Mário Cesariny dedica este beligerante número noanoesco a los dos caudillos del liquidacionismo surrealista: Jean Schuster y Jose Pierre. Se tuvo el trabajo de copiar el manifiesto que les habían dedicado los surrealistas argentinos con motivo de su última impostura, que tuvo lugar en São Paulo durante una llamada “Semana surrealista”, en la que los dos vividores a costa del surrealismo fueron convidados “de honor”.
No hace falta volver sobre una cuestión hace tiempo zanjada y en la que hoy cae el oprobio total sobre Jean Schuster en particular, pero también sobre su grupo de secuaces. Creían enterrar el surrealismo, pero se estaban enterrando a ellos mismos. ¡Que le vinieran a decir, al viejo león de Lisboa, unos señoritos de París, que el surrealismo se había acabado porque ellos así lo decretaban! ¡Váyanse ustedes a paseo! ¡Sálganme de aquí con el rabo entre piernas!
Schuster es tratado por los argentinos como embustero y mentiroso, y Jose Pierre como parásito del arte surrealista. Pero si de Schuster muy poco queda, de Jose Pierre restan algunos libros magníficos sobre el arte y los artistas surrealistas. Cuando Jose Pierre estaba con su amigo era tan dogmático e intolerante como él, pero, como era también –¡afortunadamente!– un viva la virgen, de pronto podía, como en L’univers surréaliste (1983), decir que lo único que había acabado era el grupo de París, posición que en nada coincidía con lo que venían machacando Schuster y sus amigos, empezando por él mismo, ni con lo que fue diciendo en São Paulo. Del mismo modo, tras ignorar en la misma obra la existencia de Cesariny (y del surrealismo portugués), prefacia la traducción que Isabel Meyrelles hace de su poesía en 1994 (Labyrinthe du chant, colección “Clásicos de la poesía portuguesa”, L’Escampette), destacando el “papel mayor que en Portugal Mário Cesariny ha jugado y continúa jugando en la difusión del surrealismo y de sus «valores»” (cursivas mías). Ese prefacio era magnífico, ya que no se trata aquí de cuestionar la valía de Jose Pierre, como tampoco de ser retroactivos con las “batallas” por el surrealismo llevadas a efecto por Jean Schuster antes del “decreto funerario” del 69.
Precisamente ejerciendo de empresarios de pompas fúnebres, me los encontré yo en la Dulcería Egon de La Orotava en 1989, con motivo de una exposición sobre historia del surrealismo que tenía lugar en el Caam de Las Palmas de Gran Canaria, sin interesarme lo más mínimo trabar relación alguna con ellos, a diferencia de lo que hice con mi inolvidable Edouard Jaguer.
Aunque la hazaña liquidacionista está ya difunta y bien difunta, y al surrealismo ya no le interesan esas historias trasnochadas, este “manifiesto” sigue siendo válido para todas las chácharas (habladas o escritas, pasadas o recalcitrantes) de los enterradores del surrealismo que formaron parte del surrealismo.