miércoles, 29 de enero de 2014

“Ce qui sera” y los campos magnéticos

Ya el almanaque Brumes Blondes (What will be / Ce qui sera / Lo que será) está disponible a través de lulu (www.lulu.com), al precio de 27 euros, más gastos de envío. Como autores aparecen De Vries & Vancrevel, y ese es el camino para localizarlo.


Como ya señalé al dar noticia de su aparición, la riqueza de este almanaque del movimiento surrealista internacional, de apretada lectura y muchas imágenes a lo largo de 500 páginas, obliga a un comentario en varias partes, la primera de ellas centrándome hoy en el apartado que lleva por título “Los campos magnéticos”. En un índice que se divide en áreas temáticas cuyos elementos se van diseminando por el libro –una excelente idea–, la de los “campos magnéticos” viene tras el almanaque de juegos compilado por Kenneth Cox y antes de “El oro del tiempo”, “Apuntar del día”, la encuesta sobre las ediciones y las galerías surrealistas y el cuadro cronológico de 1964 a 2013 (provisto este de un muy útil índice).
El texto que abre la sección (y el libro, tras el prefacio de Her de Vries y Laurens Vancrevel) es de Alain Joubert, una “Carta a los surrealistas” en que les plantea una serie de cuestiones de muy diverso orden. Alain Joubert, después de 1969, siguió un camino particular, siempre fiel al espíritu del surrealismo, pero sin meterse en el grupo de Bounoure y sus (muchos) amigos ni participar en la actividad de grupos de otros lugares. De ahí que no parezcan convencerle mucho los agrupamientos surrealistas. En una de sus cuestiones dice: “La idea de grupo: ¿necesidad o nostalgia, porvenir o fin de ciclo?” Esto demuestra su distancia de los avatares surrealistas de los últimos tiempos, en los que la actividad colectiva ha sido central y goza de perfecta salud, incluso en el presente dándose una comunicación entre los grupos (y figuras aisladas) que nunca fue más internacionalista (el propio almanaque lo demuestra). Por tanto, nada de “nostalgia” ni de “fin de ciclo”, en una cuestión que, al igual que algunas otras enumeradas por Joubert, ni se plantea. Si he defendido siempre la importancia para el surrealismo de las figuras que, por razones temperamentales, no se comprometen mucho o nada en las actividades de los grupos (el propio Marcel Duchamp ponía como justificación de su cierta distancia del grupo su carácter reservado, celoso de lo más íntimo), desde que sea valioso para el surrealismo aquello que esas figuras hacen, frente a la tendencia en ocasiones manifestada a desconsiderarlas algo, del mismo modo creo que el surrealismo no puede ser nada sin el encuentro y la comunicación de un puñado de seres que se descubren en la pasión de la poesía y de la revuelta.
Según Joubert, una “postura surrealista” que habría que “romper” es la “facilidad de la certeza”. De acuerdo en lo de la “facilidad”, sin duda, pero algunos estamos hechos de certezas que jamás han sido prejuicios, sino el resultado de cavilaciones y vivencias profundas, que no podemos masoquistamente pasarnos la vida cuestionando. Y entre esas certezas mías, por ejemplo, está la de que nadie venga a darme la tabarra con Bataille –que no complementa en absoluto a André Breton, por suerte, solidarizándome en esta cuestión plenamente con Pierre Peuchmaurd–, el situacionismo –que insisto en considerar no aporta nada esencial al surrealismo– o la mecánica cuántica –ni absolutamente nada que pertenezca al “coloso de cabeza de cretino”, es decir la ciencia occidental.
Pero esto último son discrepancias mínimas en un conjunto muy incitativo de un texto que viene de un nombre clave en la definición del surrealismo posterior a la agresión de 1969, y que ha desplegado desde que entró en el surrealismo una actividad llena de frescura y de finura.
Marie-Dominique Massoni, ahora distanciada de la actividad colectiva, sin que por ello nadie pueda recriminarla, aporta un muy bello texto sobre el azar objetivo, en que enumera una serie de coincidencias chocantes en su vida, con intervención de Nerval, Artaud, Breton y Peter Wood, porque el tiempo, “un instante liberado de su esclavitud, nos permite estar en relación íntima con un muerto sin negar su muerte, sin creer en el más allá, sino porque vive en los repliegues donde hemos encontrado sus huellas”. Los azares objetivos “nos permiten encuentros con objetos, lugares, personas que se convierten en agentes simbólicos de nuestros cambios, agentes de la necesidad”.
El trabajo de Kenneth Cox sobre los juegos viene después del almanaque de los juegos, y es en relación con este como debe ser leído. Digamos ahora solamente que este texto, precisamente, muestra la importancia decisiva de los grupos surrealistas, en un género del surrealismo que incluso se ha revitalizado en las últimas décadas. Kenneth Cox rechaza, en el mismo sentido, los juegos on-line como ajenos a lo que es el surrealismo, y señala el carácter no científico de los juegos del surrealismo.
El futuro del surrealismo da pie a unas lúcidas reflexiones de Mattias Forshage, Enrique de Santiago, Krzysztof Fijalkowski, este último mostrando el notable nivel de resistencia del surrealismo a los más hostiles contextos.
Uno de los textos más ricos es el de Guy Girard. No deja de polemizar con quienes de vez en cuando reanudan aquello de sustituir la palabra surrealismo por otra, y es que “no augura nada bueno sobre la inventiva de un grupo surrealista que tal debate pueda plantearse hoy, del mismo modo que anteayer”; ello, creo, es válido para el cuestionamiento de algunas de las “certezas” de que hablaba yo más atrás. La polémica continúa al referirse a “quienes olvidan que la poesía, antes que convertirse en el mito libertario de la posible sociedad comunista, más que ser ritualmente invocada por un grupo de «militantes surrealistas», debe primero ser vivida y probada por todo individuo que se declara surrealista”, puesto que “nuestra utopía es compartir el mayor número de nosotros las búsquedas poéticas de cada uno y su transformación cualitativa en un nuevo mito colectivo”. Por último, recuerda la capacidad que tenía André Breton de resolver tantas contradicciones, logrando que se encontraran Sade y Saint-Pol Roux, Hegel y Guénon, Myers y Freud, capacidad que deberíamos redescubrir. Claro está, añadiría yo, que se trata de una capacidad complicada, al correrse el riesgo, cuando no hay un buen instinto –el que tenía André Breton–, de caer en el eclecticismo (“El basurero también dice: «Yo soy ecléctico»”, podía leerse en La Main à Plume; y mucho antes, Baudelaire: “Un ecléctico es un navío que quisiera avanzar con cuatro vientos”). En el mismo sentido, mis desconfianzas son absolutas hacia un surrealismo convertido en una “sociedad abierta”, como propone Alain Joubert. ¿Qué apertura puede haber hacia un mundo que fenece de cobardía y complacencia? ¿Y por qué no son los otros los que han de “abrirse”? Esta cuestión creo que ya quedó resuelta con los “límites no-fronteras”de que habló Breton, y si en algo nunca pude seguir a mi amigo Sarane Alexandrian era en aquello del “neo-surrealismo”, así como en algunas compañías algo equívocas de Supérieur Inconnu, publicación que a otros parecía... demasiado surrealista. Allá por el verano de 1997 se publicaban en París el n. 13 de Le Cerceau, el 7 de Supérieur Inconnu y el 2 de S.u.rr...; pues bien: si el interés para el surrealismo de las dos primeras era grande, de las tres la que verdaderamente nos incumbía era, incuestionablemente, la tercera. (Adición: por “aperturismo” pudo verse en los últimos tiempos, tanto en exposiciones como en revistas surrealistas, la intromisión de personajes oportunistas, cuando no por completo ajenos y hasta opuestos al surrealismo.)
Aunque parezca que debiera encajar mejor en la sección “El oro del tiempo”, dedicada a figuras del surrealismo, no desentona aquí el artículo dedicado por François-René Simon a Annie Le Brun, en un breve pero sustancioso paseo por “una obra de las más consistentes, de las más sólidas y de las más necesarias de estos últimos cincuenta años” (en Caleidoscopio surrealista, llego yo a decir, y lo reitero, que esa obra me parece “la más valiosa del ensayismo contemporáneo”). Es de justicia un trabajo como este, al margen de que en un par de ocasiones Annie Le Brun haya ironizado con los jóvenes que se aventuran en el surrealismo (como hizo ella) y con sus “antiguos combatientes” (uno de los cuales, le guste o no le guste, es ella misma). Por lo demás, no debe olvidarse que se la vio colaborar un tiempo con los amigos de Invisible heads.
Por último, Guy Ducornet, en colaboración con Laurens Vancrevel, vuelve a sus dos grandes publicaciones sobre los enemigos académicos del surrealismo, los “falsificadores e inquisidores del surrealismo”. Estas “actualizaciones” son necesarísimas, y nunca serán suficientes. Deliciosa es la anécdota referida por Ducornet, cuando pasa al lado de un aula y escucha a una profesora interpretar aberrantemente La violación de Magritte. Quien conoce al hombre que en España pidió ver la tumba de Torquemada para escupir sobre ella, ante el asombro del fraile que lo guiaba, se lo imaginará perfectamente dirigiéndose a la profesora para preguntarle si sabía de lo que estaba hablando. Pero en fin, este es un texto fantástico, que no olvida al “extrañamente llamado Jean Clair”, ni a horrorosos profesores como Robert Belton o a embalsamadores como Werner Spies.
Una sola puntualización haría yo, con respecto al “grupo de investigación” de Mélusine, ya que en esta revista, desde su comienzo, se ha publicado de todo, incluidos muchos trabajos perfectamente ubicables en la categoría de la “falsificación” y la “inquisición”, y sin que hayan faltado las firmas que Ducornet ha disecado tan bien en las páginas de sus libros. Otra cosa es que contenga regularmente excelentes trabajos y hasta contribuciones de envergadura. Lo mismo ocurría en Pleine Marge, aunque esta incluyera al mismo tiempo material creativo.
A otro embalsamador, pero salido de las filas del propio surrealismo, Claude Courtot, se le dedica una larga y acerba nota con motivo de unas declaraciones ufanas sobre los atentados de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, contenidas en su Chronique d’une aventure surréaliste, cuyo título adecuado debió ser Chronique d’une aventure anti-surréaliste, no por eso sino por otras muchas razones, una de ellas, por ejemplo, el menosprecio de que da muestra hacia Lautréamont, en contraste con su placer de tocar a Bach todos los días en el piano de su casa. Sobre lo primero exactamente, ya dijo André Breton de Albert Camus que “toda nuestra indignación sería poca ante el hecho de que escritores que gozan del favor del público [no es el caso de Courtot, pero en fin] se dediquen a rebajar lo que es mil veces más grande que ellos. Estos señores llevan una vida fácil: que soporten, pues, de vez en cuando alguna llamada a la decencia”.