Jean-Pierre Lassalle colabora en
el volumen Alcools (Du Lérot, éditeur, Tusson, Charente, 2013), con un
breve trabajo sobre los “Alcoholes surrealistas”. Los surrealistas, es bien
sabido, han sido en general sobrios, no atrayéndoles mucho, a diferencia, por
ejemplo, de los músicos de blues, el culto báquico, ni, a diferencia de los de
jazz, los “paraísos artificiales”, ya que lo suyo es el “estupefaciente
imagen”. Pero las excepciones tampoco son pocas. En el capítulo de las copas,
Lassalle nombra a Yves Tanguy, Jean-Louis Bédouin, Francis Meunier, Adrien
Dax... Muchos quedan en el tintero, a veces por delicadeza y a veces por falta
de noticias relevantes. Entre los canarios, el caso Domínguez es bien conocido,
pero también está Emeterio Gutiérrez Albelo, no ya el de la época
post-surrealista, sino el de los propios años mozos; en Romanticismo y
cuenta nueva hasta hay un poema titulado “Trompo de domingo”, en que
describe una borrachera en la plaza de Icod, jugando con el doble sentido de la
palabra “trompo”, pero son muchas las referencias a la bebida en este libro y
en Enigma del invitado, e inmortal esa cómica y brutal parodia de la
llamada Santa Cena, en que doce perros famélicos, al descorchar el “amo” la
botella de champán, se abalanzan sobre él y lo convierten “en un puro /
garabato de huesos”. En similar bohemia alcohólica desembocó el chileno Teófilo
Cid, pero por aquel entonces ya se había desencantado del surrealismo. Más
recientemente, se quisieron atribuir al alcoholismo las infamias que un ex
surrealista largó sobre Jorge Camacho, al ser entrevistado por una revista
comunista.
Ahora bien: el mayor interés de
este artículo de Lassalle es la evocación del gran Mesens, “el más fascinante
de los alcohólicos del grupo” y un hedonista en todos los órdenes de la vida,
empezando por el sexual y siguiendo por el gastronómico. Él mismo decía sobre
sus alcohólicos “gustos personales”, en la encuesta magritteana de Le Savoir
Vivre, año de 1946: “El gin en cantidad media; la ginebra holandesa (solo
un vasito); el whisky escocés e irlandés en bastante cantidad y sin
agua; la absenta (dos vasos, de preferencia en los alrededores del Jardín de
Luxemburgo entre las 6 y las 7 de la tarde); el slivowitz (¡ortografía!) (una
media botella en los alrededores de Salzburgo pero lejos de los espectáculos de
M. Max Reinhardt); el armagnac después de cenar (sobre todo después de una
mediocre cena londinense en tiempos de paz)”. A esta lista de bebidas sigue la
de comidas y la del tabaco, con relieve para los cigarrillos americanos y los
puros habanos y de Jamaica.
Mesens no solo mantuvo el
pabellón de la ilustre absenta –“el demonio verde”–, sino que pintó en 1965
(con collage) a esta “bebedora de absenta”: