lunes, 12 de marzo de 2012

Europa de lo oculto


Serge Fauchereau y Joëlle Pijaudier-Cabot son los organizadores de este vasto dossier de más de 400 páginas y repleto de bellas y muchas veces poco conocidas ilustraciones, que acompaña una exposición que transita de Estrasburgo a Berna.
Tras una breve introducción de la organizadora, Daniel Bornemann traza un hábil panorama, que titula “Los senderos infinitos de lo imaginal”. Si la fecha de arranque es 1750, o sea cuando, en pleno corazón de las Luces, se produce un resurgir de lo hermético, no puede faltar una mirada retrospectiva, al Renacimiento, en que se produjo un fenómeno paralelo, enfocándolo Anny-Claire Haus, quien se centra en las figuras de Cranach el viejo, Durero, Mantegna y Hans Baldung Grien, de quien, por cierto, se reproduce su cuadro El palafrenero embrujado, que André Breton hizo formar parte de las once imágenes que interrogaban sobre el arte mágico en el monumental clásico de 1957.
El catálogo tiene cinco partes: “Lo romántico y lo oculto”, “Simbolismos”, “Abstracciones y otras expresiones de vanguardia”, “Constelaciones surrealistas” y “Cuando la ciencia medía los espíritus”.
En la primera parte, Serge Fauchereau indaga en “el negativo de las Luces”, yendo de Swedenborg a Víctor Hugo. Roland Recht se ocupa de la pintura alemana, en especial de los tres grandes: Carus, Runge y Freddie. Y Antonio Bonet hace una nota sobre “Goya y la tradición negra de la pintura española”.
La época simbolista la domina perfectamente Fauchereau, quien vuelve a realizar un demorado viaje por “lo oculto” en las diferentes vertientes creativas de la época. Los trabajos son aquí más concretos: Laurence Perry habla de Edouard Schuré y Los grandes iniciados, Olle Granath de los pintores Carl Fredrik Hill y Ernst Josephson, Osvaldas Daugels de Ciurlionis (a quien Fauchereau dedicó hace unos años una espléndida monografía) y Koëlle Pijaudier-Cabot de la danza.
En el capítulo de las abstracciones, de nuevo presentado por Fauchereau, Christoph Wagner se ocupa de “Las vanguardias y los dispositivos del esoterismo”, Estelle Pietrzyk de Arp y la naturosofía y Osamu Okuda de “la metamorfosis mediúmnica en Klee”.
Claro que el capítulo que más nos interesa es el siguiente. Fauchereau aquí, titulando sus páginas “La magia reencontrada”, no deja de hablar del “surrealismo según Breton”, la “vulgata surrealista”, las “manifestaciones oficiales del surrealismo”... Casi diríamos que esta es la parte menos interesante de la obra, ya que el ensayo siguiente, de Annie Le Brun, pese a poseer su brillantez acostumbrada, no es de lo mejor de ella. Aguda es su disquisición sobre Le Grand Jeu: “Sean las que hayan sido la altura y la intensidad de las preocupaciones de personajes como René Daumal, Roger Gilbert-Lecomte o Rolland de Renéville, su orientación cada vez más acentuada hacia una ascesis espiritual, por no decir religiosa, conducente a «liberarse de lo sensible que nos oculta una realidad superior», acaba por negar la dinámica del deseo de la que los surrealistas no disociaron nunca lo maravilloso”.
Si Fauchereau llama a Victor Brauner “el artista más emblemático de esta exposición”, hay un nombre que brilla por su ausencia, en verdad inexplicable: Maurice Baskine, surrealista y alquimista, cuya obra comienza a desplegarse en los años 40. No solo Baskine es una figura muy activa en el surrealismo de aquellos años, sino que la retrospectiva de 2003 en Cordes sur Ciel, con textos de Paul Sanda, Alain-Pierre Pillet, Jean Saucet, Michel Butor, Aimé Patri y Jehan Van Langhenhoven, así como el dvd de Jean Desvilles en el mismo año, impiden decir que sea un artista olvidado. El creador de la “fantasofía” es para nosotros uno de los grandes nombres del surrealismo, y el único artista alquimista del siglo XX que conocemos. Merecía en esta vasta obra incluso una nota particular. He aquí su tríptico “La reina loca”:


Joëlle Pijaudier-Cabot dedica un artículo muy sugestivo al art brut y el espiritismo, y si nos son suficientemente familiares los nombres de Lesage y Crépin, agradecemos la atención a otros más “ocultos”, como Laure Pigeon, Madge Gill, Comte de Tromelin, Madame Bouttier, Marguerite Burnat-Provins, Jeanne Tripier y Élise Müller, las dos últimas enfocadas en sendas páginas de Lucienne Pery y Savine Faupin.
El capítulo científico, desde Mesmer, sorprende por los cacharros y por las muestras de la conexión fotografía-ciencias ocultas.
En suma, una gran obra y un gran trabajo, sobre una materia que interesó al surrealismo desde sus propios albores. Editan los Musées de Strasbourg.