Lo que será incluye un
dossier sobre los juegos surrealistas, en forma de “Almanaque de juegos
surrealistas para 2014”. La compilación y edición la hace Kenneth Cox, quien
aporta el ensayo, muy brillante, “El juego del surrealismo”.
No hace falta aquí señalar la
importancia capital que el juego colectivo ha tenido en y para el surrealismo,
desde sus orígenes hasta la actualidad. Tan grande es esa importancia, que yo
lamento, en la cronología final de Lo que será, no haber abierto una
categoría para los juegos (ya que se me ocurrió demasiado tarde). En su texto,
Kenneth Cox, tras señalar cómo el juego ha sido una de las señas de identidad constantes
del surrealismo, resalta, entre otras cosas, la importancia del espíritu con
que se juega (su sentido de aventura), el carácter improductivo y “no
científico” de los juegos y la necesidad de una presencia física que implica el
rechazo de cualquier juguetería “on-line”. Incluso es cierto, como apunta, que
en las últimas tres décadas ha habido una revitalización y expansión del juego
surrealista, desarrollándose y adoptándose algunos del pasado e inventándose
muchos nuevos, esto segundo, a mi juicio, mucho más habitual, y evidencia palpable
de que no hay un regodeo en el pasado –adviértase, por lo demás, el carácter
efímero de los juegos surrealistas, si exceptuamos los cadáveres exquisitos,
que siempre se han explorado, con variantes innumerables.
Los doce juegos del almanaque son
elaboración de once grupos, ya que el de Estocolmo repite, siendo los otros el
de Portland, el de Madrid, el de Leeds, el de París, el de Atenas, los dos de
Londres, el del Río de la Plata, el checo y eslovaco y el de Chicago.
Los más antiguos son los del
grupo de Chicago y el grupo checo y eslovaco. “El restaurador”, de estos
últimos, lo conocemos a través del n. 1 de Surréalisme (1977). Esto
podría hacer pensar en un anquilosamiento de este grupo, cuando, paradójicamente,
es el más fértil en la invención de juegos en todo el panorama del surrealismo,
como sin ir más lejos muestra a las claras ese maravilloso catálogo Other
Air que nunca me cansaré de elogiar y recomendar, dedicado a las
actividades del grupo en las últimas dos décadas. El del grupo de Chicago
apareció en el n. 3 de Arsenal: el potlach de los viajeros del
tiempo, con regalos a Jarry, Fourier, Memphis Minnie, Ann Radcliffe, Osceola,
Peetie Wheatstraw, Cornell, Thoreau, etc.
Abre el fuego el grupo de Estocolmo,
con un muy reciente juego inspirado en un sueño de Mattias Forshage: ¡la visita
a un cementerio que a la vez era un almanaque!, y parte de la asociación que
cada jugador hace de un objeto a un mes del calendario para desembocar en una
serie de escenas tridimensionales correspondientes. El otro juego, presentado
en 1988 en la revista surrealista sueca Kristall, pone en el tapete
sobres sellados donde cada uno tiene designado un lugar de la ciudad en que se
encontrará con otro componente del grupo al que, en el trayecto, le buscará un
regalo idóneo; al final del día, cada uno tendrá un número de objetos con que
construirá un montaje, sobre el que escribirá una interpretación. Claro está
que yo aquí simplifico, yendo además la descripción de cada juego acompañada de
un ejemplo o de una reflexión sobre él.
“Un juego de refutación” es el
del grupo parisino, en este caso partiendo de una fotografía intrigante que hay
que interpretar, para que el siguiente participante refute esa interpretación y
haga la suya. La comparación de las secuencias dará pie a una interpretación
final que permitirá “localizar estas series de eventos imaginarios en un lugar
inesperado en el entrelazamiento de los deseos entre los mitos latentes de ayer
y de hoy”. En el ejemplo que se aporta, una foto elegida por Guy Girard es
interpretada por Claude-Lucien Cauët, procediendo Joël Gayraud a refutar esa
interpretación, de modo no menos delirante.
El grupo de Atenas se basa en los
“surrealist survival kits” evocados por primera vez por Leonora Carrington en
sus encuentros con Penelope Rosemont, y el del Río de la Plata es un “sencillo
procedimiento para promover la obra del Marqués de Sade”. Slag (Surrealist
London Action Group), con el juego de una puerta roja itinerante, a través de la
cual se mira, busca por una parte proseguir su actividad de “surrealización de
Londres” y por otra la exploración colectiva mediúmnica, mientras que el grupo
surrealista de Londres inventa “el juego frenológico”, poniendo en
correspondencia las zonas del cerebro humano con las de Londres.
El grupo de Leeds parte de 16
fotos de ventanas encortinadas, hechas por Ian Breakwell, quien acompañaba cada
una de un texto en que imaginaba lo que había u ocurría tras ellas. Este es un
juego de indagación de la memoria, en que intervienen de nuevo los objetos.
El “juego de las horas”,
elaborado por el grupo de Madrid, cierra el año, para mostrar la existencia de
un “tiempo poético surrealista”, partiendo de un reloj sin manecillas, en el
que cada jugará elegirá una hora para él decisiva, inscribiendo una sentencia
en el lugar correspondiente. Las respuestas de Bruno Jacobs, Noé Ortega,
Vicente Gutiérrez Escudero, Javier Gálvez e Inés Mendoza son las reproducidas,
siendo la de esta última la más breve: las once de la mañana, porque “es la
hora amarilla”.
Ninguno de estos juegos es
alambicado, lo que está muy bien, ya que detestables son los juegos de
complicadas y férreas reglas, del mismo modo que detestables son el espíritu de
competición y el componente de engaño al otro que tienen la mayoría de los
juegos civilizados. Como modelo de esa sencillez, puse antes el juego
del grupo de Portland, que yo mismo, mentalmente, empecé a jugar al leerlo, con
los números que ahí aparecen.
Lúdico ha sido siempre el
espíritu del surrealismo, y aquí mismo vemos dicho espíritu en dos páginas de Lo
que será, donde se reproducen una caja de Her de Vries y una foto de
Bastiaan Van der Velden, nombres de esas Brumas Rubias que han sido esenciales
en la historia del surrealismo: