jueves, 9 de marzo de 2023

Picabia, el maestro de la sorpresa

La obra plástica y escrita de Francis Picabia permanece incólume como un monumento de frescura creativa, de desafío y de libertad. Presentamos algunas imágenes y una serie de escritos sobre él, como rápido homenaje.

Las dos primeras imágenes corresponden al cuaderno poético Fleur montée, que, firmado el 3 de septiembre de 1947, evoca maravillosamente sus relaciones con Suzanne Romain e iba acompañado de la litografía de una "escultura planimétrica" de su amigo Jean Arp. Sigue un homenaje de 1963 por E.L.T. Mesens, rehecho en 1970, ya que el primero se lo habían robado en Italia cinco años antes. Y por último, el de Frantisek Dryje, con arena, ya de 1999.

El documento de textos se abre con el poema de Camille Bryen de 1948 y con las palabras un año posteriores de Marcel Duchamp. Siguen las páginas de Arp, publicadas en 1950 y luego en 1955 "in memoriam Francis Picabia", y las que le dedicó Édouard Jaguer en 1949, pero que solo aparecieron en 1953, cuando Charles Estienne organizó un homenaje al artista, recién fallecido. También saluda entonces a Picabia Aldo Pellegrini, con un poema en la revista Letra y Línea, diciembre de 1953-enero de 1954. Ya en 1967 aparecía en el número 2 de L'Archibras "La fourchette de Picabia", capítulo de su fantástico Traité des fourchettes. Por último, del número 26 de Pleine Marge (1997) extraigo el estudio definitivo sobre Picabia y el surrealismo, obra de José Pierre. Me hubiera gustado incluir el precioso ensayo de Annie Le Brun que acompañaba un catálogo de 2002, pero forma ya parte de su recopilación Un espace inobjectif.




  
Francis Picabia (1879-1953). Casi doblando en edad a los jóvenes dadaístas y surrealistas, Francis Picabia se mantuvo independiente de todo grupo. Su gran apreciador fue André Breton, quien lo defendió siempre, incluyéndolo, como “uno de los grandes poetas del deseo”, en su Anthologie de l’humour noir y leyendo a su muerte, en el cementerio de Montmartre, unas emocionadas páginas.
La figura de Picabia no está exenta de aristas oscuras: sus entrevistas neoyorquinas de 1913 cantando los monstruos urbanos, la vida yanqui y la velocidad (como se le caería la baba de vez en cuando al hablar de la ciencia, del deporte, de la aviación...); su afición a los yates y a los coches (le gustaba fotografiarse con estos, y tuvo 127); su amor de la vida mundana; su aceptación de la Legión de Honor en 1933 después de haberse pasado la vida burlándose de quienes la habían aceptado; su sucesión de “etapas” pictóricas evocadoras de los cambios de la moda... Pero tuvo y mantuvo una actitud libertaria que sin duda lo sitúa en otro orden que el de los tres personajes que acabamos de tratar. Y dejó una obra de una creatividad y una vitalidad tan sostenidas como enormes.
Como dadaísta, dirigió la revista 391 en los tiempos de Littérature. Si en su revista colaboraron los jóvenes de Littérature, en esta participó él, hasta el punto de hacer las portadas de la segunda serie, que es donde se abrió paso ya definitivamente el surrealismo (en 2007, un catálogo de la galería 1900-2000 publicaría los 15 dibujos de Littérature, más 11 inéditos, luego, con adiciones, en el más amplio catálogo Man Ray/Picabia et la revue “Littérature”, 2014); también Les champs magnétiques, en 1920, llevó retratos suyos de Breton y Soupault. Breton escribió el texto de su exposición en Barcelona, 1922, luego incluido en Les pas perdus. Dos años después, en el n. 16 de 391, Picabia lo atacó, respondiéndole Breton con una carta que publicó Picabia al número siguiente, con el sarcástico título de “Una carta de mi abuelo”, pero lo cierto es que Breton daba en la diana al recriminarle su actividad banal (“Montparnasse, los Ballets Suecos, una novela muy aburrida, Paris-Journal, etc.”). Al año siguiente se reconcilian, manteniendo desde entonces relaciones “corteses”. Expuso en la Galerie Surréaliste, reproducciones y poemas suyos aparecen en La Révolution Surréaliste y participó en las exposiciones surrealistas del 36 y del 47.
En 1924 se proyectó la película Entr’acte, dirigida por René Clair, pero cuyo guion hizo Picabia y que debe todo su júbilo a él. En 1931, los surrealistas la reivindicarían en el manifiesto de L’âge d’or, y desde entonces forma parte de la más selecta filmografía específicamente surrealista. Aún Picabia, en 1928, haría otro guion, “La ley de acomodación en los tuertos”, espléndido, aunque no se llevó a la pantalla; puede leerse en el volumen de sus Écrits critiques.
Durante la Ocupación, fue complaciente con el invasor, lo que le valió el repudio de La Main à Plume, como le hubiera valido sin duda el de su “abuelo”. En 1951 publicó en Ma Revue un ataque a la ya dominante abstracción “académica”, que considera su pintura “no como un punto de interrogación por su ideal, sino como una apología”, llamándola “arte de penitencia”: “No hay en estos artistas ningún amor, sino ambición, un deseo de dominar (...) todo está arreglado como en un jardín inglés; y nada más.”
Al morir, aparte el homenaje de su amigo Breton, Aldo Pellegrini le dedicó un gran poema en el n. 3 de Letra y Línea.
Picabia es un clásico de la pintura moderna, por lo que disfruta de abundantes catálogos y monografías. Entre estas podemos nombrar la de Pierre de Massot (1966) y, pese a su brevedad, la de Alain Jouffroy; buenas páginas le han dedicado Jehan Mayoux (“La fourchette de Picabia”, en el n. 2 de L’Archibras, 1967), Hans Arp, Camille Bryen, Marcel Duchamp, Édouard Jaguer, Jean-Jacques Lebel (las de los cuatro últimos, incluidas en un catálogo que le dedicó la galería 1900-2000 en 1987) y Annie Le Brun. En 1963, Mesens le hizo un collage de homenaje con las palabras “F.P. I remember you well funny guy”, que, como se lo robaron, dio paso a otro, en 1970, y aún en 1999 Frantisek Dryje le hizo otro homenaje más, con arena. Las relaciones de Picabia con el surrealismo están tratadas por José Pierre en Pleine Marge, n. 26 (“Francis Picabia et le surréalisme”).
Menos conocida es su obra literaria, con teatro, la novela Caravansérail (inédita en su tiempo pero publicada en 1977, con un prólogo casposo de Jean-Luc Mercié) y el magnífico volumen Poèmes, aparecido en 2002 (con textos no menos salpicados de chorradas de Bernard Noël y Carole Boulbès, aunque esta al menos ha hecho un trabajo serio sobre el maestro y dista mucho de la estolidez profunda, por ejemplo, de la autora del grueso Picabia de las Éditions du Félin). Gran poeta fue Picabia, con más de treinta cuadernos, entre los que se nos apetecen los más surrealistas Jesus-Christ Rastaquouère (1920) y Thalassa dans le désert (con algunos poemas publicados en La Révolution Surréaliste). Su poema Fleur montée fue ilustrado en 1952 por una “escultura planimétrica” de Hans Arp, quien dos años antes había escrito un magnífico retrato suyo. Sus Écrits critiques han sido publicados en un contundente tomazo en 2005. Se deben también al “maestro de la sorpresa”, como lo llamó Breton, innumerables frases memorables.