Como siempre, Lou Dubois sorprende con una nueva serie de collages, en este caso de haikus y collages. El álbum, primorosamente editado (no podía ser de otra manera) por Venus d'ailleurs, se titula Cipango m'était conté, siendo Cipango el nombre antiguo del Japón (así era conocido, por ejemplo en los tiempos medievales). Son en total dieciocho planchas, casi todas dobles (en la parte final, todo se multiplica y exacerba) facsimiladas, con dos haikus cada una y llenas de personajes poéticos nipones que en este caso sustituyen a las habituales del surrealismo, aunque Man Ray asome en la estampa cuarta. En el origen de esta aventura collagista se encuentra el descubrimiento, en un rastro parisino, de un álbum japonés de fotos con grabados de laca y páginas de seda antigua.
La estampa que reproduzco cuenta con la presencia de Youki, que en japonés quería decir "rosa de las nieves" según me refiere el propio Lou Dubois, quien, amigo siempre generoso y atento, acostumbra señalarme las claves difíciles o imposibles para mí de sus collages. Pero hay mucho más, aparte el "explosivo fijo" que nos sitúa en el centro del surrealismo: "youkinensumo" es "youki n'en sut mot", youki no supo ni una palabra, porque "sut mot" se pronuncia como "sumo", luchador japonés; la témpera es aquí pintura al huevo, y por eso "dans le noir un oeuf explose"; Hiroshi Sujimoto es un fotógrafo japonés que admira a Marcel Duchamp, y por eso tiene los bigotes de la Gioconda...
Nunca he tenido muchas simpatías por las furias de haikuizar de tantos poetas occidentales. Aludiendo a "la degeneración mediática del zen y de las artes que de él derivan", Ricardo Paseyro se apoyaba en Arthur Koestler para esta cuestión de la insípida proliferación de haikus: "En 1956, la revista Haiku Research calculaba que por lo menos cuatro millones de poetas practicaban este arte –si es que se puede llamar arte a las incansables permutaciones de cuervos colgados de una rama, de ranas que saltan en un charco, de gotas que se deslizan a lo largo de los bambús y de hojas de otoño que susurran en las cunetas". Solo he abierto en tiempos recientes dos excepciones: la de Raúl Henao en Una alberca en la luna, por ser con él imposible una decepción, y esta de Lou Dubois, por ser una exploración de lo más original, al combinar los haikus con el collage, y por llevar como siempre el sello de su humor peculiar y de sus malabarismos verbales.