sábado, 1 de febrero de 2020

Epistolario Breton-Éluard

En su biografía de Quevedo, escribe Ramón Gómez de la Serna: “Voy a destacar de su epistolario inédito hasta hace muy poco, unos trozos de cartas insaculados de ese fárrago que se da mala sombra entre sí y que mezcla cartas interesantes a otras que no lo son mas que para el biógrafo, a quien le es muy caro cualquier papel”.
Esa es la sensación que se tiene prácticamente en todos los volúmenes de epistolarios, y este de Breton y Éluard no es una excepción.
Presenta y edita, en Gallimard, Étienne-Alain Hubert, lo que es extrema garantía. Las cartas van de 1919 a 1938, aunque las relaciones entre los dos protagonistas comienzan a ser conflictivas desde 1935. Como es predecible, las cartas de Breton son mucho más interesantes.
En los años 20, hay cartas interesantes sobre las sesiones de los sueños (1922), sobre el banquete de Saint-Pol-Roux (1925, con Breton comparando la actitud pusilánime del poeta con la que hubieran tenido Víctor Hugo o Baudelaire), sobre la lectura ciega y santificante que hicieron del tendencioso Lenin de Trotsky, sobre el affaire de los ballets rusos (1926), sobre el descubrimiento de Novalis (1929)...
Del 2 de agosto de 1930 es una carta magnífica de Breton a Éluard y Char sobre la visita de una “extraña desconocida”, y ya en 1931, junto a los comentarios al choque con Aragon, aparece la primera revelación: una encuesta sobre los “sentimientos humanitarios” que no fue concluida y de la que se nos dan las respuestas de Crevel y Dalí. La otra “revelación” es la de la intención que hubo en enero de 1934 de titular una revista del grupo Surréalisme International; iba a ser editada por Corti y el título dibujado por Man Ray.
La problemática del compromiso político aflora ya con carácter obsesivo en 1932, y toque patético fondo con el proyecto, al año siguiente, de “preparar un manual de materialismo dialéctico” y relacionarse con los estudiantes y con los “círculos marxistas”. En una carta de este último año, Breton nos deja un curioso retrato de Camille Bryan, mientras que en otra de 1935 señala la llegada de Bellmer. Por fin, de los años 36-37 hemos de destacar como sobresaliente todo lo referente a la preparación de la Antología del humor negro.
Las notas de Étienne-Alain Hubert son espléndidas, y si la del enigmático Dédé Sunbeam, por ejemplo, me pareció novedosa, se le ha escapado el buen conocimiento que hoy tenemos de Sheila Legge, sobre la que hay una prosa automática en la antología del surrealismo británico de Michel Remy y hasta un librito de Silvano Levy, datos que hubiera encontrado, sin ir más lejos, a la derecha de este blog.