Los centenarios de 2014 muestran
la dimensión absolutamente internacional del surrealismo: solo encontramos un
nombre francés, el de François Valorbe, y todos estos de la proyección sin fronteras
del surrealismo: Jindrich Heisler, Jiri Kolar, Vaclav Zykmund, Theodore
Brauner, Jules Perahim, António Dacosta, Asger Jorn, Karl-Otto Götz, Gerome
Kamrowski, Teresa d’Amico, Teófilo Cid, Octavio Paz, Georges Henein.
En 1914 pintó Giorgio de Chirico cuadros
extraordinariamente influyentes: El genio cautivo de un rey (reproducido
en Le surréalisme et la peinture, y que compró Doucet por consejo de
Breton), El enigma de la jornada (que originaría en 1924 una
“investigación experimental” por parte del grupo), Misterio y melancolía de
una calle, La conquista del filósofo, El enigma de la fatalidad,
El viaje sin fin (que tuvo Duchamp), La incertidumbre del poeta, El
destino del poeta, Paisaje metafísico con torre blanca, La
nostalgia del poeta (retrato premonitorio de Apollinaire), El canto de
amor (decisivo en Magritte), El paseo del filósofo, Melancolía de
la partida, El cerebro del niño, El enigma de la partida, Turín
primaveral... En fin, una cosecha apabullante, en un año que además vio
aparecer en sus pinturas la imagen del maniquí.
Este fue también el año en que
André Breton descubre a Rimbaud, así que puede considerarse, en la génesis del
surrealismo, el primer año clave.
Merece hoy recordarse El
cerebro del niño en su “versión surrealista”. Este cuadro lo tuvo Breton
desde que lo vio expuesto en el escaparate de la galería Paul Guillaume,
bajándose del autobús en que viajaba para poder apreciarlo; luego, al cederlo
para una exposición que tenía lugar en la misma galería, le ocurrió lo mismo a
Yves Tanguy, quien entonces ni conocía a Breton, y para quien sería tan
decisivo como El canto de amor para Magritte. Pero la “versión
surrealista” solo llega en 1950, cuando Breton lo incluye en el Almanaque
surrealista del medio siglo, transformado por Toyen (Pierre Demarne
aseguraba que por Hérold), quien maquilló y le abrió los ojos al personaje: es
el Despertar del «Cerebro del niño». Breton, en una carta a Robert
Amadou de 1953, publicada en Perspective cavalière (que en España se
tituló Magia cotidiana), aborda El cerebro del niño y su “poder
de impacto excepcional”.