Evocando el Point du jour
de André Breton, el almanaque Lo que será incluye catorce textos de
nuevo en un abigarrado pero armónico mosaico.
Jacques Abeille vaticina “el
libro del mañana”, imaginando que en el año 2023 un oficial del futuro decreta
la prohibición del libro impreso, ya que estos se han vuelto “contagiosos”. En
el insano delirio tecnológico que vivimos, este texto, suerte de Fahrenheit
451 revisitado, quizás hasta peque de optimismo.
El texto de la Cabo Mondego
Section of Portuguese Surrealism ya es conocido, e incluso yo lo reproduzco en Caleidoscopio:
se trata de los “Trabalhos de pedreira” firmados por Miguel de Carvalho, Rik
Lina, Pedro Prata, Seixas Peixoto y João Rasteiro. Pero no está mal recordarlo:
“¿El surrealismo hoy, en el caos triturador de la ilusión política, social y
económica? Sin duda que sí, y más que nunca. Y nos tomamos en serio la
luminosidad de las palabras inscritas hace 43 años en la tumba de André Breton:
«Yo busco el oro del tiempo». Este oro no tiene edad y está fuera de cualquier
circuito económico. También nuestras búsquedas lo están. Dentro de la esfera de
la moralidad (en crisis de valores), de la estética, del arte y de la
literatura (dicen que se estudian en las academias de bellas artes y en las
universidades), no tomamos en consideración el concepto de lo bello, entre
otras cosas porque nos coloca ante la interrogación: ¿qué es lo bello?
Evidenciamos más bien otra sensibilidad, inherente a la razón que produce una
obra de arte. No nos impresiona la vulgaridad de la forma con que nos
expresamos por la poesía visual o escrita, queremos antes impresionar con el
genio de la libertad a través del acto poético y de la poesía. La libertad, esa
máquina de propulsión, nos permite la convivencia con el hombre integral, a
través de la unificación de las fuerzas telúricas que despedazan el logos. La
lógica nos parece hoy extraña. Por eso poetizamos a partir de los sueños: una
buena utilización de los sueños que permita originar un nuevo modo de
pensamiento para no ceder a las apariencias. Nos interesa conquistar nuevas
geografías y vidas plenas en los intersticios de la realidad, al margen de la
literatura y del arte. Proponemos una metamorfosis exterior con la simple
actitud marcada, fuera de la inercia, por la acción colectiva en una aventura
que, a través del surrealismo, conduzca a la revolución interior de todos los
poetas porque… la libertad individual es un bien superior”.
Max Cafard escribe sobre las
derivas situacionistas y las exploraciones surrealistas en la urbe, que también
ocupan las páginas de Lurdes Martínez tituladas “El descentramiento de la
ciudad”. Algunas reflexiones de esta me hacen pensar en el último Leo Malet,
enormemente ácido con el exterminio del viejo París popular y rebosante de
vida. Respecto al notable volumen La crisis de la exterioridad, Lurdes
Martínez escribe: “A pesar de la feliz heterogeneidad de las diferentes
aproximaciones, sorprende una presencia latente en todas ellas: lo que pueda
constituirse en vivencia de la exterioridad se encuentra en los pliegues más
recónditos del ser y brota, imperceptible pero imperiosamente, en forma de
resonancia, rumor, eco o reverberación de un tiempo en que afrontamos la
presencia eterna de lo infinito, que nos precede y sobrevive. Entonces, la
naturaleza nos ocupaba y por ello comprendíamos su lenguaje”.
Más situacionismo hay en una nota
de Penelope Rosemont sobre surrealismo y situacionismo, ya olvidada de la vez
en que le tomaron el pelo a ella y a Franklin Rosemont unos situacionistas de
París. Ron Sakolsky, en cambio, titulando su trabajo “La continua relevancia
del surrealismo”, distingue al surrealismo, por su “conexión entre lo
«moderno» y lo «mítico»”, de “otros grupos de izquierda, incluido el
situacionismo”, y señala cómo los situacionistas miraban a los surrealistas
como algo que no tenía nada que ofrecerles (¡quién les diría, después de tanto
atacar al surrealismo, que los únicos que se iban a acordar de ellos serían
algunos surrealistas!), a diferencia de la actitud abierta de estos hacia
aquellos (al menos, matizaría yo, en un principio). Otra cosa bien diferente
(¡y tanto!), que enfoca a renglón seguido Sakolsky en su trabajo, es el tándem
surrealismo/anarquismo, sobre el que de aquí a unos años se seguirá hablando,
cosa que dudo de esta manía de algunos surrealistas con el situacionismo. Siguiendo
en el grupo de Chicago, la nota de Paul y Beth Garon sobre Memphis Minnie nada
añade a un libro que conocemos bien, pero sí que anuncia una edición remozada
para 2014.
Eugenio Castro opone el
“materialismo poético” al reino de lo virtual, aclarando que aquel es “una
práctica más que una teoría”. Otro componente de Salamandra, José Manuel
Rojo, dedica un largo ensayo al surrealismo y la política, pero que ya
conocíamos por el reciente volumen español sobre el surrealismo “y sus
derivas”.
Sergio Lima vuelve sobre el cine
y la imagen, temática de la que se ocupaba en O olhar selvagem: o cinema dos surrealistas.
Alain Joubert, en “La controversia del poder”, aborda el conflicto de
los surrealistas con los anarquistas de Le Libertaire y el
“absurdo” apoyo de Schuster y sus amigos de la izquierda militante tipo Mascolo
y Duras a la llamada “revolución cubana”, lo que aprovecha para decir, lo que
yo ciertamente comparto: “Es preciso romper un mito: nunca hubo revolución cubana; como mucho, se dio al principio una insurrección popular, rápidamente recuperada y desviada por el clan castrista, en
beneficio de los estalinistas de entonces y de siempre”. Me encanta, por lo
demás, que Alain Joubert, al hablar de la relación del surrealismo con la
política, haya elegido, por su formulación “simple, concisa y decisiva”, pasajes
de un texto de Jacques Abeille en el Bulletin
de Liaison Surréaliste que yo
decidí transcribir en la entrada de este que hay en Caleidoscopio: No
hay política surrealista posible, pues ningún poder podría satisfacer al
surrealismo (…) El surrealismo no tiene ninguna forma de poder que proponerle
al pueblo –como mucho podría, negativamente, trabajar contra el poder para que
el pueblo se proponga a sí mismo alguna cosa”. Con su lucidez acostumbrada,
Alain Joubert escribe más adelante: “Todas las «ideologías» políticas de
vocación revolucionaria son cerradas y no reenvían sino a ellas mismas; solo el
surrealismo –si se le quiere aplicar este término– osa proponer una ideología
abierta sin límites, por su capacidad de actuar simultáneamente
sobre los deslumbramientos de la poesía y sobre el filo de la utopía crítica,
esa arma absoluta que se apoya a la vez en las riquezas de la imaginación y en
los indispensables análisis que la acompañan y la guían. No se vea en esta
actitud ni arrogancia ni condescendencia: a título individual, cada surrealista
puede aventurarse en tal o cual lucha social digna de interés a sus ojos, pero
en ningún caso debe comprometer al surrealismo con él; es lo que practicó
durante toda su vida Benjamin Péret, revolucionario y surrealista poco
sospechoso de compromiso.”
Hay dos muy bellas reflexiones
sobre la poesía por dos poetas enormes del surrealismo: Ludwig Zeller y Guy
Cabanel. El primero titula su texto “La libertad del poeta”, y en él afirma que
el surrealismo es “una idea viva, que se manifiesta constantemente”, para
concluir, como respondiendo a la cuestión sobre “lo que será”, con estas
palabras: “Quizás habrá otras maneras de surrealismo en el futuro, pero su
libertad y su gran apego a ciertos principios los guardará siempre”.
El texto de poética de Guy
Cabanel es sensacional. Va acompañado de citas de André Breton, Octavio Paz y
nuestro amigo el Almirante Leblanc, uno de los últimos mitos heroicos creados
por la poesía. Para expresar la manera como Guy Cabanel ha “ejercido y sentido
la poesía” durante no pocas décadas, el poeta nos brinda un texto que, en su
brevedad, tiene una esencialidad que lo convierte en el broche de oro de su
obra magnífica, y subrayo esta palabra porque la utilizo en el sentido
fastuoso que se aplicaba a otro poeta bien conocido por el surrealismo. He aquí
algunos pasajes de este “Souci de poésie”, aunque deba leerse de cabo a rabo,
en su unidad absoluta: “Escribir un poema es una fiesta y eso no se justifica,
es un gesto en estado bruto. (...) El discurso de la «boca de sombra», nunca
racional, siempre coherente, poco fácil de captar, supone un estado de perfecta
receptividad que implica el sueño de las facultades raciocinantes, un
alejamiento total de las preocupaciones cotidianas. (...) El verbo poético es,
sin desfallecimiento, paroxístico. No comporta tiempo débil, ninguna palabra es
inútil o reemplazable. Así se formulan las explosiones lapidarias de la
evidencia salidas del suntuoso tumulto del caos. (...) Más allá de la antinomia
libertad-rigor, el poema es una fiesta severa. (...) Siguiendo un ritmo no
preestablecido, un ritmo interior que podría ser el del pulso, un sonido llama
a otro sonido, una palabra a otra palabra, y el conjunto de los sonidos o de
las palabras libera una o varias significaciones, ninguna de las cuales sabría
prevalecer. Su punto común está en que es preciso situarlas en ese lugar del
espíritu donde las contradicciones ya no existen. El surrealismo pasa por ahí”.
Y ya que entre poetas anda el
juego, no dejaré de celebrar la página 16 de Lo que será, ya que incluye
una declaración de uno de los grandes poetas plásticos del surrealismo: Renzo
Margonari, acompañando “Seráfica violeta” y valiendo también como respuesta de
poeta a esa cuestión del surrealismo y “lo que será” y como afirmación de
principios:
“El surrealismo ha favorecido el uso de nuevas
técnicas de pensamiento y de expresión, porque el surrealismo es una manera de
imaginar y de pensar, una actitud, una concepción de la vida. Las ideas
producen nuevas técnicas y las nuevas técnicas estimulan las ideas. El
surrealismo es mimético: su capacidad de adaptarse al tiempo le asegura su
continuidad. El surrealismo no necesita rejuvenecerse porque nunca ha
envejecido. Por todo ello yo he escogido libremente ser surrealista”.