacques Lacomblez, Hans Bellmer (a
quien dedica Le loup de Bellmer),
Théo Gerber (con quien haría una serie de xilografías), Francis Meunier,
Jacques Hérold, Arturo Schwarz, Sergio Dangelo, Alain-Pierre Pillet, Jerzy
Kujawski, Baj, Giovanni Dova, Max Ernst, Alberto Gironella, Iaroslav Serpan,
Mesens, Ragnar von Holten (que le consagra una monografía en 1974), Patrick
Waldberg, Jose Pierre, etc. Añadamos los nombres de Richard Oelze y
Schroeder-Sonnenstern, que él mismo contribuyó a “descubrir”, y el de Elisa
Breton, con quien traba amistad al veranear él también, durante los años 80, en
Saint-Cirq-Lapopie.
C. d'Orgeix, El rey Lear II, 1980 |
Arturo Schwarz, con su brillantez
acostumbrada, lo estudia en tanto “explorador de la psique”, definiendo como
características de su arte la unicidad de la escala cromática, la crueldad del
signo gráfico y el poder dramático de su temática. Para Christian d’Orgeix es
fundamental el ataque, con las armas de la imaginación, a “la arrogancia
dogmática de la realidad cotidiana que proscribe la poesía de nuestra vida.
Como muy pocos, ha sabido reafirmar la verdad del je est un autre de Rimbaud”, convencido, como Breton, de que la
obra de arte “será convulsiva o no será”. Arturo Schwarz señala que Christian
d’Orgeix ha sido “uno de los primeros artistas de su generación en ocuparse de
una manera privilegiada del objeto encontrado”, llegando a crear “obras
tridimensionales en las que, gracias a una sabia conjugación, los objetos
comunes y banales pierden sus características psíquicas iniciales, para asumir
una presencia insólita, a menudo inquietante”. Al comentar la serie de
ilustraciones que hizo para La Eva futura
de Villiers, comenta su interés también por William Blake, Fuseli, Burne-Jones,
Aubrey Beardsley y Gaudí, pero hojeando las imágenes del catálogo encontraremos
también referencias a Huysmans, Schopenhauer y a otra apasionante obra: El ángel de la ventana de Occidente de
Meyrinck.
C. d'Orgeix, El ángel de la ventana de Occidente, 1948 |
El ensayo de Renzo Margonari interesa tanto por Christian d’Orgeix como por el propio artista italiano, ya que incluye una reflexión sobre el surrealismo, así como sobre las razones que lo han llevado a rechazar finalmente la literatura crítica: “La poética del arte, cuando ha engendrado integralmente su potencial expresivo específico, como es el caso de Orgeix, no consiente más que una transcripción debilitada, y, como toda persona letrada sabe íntimamente, la traducción, en el fondo, no es más que una traición. Por lo demás, obligada a recurrir a un metalenguaje necesariamente alusivo, la crítica no permite restituir plenamente la sensualidad encerrada en el lenguaje de la representación plástica o pictórica. Ese es inevitablemente el caso aquí, ya que el artista francés utiliza sus medios propios y veta todas las formas de interferencias literarias. Esa impermeabilidad me parece evidente sobre todo cuando se refiere a las formas poéticas surrealistas, contrariamente a lo que afirman los necios de gran renombre que han tachado al surrealismo de literaturalidad”. Para Renzo Margonari, la relación principal entre el arte de Christian d’Orgeix y la literatura se teje en torno a Lautréamont, pero también a Jarry –y, musicalmente, a Erik Satie, de quien hizo incluso un retrato, en 1980.
Orgeix, “maestro de la
fantasmagoría”, es “un experimentador bulímico e insaciable de técnicas
pictóricas, tan pronto impulsado hacia los confines de lo informal como
seducido por la sugestión evocadora de la materia cromática”, y afinando el
perfil que de él traza, Margonari observa cómo sus cuadros, contrariamente a
sus dibujos, parecen gobernados por la materia misma. Nada hay, además, del
eclecticismo cultural que invitaría a suponer el hecho de sus múltiples
frecuentaciones, a las que nos referíamos antes: “Christian d’Orgeix es un
artista libre, un «hombre libre», libertario y libertino, hasta el punto de encontrarse
libre de sí mismo, virtud cada vez más rara. Es así como su estilo consiste en
poseer todos los estilos, y manejarlos todos es como no poseer ninguno. Para un
surrealista es necesario evitar el academicismo de su propia marca estética,
puesto que la afirmación del estilo implica la confirmación reiterada de los
estilemas, los cuales, incluso cuando son singulares, determinan la repetición
de los datos técnicos y de los imaginativos, una repetición que él rechaza
sistemáticamente”. Y que el propio Renzo Margonari, añadiría yo, también
rechaza, a diferencia de la mayoría de los artistas, entre los cuales, aunque
sean legión, comienza uno por pensar en el Dalí post-surrealista.
Una sorpresa de este catálogo es
encontrar una serie de muñecas al modo hopi elaboradas por Christian d’Orgeix en
los años 50. Otros título sugestivos para quienes nos movemos en el surrealismo
son La analogía de los contrarios, El pato de la duda, El mono no gramático, La
mandrágora de Christian d’Orgeix, Tótem,
Juego de azar, Mercader de rocío... En cuanto a Los ancestros que no existen, obra del azar es que la temática de
los ancestros me apareciera por partida triple la misma tarde en que veía esa
aguada de 1954: la trata, quizás en la estela de Ted Joans (y hoy habría que nombrar también a Jean-Claude Charbonel y sus armorígenes), Ronnie Burk (por
ejemplo, en “Mundo invisible”) y, después de leer sus poemas, cuando estaba con
el libro de Christian d’Orgeix, casualmente sonó el blues hablado (y con slide) de J. W. Warren “Corinna”, donde
se refiere la saga de esta muchacha algo violenta, que “mató a su madre, a su
padre, a su abuela y a todos sus ancestros”, dándose a la fuga durante treinta
largos días, perseguida en medio de la niebla por una jauría de sabuesos!
La pintura de Christian d’Orgeix,
bella como la huella de las olas en los petroglifos de las islas volcánicas.