Ya el almanaque Brumes Blondes (What
will be / Ce qui sera / Lo que será) está disponible a través de lulu (www.lulu.com), al precio de 27 euros, más gastos
de envío. Como autores aparecen De Vries & Vancrevel, y ese es el camino
para localizarlo.
Como ya señalé al dar noticia de
su aparición, la riqueza de este almanaque del movimiento surrealista
internacional, de apretada lectura y muchas imágenes a lo largo de 500 páginas,
obliga a un comentario en varias partes, la primera de ellas centrándome hoy en
el apartado que lleva por título “Los campos magnéticos”. En un índice que se
divide en áreas temáticas cuyos elementos se van diseminando por el libro –una
excelente idea–, la de los “campos magnéticos” viene tras el almanaque de
juegos compilado por Kenneth Cox y antes de “El oro del tiempo”, “Apuntar del
día”, la encuesta sobre las ediciones y las galerías surrealistas y el cuadro
cronológico de 1964 a 2013 (provisto este de un muy útil índice).
El texto que abre la sección (y
el libro, tras el prefacio de Her de Vries y Laurens Vancrevel) es de Alain
Joubert, una “Carta a los surrealistas” en que les plantea una serie de cuestiones
de muy diverso orden. Alain Joubert, después de 1969, siguió un camino
particular, siempre fiel al espíritu del surrealismo, pero sin meterse en el
grupo de Bounoure y sus (muchos) amigos ni participar en la actividad de grupos
de otros lugares. De ahí que no parezcan convencerle mucho los agrupamientos
surrealistas. En una de sus cuestiones dice: “La idea de grupo: ¿necesidad o
nostalgia, porvenir o fin de ciclo?” Esto demuestra su distancia de los
avatares surrealistas de los últimos tiempos, en los que la actividad colectiva
ha sido central y goza de perfecta salud, incluso en el presente dándose una
comunicación entre los grupos (y figuras aisladas) que nunca fue más
internacionalista (el propio almanaque lo demuestra). Por tanto, nada de
“nostalgia” ni de “fin de ciclo”, en una cuestión que, al igual que algunas
otras enumeradas por Joubert, ni se plantea. Si he defendido siempre la
importancia para el surrealismo de las figuras que, por razones
temperamentales, no se comprometen mucho o nada en las actividades de los
grupos (el propio Marcel Duchamp ponía como justificación de su cierta
distancia del grupo su carácter reservado, celoso de lo más íntimo), desde que
sea valioso para el surrealismo aquello que esas figuras hacen, frente a la
tendencia en ocasiones manifestada a desconsiderarlas algo, del mismo modo creo
que el surrealismo no puede ser nada sin el encuentro y la comunicación de un
puñado de seres que se descubren en la pasión de la poesía y de la revuelta.
Según Joubert, una “postura
surrealista” que habría que “romper” es la “facilidad de la certeza”. De
acuerdo en lo de la “facilidad”, sin duda, pero algunos estamos hechos de
certezas que jamás han sido prejuicios, sino el resultado de cavilaciones y
vivencias profundas, que no podemos masoquistamente pasarnos la vida cuestionando.
Y entre esas certezas mías, por ejemplo, está la de que nadie venga a darme la
tabarra con Bataille –que no complementa en absoluto a André Breton, por suerte,
solidarizándome en esta cuestión plenamente con Pierre Peuchmaurd–, el
situacionismo –que insisto en considerar no aporta nada esencial al
surrealismo– o la mecánica cuántica –ni absolutamente nada que pertenezca al “coloso
de cabeza de cretino”, es decir la ciencia occidental.
Pero esto último son
discrepancias mínimas en un conjunto muy incitativo de un texto que viene de un
nombre clave en la definición del surrealismo posterior a la agresión de 1969,
y que ha desplegado desde que entró en el surrealismo una actividad llena de
frescura y de finura.
Marie-Dominique Massoni, ahora
distanciada de la actividad colectiva, sin que por ello nadie pueda
recriminarla, aporta un muy bello texto sobre el azar objetivo, en que enumera
una serie de coincidencias chocantes en su vida, con intervención de Nerval,
Artaud, Breton y Peter Wood, porque el tiempo, “un instante liberado de su
esclavitud, nos permite estar en relación íntima con un muerto sin negar su
muerte, sin creer en el más allá, sino porque vive en los repliegues donde
hemos encontrado sus huellas”. Los azares objetivos “nos permiten encuentros
con objetos, lugares, personas que se convierten en agentes simbólicos de
nuestros cambios, agentes de la necesidad”.
El trabajo de Kenneth Cox sobre
los juegos viene después del almanaque de los juegos, y es en relación con este
como debe ser leído. Digamos ahora solamente que este texto, precisamente,
muestra la importancia decisiva de los grupos surrealistas, en un género
del surrealismo que incluso se ha revitalizado en las últimas décadas. Kenneth
Cox rechaza, en el mismo sentido, los juegos on-line como ajenos a lo que es el
surrealismo, y señala el carácter no científico de los juegos del
surrealismo.
El futuro del surrealismo da pie
a unas lúcidas reflexiones de Mattias Forshage, Enrique de Santiago, Krzysztof
Fijalkowski, este último mostrando el notable nivel de resistencia del
surrealismo a los más hostiles contextos.
Uno de los textos más ricos es el
de Guy Girard. No deja de polemizar con quienes de vez en cuando reanudan
aquello de sustituir la palabra surrealismo por otra, y es que “no augura nada
bueno sobre la inventiva de un grupo surrealista que tal debate pueda
plantearse hoy, del mismo modo que anteayer”; ello, creo, es válido para el
cuestionamiento de algunas de las “certezas” de que hablaba yo más atrás. La
polémica continúa al referirse a “quienes olvidan que la poesía, antes que
convertirse en el mito libertario de la posible sociedad comunista, más que ser
ritualmente invocada por un grupo de «militantes surrealistas», debe primero
ser vivida y probada por todo individuo que se declara surrealista”, puesto que
“nuestra utopía es compartir el mayor número de nosotros las búsquedas poéticas
de cada uno y su transformación cualitativa en un nuevo mito colectivo”. Por
último, recuerda la capacidad que tenía André Breton de resolver tantas
contradicciones, logrando que se encontraran Sade y Saint-Pol Roux, Hegel y
Guénon, Myers y Freud, capacidad que deberíamos redescubrir. Claro está,
añadiría yo, que se trata de una capacidad complicada, al correrse el riesgo,
cuando no hay un buen instinto –el que tenía André Breton–, de caer en el
eclecticismo (“El basurero también dice: «Yo soy ecléctico»”, podía leerse en La
Main à Plume; y mucho antes, Baudelaire: “Un ecléctico es un navío que
quisiera avanzar con cuatro vientos”). En el mismo sentido, mis desconfianzas
son absolutas hacia un surrealismo convertido en una “sociedad abierta”, como
propone Alain Joubert. ¿Qué apertura puede haber hacia un mundo que fenece de
cobardía y complacencia? ¿Y por qué no son los otros los que han de “abrirse”?
Esta cuestión creo que ya quedó resuelta con los “límites no-fronteras”de que
habló Breton, y si en algo nunca pude seguir a mi amigo Sarane Alexandrian era
en aquello del “neo-surrealismo”, así como en algunas compañías algo equívocas
de Supérieur Inconnu, publicación que a otros parecía... demasiado
surrealista. Allá por el verano de 1997 se publicaban en París el n. 13 de Le
Cerceau, el 7 de Supérieur Inconnu y el 2 de S.u.rr...; pues
bien: si el interés para el surrealismo de las dos primeras era grande, de las
tres la que verdaderamente nos incumbía era, incuestionablemente, la tercera.
(Adición: por “aperturismo” pudo verse en los últimos tiempos, tanto en
exposiciones como en revistas surrealistas, la intromisión de personajes
oportunistas, cuando no por completo ajenos y hasta opuestos al surrealismo.)
Aunque parezca que debiera
encajar mejor en la sección “El oro del tiempo”, dedicada a figuras del
surrealismo, no desentona aquí el artículo dedicado por François-René Simon a
Annie Le Brun, en un breve pero sustancioso paseo por “una obra de las más
consistentes, de las más sólidas y de las más necesarias de estos últimos
cincuenta años” (en Caleidoscopio surrealista, llego yo a decir, y lo
reitero, que esa obra me parece “la más valiosa del ensayismo contemporáneo”).
Es de justicia un trabajo como este, al margen de que en un par de ocasiones
Annie Le Brun haya ironizado con los jóvenes que se aventuran en el surrealismo
(como hizo ella) y con sus “antiguos combatientes” (uno de los cuales, le guste
o no le guste, es ella misma). Por lo demás, no debe olvidarse que se la vio
colaborar un tiempo con los amigos de Invisible heads.
Por último, Guy Ducornet, en
colaboración con Laurens Vancrevel, vuelve a sus dos grandes publicaciones
sobre los enemigos académicos del surrealismo, los “falsificadores e
inquisidores del surrealismo”. Estas “actualizaciones” son necesarísimas, y
nunca serán suficientes. Deliciosa es la anécdota referida por Ducornet, cuando
pasa al lado de un aula y escucha a una profesora interpretar aberrantemente La
violación de Magritte. Quien conoce al hombre que en España pidió ver la
tumba de Torquemada para escupir sobre ella, ante el asombro del fraile que lo
guiaba, se lo imaginará perfectamente dirigiéndose a la profesora para
preguntarle si sabía de lo que estaba hablando. Pero en fin, este es un texto
fantástico, que no olvida al “extrañamente llamado Jean Clair”, ni a horrorosos
profesores como Robert Belton o a embalsamadores como Werner Spies.
Una sola puntualización haría yo,
con respecto al “grupo de investigación” de Mélusine, ya que en esta
revista, desde su comienzo, se ha publicado de todo, incluidos muchos
trabajos perfectamente ubicables en la categoría de la “falsificación” y la “inquisición”,
y sin que hayan faltado las firmas que Ducornet ha disecado tan bien en las
páginas de sus libros. Otra cosa es que contenga regularmente excelentes
trabajos y hasta contribuciones de envergadura. Lo mismo ocurría en Pleine
Marge, aunque esta incluyera al mismo tiempo material creativo.
A otro embalsamador, pero salido de las filas del propio surrealismo, Claude Courtot, se le dedica una larga y acerba nota con motivo de unas declaraciones ufanas sobre los atentados de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, contenidas en su Chronique d’une aventure surréaliste, cuyo título adecuado debió ser Chronique d’une aventure anti-surréaliste, no por eso sino por otras muchas razones, una de ellas, por ejemplo, el menosprecio de que da muestra hacia Lautréamont, en contraste con su placer de tocar a Bach todos los días en el piano de su casa. Sobre lo primero exactamente, ya dijo André Breton de Albert Camus que “toda nuestra indignación sería poca ante el hecho de que escritores que gozan del favor del público [no es el caso de Courtot, pero en fin] se dediquen a rebajar lo que es mil veces más grande que ellos. Estos señores llevan una vida fácil: que soporten, pues, de vez en cuando alguna llamada a la decencia”.
A otro embalsamador, pero salido de las filas del propio surrealismo, Claude Courtot, se le dedica una larga y acerba nota con motivo de unas declaraciones ufanas sobre los atentados de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, contenidas en su Chronique d’une aventure surréaliste, cuyo título adecuado debió ser Chronique d’une aventure anti-surréaliste, no por eso sino por otras muchas razones, una de ellas, por ejemplo, el menosprecio de que da muestra hacia Lautréamont, en contraste con su placer de tocar a Bach todos los días en el piano de su casa. Sobre lo primero exactamente, ya dijo André Breton de Albert Camus que “toda nuestra indignación sería poca ante el hecho de que escritores que gozan del favor del público [no es el caso de Courtot, pero en fin] se dediquen a rebajar lo que es mil veces más grande que ellos. Estos señores llevan una vida fácil: que soporten, pues, de vez en cuando alguna llamada a la decencia”.