La publicación simultánea de los números 101 y 102 deja ya Infosurr a solo un año del presente. Cada número, en 16 páginas, tiene ahora frecuencia trimestral.
Tras la desaparición de Édouard Jaguer, el problema del boletín era abarcar las numerosas ramificaciones internacionales del surrealismo por las que él se movía con toda seguridad y casi exhaustividad. Estos dos números muestran a Laurens Vancrevel como el nombre clave en esa difícil sucesión, aunque ella no pueda ser sino colectiva. Aparte ocuparse de Caleidoscopio surrealista, lo hace de las ediciones Sonámbula, Will Alexander, Jacques Abeille, Jan G. Elburg, João Rasteiro, una exposición sobre dadá y surrealismo en Rumanía y Simon Vinkenoog.
Téngase en cuenta que estos números ya coinciden con la existencia de “Surrealismo internacional”, por lo que algunos de los tema tratados ya lo fueron aquí mismo. Así, por ejemplo, las cuatro ediciones Sonámbula, por Bernar Sancha, Fernando Palenzuela, Susana Wald y Raúl Henao, o los libros de Will Alexander. De este traza una magnífica semblanza, como del Jacques Abeille narrador.
Al igual que Édouard Jaguer, tampoco deja pasar Laurens Vancrevel algunas imposturas, como la tesis doctoral leída en Utrecht contra Simon Vinkenoog, “un rebelde durante toda su vida” pero que se ve convertido aquí nada menos que en “modelo de manager en las organizaciones contemporáneas” (¡!). El nuevo doctor del cacao universitario “pretende dar un gran paso adelante al recomendarle a los jefes de organización imitar las maneras y las expresiones de los surrealistas, con el fin de triunfar en el mercado capitalista. Se trata de una ofensa infame a los principios del surrealismo y también a la memoria de Simon Vinkenoog”. En el tinglado universitario, cosas veredes.
Con respecto a la exposición citada, que tuvo lugar en 2011, de título “Las vanguardias artísticas judías de Rumanía”, Laurens Vancrevel cuestiona, con razón, la propia idea de la exposición, lo “delicado (o erróneo) de clasificar el arte moderno según las nacionalidades de los artistas, lo que es más cierto aún para movimientos internacionales como el dadaísmo y el surrealismo. Y aún más arriesgado es clasificarlo según las religiones o los orígenes étnicos”. Por otra parte, “muchas obras de estos artistas se encuentran hoy en museos de la cultura judía, cuando ellos no tuvieron nada que ver con el judaísmo”. Esta exposición dio un copioso catálogo, en el que Vancrevel destaca los textos de Radu Stern.
A la reseña que en el n. 100 hizo Laurens Vancrevel de Invisible Heads responde ahora Guy Ducornet, rechazando en particular al uso del término “disidentes” para referirse a quienes se distanciaron de Franklin Rosemont. Es un asunto del que ya he hablado aquí mismo, no queriendo por mi parte tomar posición con uno u otro bando, ya que no se trata de eso. En lo que sí coincidimos todos es en el rechazo terminante de lo acontecido a fines de los años 60, cuando se intentó, como dice Ducornet, “hacer del surrealismo histórico un cadáver que los «especialistas» patentados preferían ver enfriarse sobre sus mesas de disección universitarias”, y digo esto porque en otras páginas de estos dos últimos números aún nos topamos, dentro de la reseña de las cursilerías de un ex surrealista, con la vieja melopea del “fin del movimiento en 1969”, lo que me hace preguntarme en qué cuento de hadas vive esta gente.
En los enfoques amplios, nos falta anotar el de Stanislas Rodanski, por Hervé Girardin en el n. 101 y por Dominique Rabourdin en el 102, motivados por la aparición el año pasado del volumen colectivo Stanislas Rodanski. Éclats d’une vie. Las dos espléndidas páginas de Rabourdin se suman a otras muchas suyas, siempre en una posición lúcida y valiente, por lo que mucho agradaría verlas algún día reunidas.
El capítulo necrológico incluye notas de Ben Durand sobre Joseph Noiret, Richard Walter sobre Michael Bullock (más bien un pequeño homenaje, ya que esta figura tan interesante del surrealismo canadiense falleció en 2008) y Guy Girard sobre Jean-Pierre Guillon. Guy Girard anota poemarios de Hervé Delabarre (Le plumier de la nuit) y Raúl Henao (de nuevo los bellos Poèmes de l’amour-rose), Laurens Vancrevel de João Rasteiro (Tríptico da súplica y Elegia de Afonso) y Bastiaan Van der Velden de Eugène Brands (Las constelaciones en la arena y La fiesta de la defunción, ambos en las ediciones de Brumes Blondes).
Una página de sitios en la red ha hecho Guy Roche, siendo la más interesante la del blog de Ghérasim Luca.