André Breton y Robert Lebel, 1965, Archivos Jean-Jacques Lebel |
Las obras completas de Robert Lebel han comenzado a publicarse, lo que era
ya una necesidad. Edita el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Ginebra y
se encarga de la presentación, la ordenación y las notas Jerôme Duwa, con
indiscutible competencia.
El primero de los cuatro tomos proyectados se dedica a los textos sobre el
surrealismo y lleva por título Le
surréalisme comme essuie-glace, 1943-1984. Se cierra con un ensayo de
Gérard Durozoi.
Lebel tuvo una relación muy libre con el surrealismo, al que se acercó ya
en 1928, para alcanzar en los años del exilio americano su mayor adhesión.
Sobrevivió a varias crisis del grupo, y mantuvo siempre la amistad con Breton.
Pero también persistió la que tenía con figuras que se habían vuelto
indeseables, como en concreto Patrick Waldberg y Max Ernst. Después del 69,
participa en la continuidad de Surréalisme
y el Bulletin de Liaison Surréaliste,
pero también aparece apadrinando, ya en la hora senil, la siniestra broma de la
Asociación por la Cultura, Tecnología, Urbanismo,
Artes y Letras, último nicho en que se cobijaban los que habían decidido
continuar la aventura surrealista... sin usar la palabra surrealismo.
Este volumen
incluye muchos textos importantes, aunque suficientemente conocidos: los de VVV (sobre John Quidor y la carta a
Waldberg); los de la enciclopedia Dacosta (en la que Lebel fue figura capital);
el del catálogo Le surréalisme en 1947;
el del Premier bilan de l’art actual;
la respuesta a la encuesta de L’art
magique; “André Breton, iniciador de la pintura surrealista” y su
contribución al homenaje a Breton de L’Archibras;
el diálogo con Ernst incluido en los Écrits
del artista; el texto del número sobre el surrealismo de Opus International; el gran ensayo sobre Tanguy; y sus citadas
aportaciones a las revistas surrealistas parisinas de los años 70, una de ellas
titulada “Essuie-glace” o sea “Parabrisas”.
Hay textos menos o
nada conocidos, ya que proceden de revistas generales o pequeños catálogos. Así, Lebel escribe sobre Jacques Hérold
ilustrador de Sade, sobre Dorothea Tanning, sobre Alexander Calder (denunciando
ya en 1955 –¡no le esperaba nada!– el mamotretismo escultural), sobre De
Chirico (relacionándolo con Duchamp), sobre el ensayo edipiano de Gérard
Legrand, sobre las esculturas de Jean-Jacques Duprey, sobre Isabelle Waldberg,
sobre Wifredo Lam, sobre Max Ernst. Algunos de estos textos son meramente
divulgativos, como el que dedica en 1971 a la vida y milagros de su consagrado
amigo Max Ernst, situándose en el otro extremo tres de los cuatro dedicados a su
amada Isabelle Waldberg, que es una pena no se hayan incluido en el lujoso
volumen publicado en 1992: el de 1960, sobre sus “seres-plantas”, el de 1971,
“Isabelle Waldberg a la entrada o salida de su palacio de la memoria”, y el
sueño de 1984, “Reminiscencia en claroscuro de una exposición de Isabelle
Waldberg”.
En 1967, Lebel
escribió para el volumen italiano Metafisica,
dada, surrealismo (repartiéndose el trabajo con Michel Sanouillet y Patrick
Waldberg, ¡qué compañías!) un largo ensayo, que ofrece muy escaso interés (se
trata de un aburrido repaso histórico a la expresión artística del surrealismo),
a pesar de que Gérard Durozoi lo considere “el texto más importante” del libro
y lo analice con un detallismo que no merece.
En una jugosa
nota, Durozoi se hace eco de la vez en que Breton tomó conocimiento de que
Duchamp había dicho que la “posteridad” quizás tendría una palabra que decir
sobre el Chirico espantoso. No deben dolernos prendas a la hora de decir que
Duchamp lanzó una monumental imbecilidad, incluso doble: por creer en el
absurdo de la “posteridad” y por insinuar que ese Chirico podría tener algún
valor. La nota de Durozoi, que también corrige lúcidamente a Lebel, merece
traducirse: “Robert Lebel relata en su artículo sobre De Chirico «la sorpresa
de André Breton» cuando tomó conocimiento de esa noticia de Duchamp «en que,
por primera vez, la relatividad hacía irrupción en la apreciación del arte». Se
podría considerar sin embargo que Breton y los surrealistas tenían ya la
experiencia de esa relatividad –al menos implícita cuando ellos revalorizan
obras hasta entonces descuidadas o desconocidas (el caso más flagrante siendo
el de Lautréamont). Lo que sorprendió a Breton fue quizás la aplicación de esa
relatividad a una obra que él acusaba de haberse renegado totalmente y de haber
perdido toda «carga»: ¿cómo podría apreciarse como positivo tal
empobrecimiento?”