El reciente libro de Joana Stichini Vilela y Nick Mrozowski Lx60 (D. Quixote, 2012), sobre la vida en Lisboa
durante los años 60, nos depara una sorpresa en las páginas 72-73. Se trata de
una composición hecha a partir de una serie de fuentes, sobre la divertida
tentativa de derrumbamiento de la dictadura salazarista, que en la gloria esté,
por un grupo de surrealistas en un año indeterminado de aquella turbulenta
década. Las fuentes son: Luiz Pacheco, Prazo de validade (Contraponto, 1996); Carlos Loures (a partir del relato del dramaturgo
Virgílio Martinho), “Operação Papagaio. A acção armada dos surrealistas contra
a dictadura”, http://estrolabio.blogspot.com;
Fernando Correia da Silva (a partir de lo que le contó su amigo Mário Henrique
Leiria), “Operação Papagaio”, http://www.vidaslusofonas.pt; y Luis Filipe Costa
(radiofonista participante en la operación), entrevista del 14 de marzo de
2012.
Por lo poco o nada conocido de esta aventura, pero también por su
interés como inspiradora de similares acciones conducentes al derrumbamiento de
los actuales estados mundiales, traducimos y aireamos este documento.
Luiz Pacheco, escritor próximo de los surrealistas: “Quince años
antes de abril del 74, hubo una tentativa para derribar el régimen salazarento
que no consta en los compendios de la Historia. Nombre de código: Operación
Papagayo. Conspiradores participantes: una alegre muchachada que se
acostumbraba reunir al atardecer en el Café Royal”.
Carlos Loures, a partir del relato del dramaturgo Virgílio Martinho: “En
1959, sé que no ocurrió nada, nadie de aquel grupo fue detenido en ese año. Me
inclino por 1962 o 1963. En un viaje de cacilheiro,
Virgílio Martinho me contó que Forte y algunos amigos más habían estado en
prisión, pero no conocía los pormenores. Fue él quien por primera vez me
describió en lo que consistiría la Operación Papagayo, nombre de código para
una tentativa de derribo de la dictadura, hecha por gente del llamado grupo del
Café Gelo y del Café Royal –António José Forte, Renato Ribeiro, Manuel de
Castro y Mário Henrique Leiria, que no pertenecía al grupo, pero que era gran
amigo de algunos de sus elementos”.
Fernando Correia da Silva, a partir de lo que le contó el amigo Mário
Henrique Leiria: “Me cuentan que la mayoría de los asiduos del café A
Brasileira, en 1961, ya se sabe, francachela colectiva: tú y un grupo de
loquinarios, entre los cuales el dramaturgo Virgílio Martinho y el poeta
António José Forte, están programando, de mesa a mesa y en voz alta, la
revolucionaria Operación Papagayo. Una de las noches siguientes, ustedes se
proponen tocar a la puerta del Radio Clube Português, que queda en Parede, al
lado de Carcavelos”.
Luís Filipe Costa, radiofonista participante en la Operación Papagayo: “Era
primavera. Mi primo, Henrique Santos Carvalho, que ya había estado nueve meses
preso por ser del MUD juvenil, vino a hablar conmigo y me dijo: «Vamos a hacer
esto y tú eres la pieza clave». Solo porque trabajaba en el Rádio Clube. Era
por entonces un aprendiz. Él no formaba parte del grupo de los surrealistas,
pero andaba con ellos. Yo también fui muchas veces al Gelo y al Royal. Pero
estas cosas eran discutidas fuera de los
cafés, en jardines y otros lugares aislados. Si había algo bien hecho era la
segmentación de las personas. Cada uno sabía de sí mismo y de dos más”.
Pacheco: “El plan, minuciosamente estudiado y preparado, era
valeroso y magnífico, de impagable simplicidad: asaltar el Radio Clube
Português, en Parede, apoderarse de los estudios y difundir un mensaje que
llevaban grabado, no sé si en disco o en casete”.
Costa: “Fue un acto desesperado. Fuimos nosotros quienes hicimos la
grabación, a la una o las dos de la mañana, en la APA, en la Rua Nova da
Trindade, Chiado, donde yo también trabajaba. Creo que la voz era la de Forte.
Decía las cosas de costumbre, una especie de «Avante» de dos o tres minutos. Se
llamó Operación Papagayo porque «papagayo» era el locutor”.
Leiria: “Contiene marchas militares, también el Himno Nacional
tocado frecuentemente y, cada cinco minutos, noticias sobre movimientos
militares para derribar el Gobierno. Acaba invitando a la población a dirigirse
a la Baixa de Lisboa para saludar a los militares victoriosos”.
Pacheco: “Manifiesto arrebatador, diré incluso eufórico, alucinado.
Como en un número de magia, creo que esperaban que, del Portugal profundo,
multitudes salieran a la calle enfurecidas, armadas de palos, azadas, chuzos y
piedras. Poseídas de democracia, ¡oh! ¡oh!”
Martinho: “Con la casa de Mário Henrique Leiria sirviendo de apoyo,
ya que tenía una morada en la plaza principal de Carcavelos, junto a la iglesia
y al Café S. Jorge, trasladándose en dos coches, hacia las diez de la noche
atacarían el Rádio Clube de Parede. Disponían de informaciones dadas del
interior de la estación”.
Costa: “Mi papel era asegurar que las condiciones estaban reunidas.
Cuando ya estuvieran en Parede me telefoneaban, y yo daría una respuesta
cifrada diciendo que podían avanzar. El Radio Clube –una casa muy graciosa con
jardín– reunía todas las condiciones para ser asaltado: a la hora de cenar solo
se quedaba un técnico y un locutor; luego, era posible tener dentro a un
infiltrado; tercero, los estudios estaban en el sótano, completamente aislados.
Ellos entrarían, los cogerían a los tres, pondrían a andar la bobina y se
marcharían. Se colocarían unos papeles, para entorpecer, que dirían: «Hay una
bomba ligada a la máquina», «No pise, porque a partir de aquí hay minas». Todo
mentira”.
Leiria: “Allí dentro hay apenas un conserje mientras rueda la
bobina con el programa nocturno «Compañeros de la alegría». La puerta está
abierta. Ustedes le apuntan un revólver, lo inmovilizan, lo amarran y lo meten
en un cubículo que después cierran por fuera, con candado. Entran en el estudio
y cambian la bobina”.
Pacheco: “Podrá parecer fantástico, pero tal plan tuvo apoyantes
responsables: les fue entregada una maleta llena de auténticas armas de guerra
(dudo que las supiesen manejar)”.
Martinho: “Mário era entendido en armas; los demás eran lo más
civiles que se puede ser”.
Costa: “Que yo viera, había tres armas, y solo una tal vez
funcionara. Se esperaba que no fueran necesarias. Conseguir esto en la Lisboa
de los años 60... solo mi primo”.
Pacheco: “¿Qué ocurrió en Parede? Al llegar al Rádio Clube
portugués, los coches de los conspiradores se encontraron con un obstáculo
inesperado, imponderable: había allí, en el campo de patinaje, un desafío de
hockey, con público y un policía (el gratificado) mirando. Se creó una
discusión en el interior de los coches: ¿qué hacer?”.
Costa: “El día señalado, yo estuve allí. Poco después de la hora,
recibí una llamada de teléfono diciéndome que se abortaba todo porque el tipo
encargado de conseguir los tres coches se había rajado al final. Ese tipo, que
era un gran hijo de puta, unos días después estaba en la Brasileira contando
que «tuve una aventura... íbamos a hacer un asalto... estábamos bien
preparados. Tres armas. Si los tipos hubieran reaccionado, habría habido una
masacre...» La Brasileira, que quedaba a 100 metros de la PIDE. Debe haber sido
ahí donde se pudieron al corriente. Nunca se supo con certeza”.
Pacheco: “Cómo la PIDE se enteró más tarde, no lo puedo explicar,
nunca lo supe. Había versiones.”
Costa: “Mientras, mi primo, que vivía en Parede con una finlandesa,
enterró las armas en el jardín. El primero en ser detenido fue él. A las tantas
de la mañana fueron a buscarlo y le hicieron un interrogatorio no muy violento.
Él, claro está, no dijo nada. Una semana después, a la misma hora, se llevaron
al segundo, que creo era Forte. Pasada una semana, un tercero. Y siempre la
misma pregunta: «¿Dónde están las armas?» Solo mi primo lo sabía”.
Pacheco: “Debe señalarse que la PIDE, ante muchachos desgreñados y
con poemas en los bolsillos, se tomó la cosa al cachondeo. Se partieron de
risa. Su gran interés eran las armas”.
Leiria: “Durante el interrogatorio, los agentes, a cada momento,
salían al pasillo para lanzar carcajadas”.
Costa: “Estaban todos presos en el Aljube. Se encontraban en el
recreo: «Tenemos un problema, que es hablar». Contarle cosas a la policía era
lo peor que se podía hacer, pero ellos pensaron: «¿Vale la pena fastidiar a
toda esta gente por esto?» Mi primo les dijo dónde estaban las armas, y aquello
no pasó de ahí. En un momento terrible, no se iban a preocupar por un grupo de
niños”.
Pacheco: “Ni siquiera se hizo un proceso, ni siquiera aquello
trascendió al público. Uno a uno, tras un corto período de detención, nos
mandaron a casa”.
A continuación vemos una caricatura del grupo del Café do Gelo,
retratado en 1958 por Benjamim Marques. El segundo por la izquierda es Luiz
Pacheco, y el tercero Mário Cesariny. Siguiendo a la única figura femenina está
António José Forte, y el segundo por la derecha es Virgílio Martinho. António
José Forte le diría a Ernesto Sampaio en una entrevista de 1988: “En el Café
Gelo encontré la poesía en su primera forma bárbara, que es la forma del inicio
de todo. Los cafés se perdieron, fueron asesinados. Se perdieron, es decir, yo
creo que perdí sobre todo lo que me robaron”. Debajo tenemos una foto del Café
Royal, en el mágico Cais do Sodré.