Si los dos fascículos del
“compendio universal” Da Costa rechazan el anonimato sistemático de la
enciclopedia propiamente dicha, ello se hace en aras de un “anonimato mitigado”
que no debe malinterpretarse, del mismo modo que el anonimato anterior revelaba
no el deseo de ocultarse o el simple gusto de la farsa, sino en todo caso
razones éticas que tienen que ver con el deseo de “ocultamiento” que había
manifestado André Breton. Ahora, las razones ya apuntadas llevan a una combinación
de anonimato, uso de seudónimos y firmas, la mayoría pertenecientes al grupo
surrealista, al tiempo que, paradójicamente, ya no colabora André Breton. Los
fascículos del compendio confirman definitivamente la relevancia tanto de
Robert Lebel como de Isabelle Waldberg, quienes, en el artículo “Preámbulo” del
segundo fascículo reconocen al surrealismo como “una fuerza actuante”,
añadiéndose en una nota a esa afirmación que “no debe perderse de vista a
Breton”.
Isabelle Waldberg, 1942 |
A las beligerancias apuntadas, y
que son constantes del surrealismo, deben añadirse las que se enfrentaban al
status quo parisino del momento: estalinismo y existencialismo. El primero es
alcanzado a través de un artículo sobre Engels de Lebel; como comenta Kleiber,
“perfectamente irreverente con respecto al filósofo, este artículo, presentando
al materialismo dialéctico como una doctrina obsoleta de teórico militar, tenía
que escandalizar los rangos marxistas, cuya influencia era, acabada la guerra,
más intensa que nunca”. Pero el existencialismo sale aún más mal parado, como
muestran los artículos “Erratum”, “Essence”, “Estorgissement” y “Estética”. En
el primero, Jean Ferry hace burla fantástica de un poema de un tal Olivier
Larronde que, en Le Temps Modernes, había sido publicado con unas
irrisorias erratas cuya corrección, confrontando “texto pirateado” y “texto
oficial”, fue presentada solemnemente al número siguiente de la tan
“revolucionaria” revista, que además, por pluma de su propio big boss,
no había dejado de denigrar a la poesía (y, con ella, al surrealismo).
“Esencia” (“sustancia muy volátil que se extrae de los libros de piedad y de
filosofía”), de Lebel y/o Duits, no va a la zaga, convertido Juan Pablo en “ese
inocente que piensa” y arriba de la página una errata que sustituye la ESS de
“Essence” por una SSS. Citas de Sartre y de Gabriel Marcel son deformadas o
inventadas en “Estorgissement”, pero el blanco es sobre todo la filosofía
heideggeriana y su abstrusa jerga, que el propio vocablo parodia. Todas estas
entradas se encuentran en la Enciclopedia, la de “Estética” obra de Bataille.
Ya en los fascículos del
compendio, topamos con otros bombos de la fiesta: Giacometti, Picasso, Isidore
Issou... “Bonjour M. Giacometti” –de Robert Lebel o Isabelle Waldberg– denuncia
el retorno al realismo de este artista de tan fértiles hallazgos durante la
década anterior, y cuya reciente exposición en Nueva York había llevado un
texto de Juan Pablo, titulado “La busca del absoluto”. Para el artículo del
pintor colombófilo, Lebel manipula un texto de Théophile Gautier sobre el
prebendado Meissonier (cuyo academicismo, como es sabido, ya marcaba al Dalí
decadente). Isou, tan hinchado en la época, recibe nada menos que tres
entradas: “Isidore”, “Isou” y “Expression”, este último en la Enciclopedia, con
una magistral tomadura de pelo a la pretenciosa tomadura de pelo que podía
considerarse la teorización de la poesía letrista recién llevada a cabo por el
“profesor Isidore Issou”. Si nadie ha podido atribuir este artículo, el de
“Isidore”, pastiche de los procedimientos letristas, es obra de Isabelle
Waldberg, y el de Isou, complementando de inmediato al anterior y confundiendo
al personaje con un homónimo arzobispo de la iglesia armenia, de Robert Lebel.
Uno de los grandes artículos,
pequeña obra maestra, es el de Lebel “Huamour”, muy extenso, rechazando la
seriedad y las limitaciones del “amor cortés”, aunque yo diría que aquí se
produce una reducción abusiva, ya que el amor cortés no es la caricatura que de
él hace Lebel y es también la poesía de un Guillermo de Poitiers –el “enemigo
de todo pudor y de toda santidad”– o del enloquecido Peire Vidal (la
interpretación que Lebel hace de las ceremonias caníbales kwakiutl, en una
carta ya conocida, aunque nunca hasta ahora transcrita integralmente, no
resulta menos decepcionante). “Huamour” incluye referencias al manifiesto
surrealista sobre L’âge d’or y a otra limitación en la materia, la sadiana:
“Se podría reprochar a Sade el no haber ido hasta el fin del humor, ya que
coloca al amante al abrigo del humor del ser amado”, y es que “el humor es
incompatible con la posición de amo”, “el huamoroso no puede arriesgar su humor
sino amando, como no puede dar prueba de su amor sino exponiéndolo a la risa
posible del otro. El huamor no se concibe sino entre iguales”. ¡Efectivamente!
Entre los artículos de los nuevos
incorporados, hay algunos que merecen destacarse, empezando por los de Maurice
Baskine, el surrealista alquimista, que son “Adán” y “Eva”, este antes del
primero, lo que, como advierte Kleiber, está de acuerdo con el sentido general
de su contribución, el de una valorización del principio femenino”. El interés
de Baskine por la cábala fonética se exhibe en ambos artículos, pero el
lenguaje mistificador no falta por ello, inventándose unos Orígenes cósmicos
del género humano obra de un Da Costa más; Patrick Waldberg, en el muy
bello texto que le dedicó a Baskine (Promenoir de Paris, 1960), ya
señalaba la combinación de “cábala lingüística y humor difractado” en estos
artículos del Memento. De Francis Bouvet es el artículo “Conserva”, otra
muestra de humor negro, con referencias canibalescas, lo que nos permite
recordar algo crucial, y es que la Antología del humor negro solo fue
difundida verdaderamente en 1945, la Enciclopedia Da Costa no solo
abundando en textos de humor negro, sino siendo incluso vista por Klieiber, en
su conjunto, como una “obra maestra de humor negro”.
Firmado por el inolvidable
Jindrich Heisler viene el artículo “Sugestión”, pero resulta ser un pasaje de El
otro lado de Alfred Kubin, y Heisler lo que debió hacer es sugerir su
inclusión. Por entonces, proyectaba editar en París una traducción hecha por
Ludvik Kundera, y, como sugiere Kleiber, quizás por consejo suyo aparecería en
el Almanach surréaliste du demi-siècle una ilustración de Kubin.
Luego hay dos breves textos
anónimos, ya identificados: “Chiens”, que es un pasaje de Artaud, y “Éclair”,
de Jakob Böhme. Sin atribuir está en cambio el de “Crítica”, donde se rechaza
toda crítica “constructiva”, vista como “operación de censura”. No puede dejar
de resaltarse, en fin, la “Encuesta” sobre “la próxima encarnación del mal”,
que hace pensar en el gusto surrealista por las encuestas de revistas, vistas
por Kleiber como menos directamente “provocadoras” y “más serias” que la de la
Enciclopedia, aunque esto es insostenible, muchas de ellas teniendo un claro
componente lúdico y a veces hasta de irrisión.
La edición aún guarda al final
una sorpresa: la transcripción de una suculenta serie de inéditos que tenía
Michel Waldberg, entre los cuales hay algunas joyas. “Être et le néant (L’)”,
de Lebel, comienza así: “Ópera cómica en cuatro actos, libreto de Jean-Paul
Sartre, música de Heidegger”, pero lo que sigue es aún mejor. “Étron” es una
invitación que Jean Ferry le hace a Klossowsky, quien acaba de publicar Sade
mon prochain, para que lo visite en su casa y así poderle escupir en la
cara. “Fe”, sin firma, es de una sorna pasmosa, e hilarante la solicitud de
Lebel que comienza “Importante firma demanda empleado serio dispuesto a
trabajar noche y día con peligro de su vida” y concluye informando que “la
preferencia será dada a un antiguo combatiente de las dos guerras presentado
por sus padres”. “Incesto”, de Maurice Baskine, se limita a la definición:
“Comercio bíblico” (de Baskine hay también los vocablos “Mercurio” y
“Séraphine”). “Miseria” no lleva firma, pero define bien la “atmósfera” del
París de la época: “Señalemos a nuestros lectores de provincia la gran miseria
que reina en París, esa capital de la inteligencia. Allí no se hace, no se dice
prácticamente nada. Se vive mal que bien de lo adquirido, de los recuerdos, y,
si hace falta, de lo adquirido y de los recuerdos de los otros”. La Da Costa
fue un intento de un puñado de espíritus libres por salir de ese marasmo.
¡Pena que no la tengamos
completa! Dejaría chica a la de Novalis, que, también incompleta, es la única
que se nos ocurre esté a su altura. Pero la muestra es suficiente, y debe
reconocerse a Pierre-Henri Kleiser el colosal trabajo que ha llevado a cabo con
una materia fascinante. Su único resbalón lo da en la página 264, cuando opina,
después de tantos atinos, que el surrealismo acabó “por pactar con el enemigo
institucionalizándose, es decir, cayendo en el dominio público y diluyéndose en
él”. ¿Cuándo habrá ocurrido eso exactamente, tanto el pacto como la dilución?
Aquí no tenemos noticia de nada de eso.
Las pequeñas viñetas de los tres
fascículos son como “ready-mades”, pero para acabar nada mejor que esta página sin
palabras, una plancha del alfabeto gestual de los sordomudos, ilustrando la
entrada “Erotismo”: