domingo, 12 de diciembre de 2021

Patrick Lepetit: “La tête d’Ogmius”

Hace casi diez años –febrero de 2012–, Patrick Lepetit publicaba Le surréalisme. Parcours souterraine, uno de cuyos capítulos, el dedicado al surrealismo y el mundo celta, ha desarrollado ahora, admirablemente, en La tête d’Ogmius. Surréalisme et mythes celtiques.

De nuevo Patrick Lepetit estudia todo el surrealismo, de sus orígenes y antecedentes al momento presente, y de nuevo nos da una aportación sólida y muy documentada a la materia fascinante que ha tratado con un encomiable entusiasmo sostenido.

Este trabajo de envergadura total está dedicado a Suzel Ania y a la memoria de Jean-Claude Charbonel, de cuyos “armorígenes” nos ocupamos más de una vez en Surrealismo Internacional (tuve además la fortuna de intercambiar algunas cartas con este fabuloso artista).

A la cabeza una cita de André Breton, perteneciente a las mironianas Constelaciones, exactamente a la titulada “Cifras y constelaciones enamoradas de una mujer”: “La tête d’Ogmius coiffée du sanglier sonne toujours aussi clair par l’ondée d’orage”, siendo Ogmius un dios galo e irlandés de la elocuencia y guía de los muertos, descubierto por Breton en las monedas galas que había exhumado Lancelot Lengyel. De los epígrafes con que engalana la obra, destaco este, estupendo, definitivo, de Pierre Peuchmard: “Soy materialista, sí. De la materia de Bretaña, por ejemplo”.

En el “liminar”, Patrick Lepetit opta por un pasaje de La diosa blanca de Robert Graves, una obra que yo leí hace muchos años por sugerencia de Raúl Henao. Temática: la degradación de la poesía en el mundo “civilizado”, que es la antípoda del mundo de la materia amada por Peuchmaurd.

En la introducción, nuestro ensayista avizora la geopoética de Kenneth White, la obra de Ithel Colquhoun, la labor de Markale y Lengyel, pero a estos nombres se suman en el primer capítulo los de infinidad de surrealistas o de figuras conectadas al surrealismo. A saber: Pierre Roy, Jacques Viot, Camille Bryen, Yves Tanguy, Jacques Baron, Pierre de Massot, Robert Desnos, Pierre Alechinsky, Julien Gracq, Alice Rahon, Georges Hugnet, Georges Limbour, J.-F. Chabrun , Charles Estienne, Yves Laloy, Yahne Le Toumelin, Yves Elléouët, Leonora Carrington, André Breton, Adrien Dax, Charles Estienne, Toyen, Krizek, Artaud, Dotremont, Leiris, Penrose, Eileen Agar, Granell, John Welson y los surrealistas actuales del País de Gales y Jacques Lacomblez. Algunos nombres permiten aproximaciones a figuras situadas fuera del movimiento surrealista, como Elléouët a Joyce, Dylan Thomas y Beckett, Leonora a Yeats o Artaud a Synge. La menos legítima es a mi juicio la de Joyce, cuyo rechazo por parte de la generalidad del surrealismo es mucho más importante que el interés de alguno que otro (me permito volver al iconoclasta Gombrowicz: “Libros como La muerte de Virgilio o el célebre Ulises son imposibles de leer, por ser demasiado artísticos. Todo en ellos es perfecto, profundo, grandioso, elevado, pero no retiene nuestro interés, porque sus autores no los escribieron para nosotros, sino para su dios del arte”; yo lo leí cuando vivía en una pensión de la Plaza Real de Barcelona, invierno de 1974, y me produjo ese tipo de admiración estéril: jamás volví a leerlo, a diferencia de tantos otros libros, y muchos de ellos carentes del mínimo empaque).


Yves Elléouët, Menir, 1966

En el segundo capítulo, Patrick Lepetit se ocupa de “algunos próximos y lejanos precursores”: Saint-Pol Roux, Max Jacob (a cuyo balance “surrealista” se debiera sumar el maravilloso libro de collages que le dedicó en 2001 Lou Dubois, siempre tan cercano al surrealismo), Victor Segalen, Villiers, Jarry, el abad Fourré, Chateaubriand y Maurice Fourré y concluye compartiendo esta afirmación de Xavier Grall: la verdadera materia de Bretaña, despojada de su pacotilla regionalista, es surrealista. Yo siempre lo he creído, y así como tengo una buena biblioteca amerindia y oceánica, también la tengo de los celtas y la materia de Bretaña (con los libros de Markale a la cabeza).

No seguiré deteniéndome en La tête d’Ogmius porque aún no inicié la lectura de los capítulos en que se ocupa de figuras específicas: Julien Gracq, Leonora Carrington y la búsqueda del Grial; Stanislas Rodanski y el mito de Tristán e Isolda; André Breton, Yves Tanguy y el mundo sumergido; Ithell Colquhoun y la diosa de los inicios; y Elléouët, Estienne, Fourré y La leyenda de los muertos.  Todo un suculento menú, en páginas que sin duda serán a partir de ahora un referente para cada uno de estos autores en su relación con esta temática clave para muchos de los vasos comunicantes entre surrealismo y mundo celta.

Extrañaba el nombre de Roger Renaud, quien en sus artículos tremendos del Bulletin de Liaison Surréaliste, exaltaba la cultura celta contra Roma a la vez que la cultura amerindia. Pero asomándome prematuramente a las páginas de la “Conclusión”, veo que aparece con todos los honores.

Este libro no tiene otro defecto que carecer de ilustraciones, exceptuada la de John Welson (Paisaje celta, de 2014) en portada. Ha recibido la Beca Sarane Alexandrian de creación de vanguardia, y lo que yo puedo garantizar plenamente es que Sarane Alexandrian habría exultado de alegría con él.


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Patrick Lepetit se pasa los meses de marzo en el semáforo de Creac’h de la isla bretona de Ouessant. No es de extrañar que lance al mundo libros tan apasionantes. En marcha ya está otro titulado La saliva de la luna. Surrealismo y alquimia, una monografía sobre Odile Cohen-Abbas y una recopilación de poemas. Aquí tenemos una foto del faro aledaño y al poeta y ensayista a bordo del fabuloso semáforo marino:



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Uno de los libros que ha manejado Patrick Lepetit es el de Yves Vadé Pour un tombeau de Merlin, donde veo que se trata del surrealismo y de André Breton en particular. Vadé es autor de una de las obras fundamentales para los cursos de Romanticismo que antaño yo impartía: L’enchantement littéraire. Écriture et magie de Chauteaubriand à Rimbaud, por lo que espero hablar próximamente de esta otra cuya existencia yo no conocía.

Ahora en cambio recuerdo esta maravilla de Jean Markale, uno de mis libros favoritos:


Recordemos también que en 2015 se publicó ya un interesante librito sobre el surrealismo y la Bretaña.  

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Tras escribir la nota de Patrick Lepetit en el semáforo de Creacc’h, a las tres de la mañana me despierto con un sueño singular. Estos suelen referirse a Foz-Tua, uno de los antiguos cruces de trenes a orillas del Duero portugués, hace años desactivado, y que son los únicos que transcribo para guardármelos, dada la transfiguración que el sueño opera sobre el rincón quizás más mítico y entrañado de mi vida. Esta vez el espacio es otro, y lo que puedo referir aquí, como es usual, solo da una pálida imagen del esplendor del sueño. Llevo años queriendo encontrar una buena casa cerca del mar, para irme de una ciudad execrable, fría y fea, a donde vine a parar por quedarme cerca del trabajo y haber encontrado una buena casa que me alquilaban unos conocidos sin contrato, o sea solo de palabra, que es lo que a mí me gusta. Llego con unos amigos que me traen en coche a una casa cercana al océano, sin que para nada sea Canarias: probablemente se trate de Portugal, con algo de la diminuta aldea del Baleal, a la que solo se accede en la marea baja por una lengua de arena. Pero aquí solo hay dos casas, terreras, y delante de ellas, tras unas pequeñas dunas, un poco de arena y un mar tormentoso, que es imposible no se haya ya zampado las casas. La que alquilan parece tener solo dos habitaciones, pero enormes. La dueña se disculpa de que no haya casi nada, porque la ha ido despojando para el alquiler. Delante, unas ventanas angostas no dejan entrar mucha luz. El alquiler es bajo porque el autobús solo pasa a kilómetro y medio. En la casa de al lado vive un pintor ciego llamado Bruno Montpied, y yo con alguna vanidad les digo que ya lo conozco (la única persona que reconozco entre quienes me acompañan es Nilo Palenzuela, un amigo canario muy fino crítico de arte). Los cuartos están abiertos, también muy grandes, y sobre unos tableros hay muchas de sus obras. Solo al recordar el sueño me daré cuenta de que no son otra cosa que cuadros de Scottie Wilson, tras habérseme parecido a los de John Welson, uno de los artistas invocados por Lepetit (al buscar una ilustración de Scottie Wilson para cerrar este artículo, pienso que los lienzos sobre los grandes tableros eran como ¡una fusión del arte de Wilson y Welson!).

Meses después, he alquilado la casa y arreglado el ventanal, por el que ahora se inundan los cuartos de luz. Hay otros conmigo, incluso niños, como si tuviera una familia, algo que nunca he tenido, ni querido ni quiero tener. La visión me recuerda las pinturas de algunas cubiertas de los Moody Blues realizadas por Phil Travers, y en especial, desplegando portada y contraportada, la del disco Hopes, wishes and dreams de Ray Thomas, que contenía el bello tema “Migration” y en la que se ven casas junto a un arenal y en medio del mar un velero y... un faro.

(Ya dando una vuelta por los cerros de Úbeda, este Ray Thomas era un cantante enfático y hasta algo cursi, perdido desde que no tenía la protección del genial melotrón de Mike Pinder, la verdadera alma de los Moody Blues, mucho más que el excelente compositor, vocalista y guitarrista que era Justin Hayward; pero en este disco, el tema señalado se elevaba por encima de la medianía.)

Scottie Wilson, Sueño, c. 1930,
Gimpel Fils Gallery (Londres)