Santiago Ramón y Cajal, dibujo neuronal, Universidad de Zaragoza |
Se publicó hace año y medio, en las Prensas de la Universidad de Zaragoza, el
sorprendente catálogo Fisiología de los
sueños. Cajal, Tanguy, Lorca, Dalí..., cuyo título de por sí habrá
producido el desconcierto de muchos –entre quienes me cuento.
En la introducción, Jaime Brihuega, experto en la vanguardia artística
española, señala el impacto de los sinuosos dibujos neuronales de Santiago
Ramón y Cajal –¡hizo más de doce mil!– sobre los pintores de la época y en
particular sobre Lorca y Dalí. Ramón y Cajal, célebre premio Nobel que vivió
entre 1852 y 1934, de joven quiso ser artista, vocación contrariada por su
padre, que era un típico cretino burgués. Consagrado a la histología, dibujó (y
luego fotografió), infatigablemente, la microscopía del sistema nervioso. En
sus Recuerdos escribirá: “El jardín
de la neurología brinda al investigador espectáculos cautivadores y emociones
artísticas incomparables. En él hallaron, al fin, mis instintos estéticos plena
satisfacción. ¡Como el entomólogo a caza de mariposas de vistosos matices, mi
atención perseguía, en el vergel de la substancia gris, células de formas
delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas
quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental!” Si lo que
aparecían en el microscópico mundo neuronal eran, más que jardines, verdaderos
bosques donde se combinaban infinidad de formas coloridas, y si esa infinita
variedad hace pensar en la creatividad inagotable de la imaginación humana, la
base de este catálogo, y de su correspondiente exposición, es otra analogía: la
de la concordancia visual entre ese léxico cerebral y el del automatismo
plástico en sus albores. Aunque Jaime Brihuega apunta que “el surrealismo había
hecho ya suyo el imaginario de la histología del sistema nervioso”, lo que se descubre
aquí es el impacto directo en Dalí y Lorca, quienes a su vez van a influir en
casi todos los pintores de la época, como Planells, Viola, Lekuona, Cristòfol,
Lamolla, Caballero, Domínguez, Moreno Villa, Togores o Miguel Prieto,
influencia que traspasará la época hasta llegar a un Granell (quien, como dice
Brihuega, “lleva a la plenitud del color algunos paisajes que Cajal vio en el
interior microscópico de seres en algún momento vivientes”) y a las figuras de
Dau al Set y cercanías, como Ponç, Tharrats o Saura. Del mismo modo, los
primeros dibujos automáticos de Masson y Tanguy, que deslumbrarán, vía La Révolution Surréaliste, a Dalí y
Lorca sumando su lección a la de los dibujos de Cajal, continúan en muchas
imágenes de Max Ernst, Miró, Paul Klee, Brauner o Calder hasta llegar a un Wols,
quien aparece bastante destacado en el catálogo. Que el retrato del cerebro,
tan en boga en la época de Cajal, ha sido una fuente artística de primera
magnitud, parece algo irrefutable.
Ángel Planells, El sueño de la voluntad herida, 1929 |
Dos excelentes trabajos son el de Javier de Felipe “Cajal y sus dibujos:
cuando la ciencia era arte” y sobre todo el de Ignacio Gómez de Liaño “Cajal
frente a Dalí: neurología y surrealismo”. Al señalar este que la “materia
prima” de la ciencia y el arte es la misma, o sea la imaginación, añade:
“Aunque el sentimiento o emoción que pueda experimentar el científico al
elaborar su teoría es irrelevante respecto al valor científico de la misma, en
el caso del arte el conocimiento no es en absoluto indiferente y eso por dos
razones: porque, desde un punto de vista artístico, solo se puede disfrutar de
lo que ha sido de alguna manera conocido, y porque el arte y la poesía son,
también, formas de conocimiento, y los sentimientos que suscitan están
íntimamente ligados al conocimiento”. Pero la gran revelación en este trabajo
de Gómez de Liaño la trae su indagación en los ignotos cuentos de Cajal,
incluidos en su libro de 1921 Charlas de
café. Los cuentos de este genial lector de Julio Verne están llenos de
hallazgos portentosos, no solo por la presencia de esas criaturas del cerebro
sino porque en ellos hasta aparece la mantis religiosa y se anticipa la más
grande creación de Dalí: sus relojes blandos. Gómez de Liaño intenta explicar
el silencio de Dalí hacia Cajal, quien por cierto hasta fue responsable del
laboratorio de la Residencia de Estudiantes. Entre las hipótesis que da, la más
convincente es la del senil reaccionarismo artístico del científico, que
condenaba todas las vanguardias en lo que parece ser lo único que empaña su
figura. En cuanto a Dalí, se inspiró siempre en la ciencia, aunque también
enunciara tardíamente esta verdad que para mí sigue siendo incontestable, al
menos por lo que se refiere al estercolero de las sociedades “avanzadas”: “El
progreso de las ciencias ha sido enorme, pero desde un punto de vista
espiritual vivimos el período más bajo de la civilización”.
Este excepcional catálogo no regatea imágenes, y la exposición sin duda fue
extraordinaria. Anotemos por último la importancia que se concede a los dibujos
de Dormir, dormir dans les pierres...,
uno de los libros más bellos que existen de colaboración entre poeta y artista,
y que fue el que Péret dedicó a Agustín Espinosa cuando visitó Tenerife en
1935, aunque era de 1929; señala Jaime Brihuega que es en estos dibujos de
Tanguy donde se manifiestan en todo su esplendor las analogías con el
imaginario histológico, “pues aparecen axones, neuritas, mechones pilosos,
relleno de superficie con punteados o con comas, metáforas celulares e incluso
segmentos verticales rematados con un punto negro que recuerdan a algunos
elementos que luego serán frecuentes en Lorca e, incluso, los alfileres
taxidérmicos de Dalí”, ello aparte de que en esos dibujos aparezcan también
“manos cortadas, un dedo y formas emuladoras de pliegues vaginales que harán
furor en Dalí y en Lorca”.