Seguimos en el mundo de los
objetos surrealistas. Julio Monteverde y Julián Lacalle, como ya anunciamos,
acaban de publicar el librito Casa de fieras, juego a dúo donde buscan
“internarse en el mundo de los objetos”, acariciados “con un amor infinito”, ya
que alrededor de ellos “un espacio vibra, provocando una tensión particular”.
Son en total 18 los objetos que aquí hablan, en breves prosas, de un
modo que en seguida me recordó los poemas surrealistas del insólito poemario de
Pedro García Cabrera Dársena con despertadores (1936), uno de los cuales
se titula precisamente “Habla un interruptor”. Los mejores personajes de Casa de fieras son los que se emparientan con el “signo ascendente” de los
poemas, muy líricos, de Dársena con despertadores: “el pájaro de tinta”
(un tintero tumbado, con su pincel-cola y la etiqueta despegada en forma de
alas), “el caracol sordomudo” (una cinta métrica), “el ciempiés” (un peine), “el
loro” (la cabeza de unos alicates), “el tiburón materialista” (la hoja de una
navaja), “el cuervo albino” (unas tijeras blancas)..., y por supuesto los de
carácter enigmático, que son “el cisne de la transformación” y “el hombre raíz”.
Enigmática y poética es también la fiera de la portada y del marcador del
libro, que podemos ver a la derecha de esta nota –y que, pese a sus muchas
bocas, no sabemos nada de lo que dice, quedando como una invitación a que cada
uno lo suponga o imagine.
Julio Monteverde, de quien ya
reseñamos aquí su muy notable ensayo De la materia del sueño, ha formado
parte del grupo surrealista madrileño, aunque ya no actualmente. Ello no ha implicado
ruptura con sus viejos amigos, ni rechazo de la aventura surrealista. En 2011, las
Ediciones La Bella Cristalera, del grupo, publicaron un cuaderno que solo ahora
he podido conocer: limo contagio australia trimestre, y que ofrece un
gran interés. A partir de la anotación en duermevela de estas cuatro palabras
sucesivas, Julio Monteverde compone un cuaderno de cuatro poemas que se
corresponde cada uno con una de esas palabras. En una nota final, escribe: “Si
estas palabras no hablan por lo que son, pero continúan siendo puntos
reconocibles en la línea del sueño, parecen ocultar algo parecido a un sentido
que comenzaría a desvelarse en el reconocimiento de su presencia”. Nada más
cercano al Le la de André Breton, aunque en su caso eran cuatro
frases apuntadas en de sendas noches de los años 50, y también en el estado de
duermevela. Las cuatro palabras del texto de Julio Monteverde “permanecen como
cuatro notas de un acorde de sueño, primero sucesivas y justo después
perfectamente simultáneas (por agregación)”, acorde de “armonía perfecta y
necesaria”, y armonía sentida como “una última puerta”.
Porque “las agujas / de nuevo /
marcan un tiempo esencial”.
Fotografía de Yolanda López |
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