domingo, 19 de diciembre de 2021

Paulhan y Breton

Jean Paulhan aparece en el “Rendez-vous des amis” de Max Ernst, lo que le da sin duda mucho prestigio. Poco conocedor de su obra, yo lo menospreciaba algo, al considerarlo uno de tantos racionalistas de la literatura. Pues bien: mi valoración de este gran hombre de letras ha subido muchos enteros tras la lectura de su correspondencia con Breton.

La edición es muy buena, y Clarisse Barthélemy ha realizado un gran trabajo, con un estudio inicial muy denso y anotaciones certeras.

La relación entre Breton y Paulhan tiene dos grandes épocas, con un silencio entre 1926 y 1935, o sea coincidente con los tiempos en que los surrealistas decidieron ponerse “al servicio de la revolución”, desatendiendo a Antonin Artaud, para quien era la revolución la que debía ponerse al servicio del surrealismo. Para colmo, identificaron a la revolución con los imbéciles del PCF y el serial killer de Georgia. Paulhan (que por cierto venía del anarquismo) pone al desnudo las contradicciones del surrealismo al adherirse al PCF y denuncia la “ensalada marxisto-hegeliana” en que ha desembocado el ensueño de absoluto con que André Breton se había levantado en armas. Breton lo insulta y Paulhan le manda sus testigos, pero Breton no estaba para duelos. En 1935 hablarán de un “malentendido”.

En la primera etapa, Breton le dedica a Paulhan “Sujet” (1918) y hay una relación muy cordial, con un Paulhan que era mayor que Breton y a quien Breton respeta mucho, incorporándolo a Littérature. Henri Béhar, en el Dictionnaire André Breton, ya daba todas las pistas de esta entente de los años 20, así como de la segunda época, y Georges Sebbag, en el imprescindible Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie, ha indagado la cuestión del lenguaje tal y como se planteaba en ambos durante aquellos años fundacionales.

Pasan los ocho años de silencio y, tras la publicación de Posición política del surrealismo, se produce el reencuentro, en cartas que van rápidamente, por parte de Breton, del “Señor director” al “Querido amigo”. Breton le dedica El amor loco con palabras muy bellas, como solían ser las de sus dedicatorias. Paulhan le publica textos claves, intercambian palabras sobre la Antología del humor negro y se convierte en “editor cómplice y confidente”, cuya “admiración recíproca” va a ganar con los años “profundidad y confianza”, por decirlo con Clarisse Barthélemy, quien explora la comunicación que se produce en un triple plano: político, filosófico y poético, tanto en el breve pero conturbado período anterior al exilio como en el del retorno y años sucesivos. Como es sabido, Paulhan es quien invita a Breton a tomar la palabra –vibrante palabra– sobre Antonin Artaud, la primera intervención de su retorno parisino.

Paulhan es pues un cómplice privilegiado entre los externos al movimiento surrealista, y aunque demasiado hombre de letras, poseía una categoría extraordinaria, no estando exento su perfil de cierto misterio, que lo hace más atractivo aún. Hay apuntes interesantes sobre La lámpara en el relojFlagrante delito, el esoterismo (uno de los terrenos en que se encontraban), Pleine marge, la colección Revelación y proyectos como el de publicar la novela visionara de Kubin (recuérdese que Breton solo llegó a editar a Fourré), el asunto de las grutas en que Breton se vio envuelto por hacer lo que deberíamos estar haciendo siempre, el juego de lo uno en lo otro, L’Art magique, el nefando Cocteau cuando lo hicieron “Príncipe de los Poetas” (deshonrando un título que ostentaba Paul Fort), la Compañía del Art Brut, el descubrimiento de Saint-Cirq Lapopie, Malcolm de Chazal (con quien Paulhan sostuvo una fascinante correspondencia), etc. Al nombrarle Breton a Maurice Heine, le dice: “no he conocido ser más puro ni más raro”.

No hay cartas en los último cuatro años de la vida de Breton, quizás motivado ello por el hecho de que Paulhan se convirtiera en académico, lo que en verdad es un oprobio, como infinidad de veces denunció en el mundo literario hispánico Ramón Gómez de la Serna. Pero seguramente ocurrió lo que en tantas correspondencias, produciéndose un lapsus que luego se prolonga por inercia de las dos partes.

Paulhan no olvida a Breton y organiza el homenaje de la NRF, del mismo modo que ya colaboraba en el pionero libro de ensayos y testimonios de Marc Elgendinger, en 1949.

Jean Paulhan muestra en estas cartas ser un espíritu con grandeza. Aparte de ello, qué superior a casi toda esa crítica universitaria de los últimos cincuenta o sesenta años, tan pedante en sus pretensiones “científicas”. Figura además serenamente independiente, Paulhan merece sin duda formar parte del “rendez-vous des amis”.

correspondance ab jp

domingo, 12 de diciembre de 2021

Patrick Lepetit: “La tête d’Ogmius”

Hace casi diez años –febrero de 2012–, Patrick Lepetit publicaba Le surréalisme. Parcours souterraine, uno de cuyos capítulos, el dedicado al surrealismo y el mundo celta, ha desarrollado ahora, admirablemente, en La tête d’Ogmius. Surréalisme et mythes celtiques.

De nuevo Patrick Lepetit estudia todo el surrealismo, de sus orígenes y antecedentes al momento presente, y de nuevo nos da una aportación sólida y muy documentada a la materia fascinante que ha tratado con un encomiable entusiasmo sostenido.

Este trabajo de envergadura total está dedicado a Suzel Ania y a la memoria de Jean-Claude Charbonel, de cuyos “armorígenes” nos ocupamos más de una vez en Surrealismo Internacional (tuve además la fortuna de intercambiar algunas cartas con este fabuloso artista).

A la cabeza una cita de André Breton, perteneciente a las mironianas Constelaciones, exactamente a la titulada “Cifras y constelaciones enamoradas de una mujer”: “La tête d’Ogmius coiffée du sanglier sonne toujours aussi clair par l’ondée d’orage”, siendo Ogmius un dios galo e irlandés de la elocuencia y guía de los muertos, descubierto por Breton en las monedas galas que había exhumado Lancelot Lengyel. De los epígrafes con que engalana la obra, destaco este, estupendo, definitivo, de Pierre Peuchmard: “Soy materialista, sí. De la materia de Bretaña, por ejemplo”.

En el “liminar”, Patrick Lepetit opta por un pasaje de La diosa blanca de Robert Graves, una obra que yo leí hace muchos años por sugerencia de Raúl Henao. Temática: la degradación de la poesía en el mundo “civilizado”, que es la antípoda del mundo de la materia amada por Peuchmaurd.

En la introducción, nuestro ensayista avizora la geopoética de Kenneth White, la obra de Ithel Colquhoun, la labor de Markale y Lengyel, pero a estos nombres se suman en el primer capítulo los de infinidad de surrealistas o de figuras conectadas al surrealismo. A saber: Pierre Roy, Jacques Viot, Camille Bryen, Yves Tanguy, Jacques Baron, Pierre de Massot, Robert Desnos, Pierre Alechinsky, Julien Gracq, Alice Rahon, Georges Hugnet, Georges Limbour, J.-F. Chabrun , Charles Estienne, Yves Laloy, Yahne Le Toumelin, Yves Elléouët, Leonora Carrington, André Breton, Adrien Dax, Charles Estienne, Toyen, Krizek, Artaud, Dotremont, Leiris, Penrose, Eileen Agar, Granell, John Welson y los surrealistas actuales del País de Gales y Jacques Lacomblez. Algunos nombres permiten aproximaciones a figuras situadas fuera del movimiento surrealista, como Elléouët a Joyce, Dylan Thomas y Beckett, Leonora a Yeats o Artaud a Synge. La menos legítima es a mi juicio la de Joyce, cuyo rechazo por parte de la generalidad del surrealismo es mucho más importante que el interés de alguno que otro (me permito volver al iconoclasta Gombrowicz: “Libros como La muerte de Virgilio o el célebre Ulises son imposibles de leer, por ser demasiado artísticos. Todo en ellos es perfecto, profundo, grandioso, elevado, pero no retiene nuestro interés, porque sus autores no los escribieron para nosotros, sino para su dios del arte”; yo lo leí cuando vivía en una pensión de la Plaza Real de Barcelona, invierno de 1974, y me produjo ese tipo de admiración estéril: jamás volví a leerlo, a diferencia de tantos otros libros, y muchos de ellos carentes del mínimo empaque).


Yves Elléouët, Menir, 1966

En el segundo capítulo, Patrick Lepetit se ocupa de “algunos próximos y lejanos precursores”: Saint-Pol Roux, Max Jacob (a cuyo balance “surrealista” se debiera sumar el maravilloso libro de collages que le dedicó en 2001 Lou Dubois, siempre tan cercano al surrealismo), Victor Segalen, Villiers, Jarry, el abad Fourré, Chateaubriand y Maurice Fourré y concluye compartiendo esta afirmación de Xavier Grall: la verdadera materia de Bretaña, despojada de su pacotilla regionalista, es surrealista. Yo siempre lo he creído, y así como tengo una buena biblioteca amerindia y oceánica, también la tengo de los celtas y la materia de Bretaña (con los libros de Markale a la cabeza).

No seguiré deteniéndome en La tête d’Ogmius porque aún no inicié la lectura de los capítulos en que se ocupa de figuras específicas: Julien Gracq, Leonora Carrington y la búsqueda del Grial; Stanislas Rodanski y el mito de Tristán e Isolda; André Breton, Yves Tanguy y el mundo sumergido; Ithell Colquhoun y la diosa de los inicios; y Elléouët, Estienne, Fourré y La leyenda de los muertos.  Todo un suculento menú, en páginas que sin duda serán a partir de ahora un referente para cada uno de estos autores en su relación con esta temática clave para muchos de los vasos comunicantes entre surrealismo y mundo celta.

Extrañaba el nombre de Roger Renaud, quien en sus artículos tremendos del Bulletin de Liaison Surréaliste, exaltaba la cultura celta contra Roma a la vez que la cultura amerindia. Pero asomándome prematuramente a las páginas de la “Conclusión”, veo que aparece con todos los honores.

Este libro no tiene otro defecto que carecer de ilustraciones, exceptuada la de John Welson (Paisaje celta, de 2014) en portada. Ha recibido la Beca Sarane Alexandrian de creación de vanguardia, y lo que yo puedo garantizar plenamente es que Sarane Alexandrian habría exultado de alegría con él.


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Patrick Lepetit se pasa los meses de marzo en el semáforo de Creac’h de la isla bretona de Ouessant. No es de extrañar que lance al mundo libros tan apasionantes. En marcha ya está otro titulado La saliva de la luna. Surrealismo y alquimia, una monografía sobre Odile Cohen-Abbas y una recopilación de poemas. Aquí tenemos una foto del faro aledaño y al poeta y ensayista a bordo del fabuloso semáforo marino:



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Uno de los libros que ha manejado Patrick Lepetit es el de Yves Vadé Pour un tombeau de Merlin, donde veo que se trata del surrealismo y de André Breton en particular. Vadé es autor de una de las obras fundamentales para los cursos de Romanticismo que antaño yo impartía: L’enchantement littéraire. Écriture et magie de Chauteaubriand à Rimbaud, por lo que espero hablar próximamente de esta otra cuya existencia yo no conocía.

Ahora en cambio recuerdo esta maravilla de Jean Markale, uno de mis libros favoritos:


Recordemos también que en 2015 se publicó ya un interesante librito sobre el surrealismo y la Bretaña.  

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Tras escribir la nota de Patrick Lepetit en el semáforo de Creacc’h, a las tres de la mañana me despierto con un sueño singular. Estos suelen referirse a Foz-Tua, uno de los antiguos cruces de trenes a orillas del Duero portugués, hace años desactivado, y que son los únicos que transcribo para guardármelos, dada la transfiguración que el sueño opera sobre el rincón quizás más mítico y entrañado de mi vida. Esta vez el espacio es otro, y lo que puedo referir aquí, como es usual, solo da una pálida imagen del esplendor del sueño. Llevo años queriendo encontrar una buena casa cerca del mar, para irme de una ciudad execrable, fría y fea, a donde vine a parar por quedarme cerca del trabajo y haber encontrado una buena casa que me alquilaban unos conocidos sin contrato, o sea solo de palabra, que es lo que a mí me gusta. Llego con unos amigos que me traen en coche a una casa cercana al océano, sin que para nada sea Canarias: probablemente se trate de Portugal, con algo de la diminuta aldea del Baleal, a la que solo se accede en la marea baja por una lengua de arena. Pero aquí solo hay dos casas, terreras, y delante de ellas, tras unas pequeñas dunas, un poco de arena y un mar tormentoso, que es imposible no se haya ya zampado las casas. La que alquilan parece tener solo dos habitaciones, pero enormes. La dueña se disculpa de que no haya casi nada, porque la ha ido despojando para el alquiler. Delante, unas ventanas angostas no dejan entrar mucha luz. El alquiler es bajo porque el autobús solo pasa a kilómetro y medio. En la casa de al lado vive un pintor ciego llamado Bruno Montpied, y yo con alguna vanidad les digo que ya lo conozco (la única persona que reconozco entre quienes me acompañan es Nilo Palenzuela, un amigo canario muy fino crítico de arte). Los cuartos están abiertos, también muy grandes, y sobre unos tableros hay muchas de sus obras. Solo al recordar el sueño me daré cuenta de que no son otra cosa que cuadros de Scottie Wilson, tras habérseme parecido a los de John Welson, uno de los artistas invocados por Lepetit (al buscar una ilustración de Scottie Wilson para cerrar este artículo, pienso que los lienzos sobre los grandes tableros eran como ¡una fusión del arte de Wilson y Welson!).

Meses después, he alquilado la casa y arreglado el ventanal, por el que ahora se inundan los cuartos de luz. Hay otros conmigo, incluso niños, como si tuviera una familia, algo que nunca he tenido, ni querido ni quiero tener. La visión me recuerda las pinturas de algunas cubiertas de los Moody Blues realizadas por Phil Travers, y en especial, desplegando portada y contraportada, la del disco Hopes, wishes and dreams de Ray Thomas, que contenía el bello tema “Migration” y en la que se ven casas junto a un arenal y en medio del mar un velero y... un faro.

(Ya dando una vuelta por los cerros de Úbeda, este Ray Thomas era un cantante enfático y hasta algo cursi, perdido desde que no tenía la protección del genial melotrón de Mike Pinder, la verdadera alma de los Moody Blues, mucho más que el excelente compositor, vocalista y guitarrista que era Justin Hayward; pero en este disco, el tema señalado se elevaba por encima de la medianía.)

Scottie Wilson, Sueño, c. 1930,
Gimpel Fils Gallery (Londres)

Una carta de André Mimiague

 

Una carta de André Mimiague es siempre un acontecimiento, sin que para ello tenga nada que ver el hecho de que hoy ya no se reciban cartas por correo. A su caligrafía exquisita y a su contenido poético-convulsivo se añaden los signos de su lenguaje maravilloso, la graphicha. Como no se trata de una carta convencional (nada en André Mimiague podría ser convencional), me es muy grato comunicarla aquí para los lectores de La banda de Fantomas, porque además sobre la marcha se me ocurre que la graphicha podría haber sido el lenguaje secreto con que se hubiera comunicado Fantomas con algunos de su banda.

De nuevo recuerdo los enlaces en que me he ocupado de André Mimiague, de la Parapluycha y de la Graphicha. Constituye sin duda todo ello uno de los descubrimientos más extraordinarios que me han deparado el surrealismo y el mundo entero en esta última docena de años.

“Un tango que dice NO!”

memorias de parapluycha

andré mimiague y la graphicha


Jean-Claude Silbermann, en Sam Berlinn

 

Las audaces ediciones Sam Berlinn siguen ofreciéndonos estas bellas comunicaciones poéticas de Jean-Claude Silbermann. La nueva lleva por título Les trois enjambées du serpent, y su aparición coincide con la de su poesía “casi completa” en Le Grand Tamanoir, de que hablaremos futuramente.

Los tres “enjambées” son el amor, la muerte y la despreocupación, en capítulos a los que precede un dibujo de este también maravilloso artista del surrealismo (reproduzco el correspondiente a “la muerte”).

Quien revela tener como libro de cabecera nada menos que las Memorias de un amnésico de Erik Satie, puede perfectamente enfrentarse a “los colores podridos de Dios, de la Patria, de la Causa”, pero además, en el tercer capítulo, evoca a todos sus amigos de los años juveniles surrealistas, como Jean de Sade y Mimi del Choc, Robert ben Carrol, Marie Rueda de Oro, Jorge Barón del Caos, André del Chotacabras, Benjamín del Fuego Sublime, etc.  Todo una “banda” fantomática que se podría hospedar en el Hotel de la Poesía, donde solo reina “la poesía de contrabando”, para Silbermann “la única hoy en día que no está adulterada”.

“La desobediencia es mi oficio.”

“Cuando duermo, mi corazón vela.”

sábado, 11 de diciembre de 2021

Una obra excepcional de Richard Waara


Esta admirable obra de Richard Waara, a quien conocíamos sobre todo por sus magníficos collages y su bella labor editorial, se titula El nido y fue realizada en 2021. Calavera de cuervo de bronce, cola de caballo rubia blanquecina, geodas de Madagascar y variedad de joyas metálicas, cuyos detalles pueden admirarse en la carpeta que damos. ¡Un maravilloso regalo que le hubiera hecho Fantomas a Lady Beltham!

martes, 7 de diciembre de 2021

Un libro antológico sobre el surrealismo en los Países Bajos


Este libro de casi 200 páginas y con muchas reproducciones, ofrece mucho más de lo que a primera vista promete. En efecto, es todo un viaje por la aventura surrealista en tierras neerlandesas, motivado por la incorporación al Museo Boijsman van Beuningen, ya de por sí rico en obras surrealistas, de una serie de cuadros, dibujos y libros obtenidos a lo largo de su vida común por Laurens y Frida Vancrevel.

Laurens narra cómo se fue creando su colección (del modo más legítimo, o sea sin nada de cálculo comercial) y se detiene en aquellos que considera fueron sus guías en el surrealismo: Jack van der Meulen, Édouard Jaguer y Mário Cesariny (los dos últimos, por añadidura, dos buenos amigos míos).

Su fino trabajo no sorprende, ya que no se espera otra cosa de él, pero sí el de Saskia van Kampen-Prein, lleno de sensibilidad y comprensión, con verdadera documentación sobre lo que habla y comentando iluminadoramente cada una de las obras reproducidas, ya que no solo se encarga de la introducción sino del catálogo. En este, las figuras individualizadas son Theo van Baaren, el belga Jacques Lacomblez, Willem van Leusden, Rik Lina, J. H. Moesman, Jaap Mooy, Jörg Remé, Jan Schlechter Duvall, Kristians Tonny, Her de Vries y Philip West (este último por ser uno de los participantes en la exposición de Amsterdam en 1977). Las semblanzas de Tonny y Schlechter Duvall son soberbias.

Esta es una de las grandes publicaciones sobre el surrealismo aparecidas a lo largo de este año próximo ya a la defunción.

Willem van Leusden, Alquimia de la pasión