El número 104 de Infosurr
viene acompañado de un índice de los primeros cien números. Como este
corresponde al trimestre octubre-diciembre de 2012, hay ya coincidencias con
novedades tratadas aquí, pero también aparecen cosas anteriores o de las que yo
no he tenido noticia. Entre las primeras tenemos: Crisis de la exterioridad,
edición del Grupo Surrealista de Madrid; Femme en songe de Ludwig Zeller
y Les cités légendaires de Guy Cabanel, ambos editados por Sonámbula; Frágiles
tránsitos bajo las espirales, de Enrique de Santiago; Caixa gris, de
Álex Januário; Secrets in red and green, de Richard Misiano-Genovese y
Sergio Lima; Les hommages excessives, de Mário Cesariny; el número de
Derrame dedicado a Cruzeiro Seixas; L’impossible est un jeu, de
Alexandrian; Surrealism in Wales; The phantoms of surrealism, de
Neil Coombs; Presque rien, de Jacques Lacomblez y Laure Missir; la
exposición “El tiempo de las sirenas” de Suzel Ania; Lost words de
Penelope Rosemont.
De lo que me interesa y se me ha
escapado o es anterior a noviembre de 2011, se da noticia de Les
Hautes-Salles de Hervé Delabarre y de la muerte, a los 90 años, de Lothar
Klünner, a quien dedica una página entera Heribert Becker. Este poeta berlinés
se interesó por el surrealismo (entre otras muchas cosas) en un país y unos
tiempos en que ello era muy raro. Más sucinta es la nota sobre el canadiense
Paul-Marie Lapointe, el autor de Le vierge incendié, fallecido en 2011. De
otra figura del surrealismo canadiense, Claude Gauvreau, se comenta la Lettre
à André Breton, le 7 juin 1961, publicada en 2011.
En la vertiente polémica, Richard
Walter, más brevemente que Gérard Durozoi en los Cahiers Benjamin Péret,
advierte sobre el nuevo adefesio de Elena Poniatowska, quien ahora se ha
entretenido con la desdichada Leonora: “biografía para evitar, incluso para
huir de ella. Un futuro «biopic» adaptable por el cine hollywoodense”.
De los cuadernos Leiris y
Bataille se da el índice del contenido, donde hay de todo como en botica, y yo
diría que predominan los remedios malos. No hace falta insistir: ¡qué lejos nos
quedan esos cuadernos del de Benjamin Péret!