Prosigue la
publicación de las cartas a Mário Cesariny, esta vez con las dirigidas a su
gran interlocutor brasileño, Sergio Lima. Como señala Perfecto Cuadrado en su
comentario final, “las cartas de Mário Cesariny a Sergio Lima, como las
enviadas a Laurens Vancrevel o Cruzeiro Seixas, son un documento importante
para la historia del Surrealismo y, de manera muy especial, para la historia de
la intervención surrealista en Brasil y en Portugal y sus relaciones a través
del diálogo entre dos de sus protagonistas principales”. Hay valoraciones
interesantes de las muchas figuras que componen el surrealismo lusitano, y,
como siempre, domina la preocupación internacionalista.
Las primeras
cartas son del año 1967, acusando recibo Cesariny del libro de poesía Amore,
del que señala su “importancia capital” (una notable reseña de Ernesto Sampaio
es reproducida a su propósito). Como siempre, Cesariny nos deleita con algunas
diatribas, como por ejemplo contra la “abstracción inodora” o la insufrible boga
del concretismo brasileño. Y desde aquí deja claro su rechazo total y absoluto
de las muchas pervivencias estalinistas.
Se salta luego
al año 1977, cuando Cesariny recibe O corpo significa. Aparecen los
primeros tópicos sobre el llamado “surrealismo francés” como parte de su poco
simpática galofobia. Hablar de “sobornización infernal” podría estar bien a
propósito de Schuster y compañía, pero no de Surréalisme o de La
civilisation surréaliste, lo que es de extrañar si se considera que este es
el año en que publica su magna obra Textos de afirmação e de combate do
movimento surrealista mundial.
En una carta
de 1979 escribe: “Después del 25 de Abril, el odio y la minimización del
Surrealismo se publicó y creció. Los realistas-socialistas se apoderaron de
todo lo que es aquí comunicación. Prepárate para lo mismo en Brasil cuando llegue
la «democracia»”. Posteriormente, le contará cómo lo han puesto en el índice
por haber osado atacar a Neruda, pero la crítica de Cesariny llegará mucho más
lejos: así, en 1988, tras hablarle a Sergio Lima de Klebnikov, Bourliok,
Markenic y Maiakovski, escribe: “Fue una pena que haya aparecido el tal Lenin:
hasta que él llegó, con sus ametralladoras y policías secretas aún no usadas,
aquello en la Rusia blanca era el crisol de todo y de algo más. Aparecido Lenin
y su respectiva revolución ametralladora, todo tuvo que huir o callarse.
Papel que le es atribuido a Stalin, por timidez histórica”, y ya en 1994: “Ya
no sé –no quiero saber– dónde está una «izquierda» que durante más de medio
siglo fue impunemente asesina –horror: gloriosamente asesina– y una «derecha»
que ídem-ídem-comillas-comillas siempre que pudo –¡y bien que pudo!”, añadiendo
que por suerte “hay, eso sí, los grandes aislados”.
De abril de
1980 es esta hojilla del “Bureau Surrealista” que yo desconocía, un puro choteo
antiacadémico:
Recibe
Cesariny en 1986 otro de los libros fundamentales de su amigo: A alta
licenciosidade, del que le dice: “¡Es un portento, es un exceso, es la
Floresta Encantada!”. Una carta extraordinaria es la datada en la Costa de
Caparica el 19 de julio de ese año. Junto a los elogios a su cómplice Édouard
Jaguer, en cuyas Phases ve la pervivencia del mejor surrealismo,
despotrica de la pareja Schuster/Pierre, del desastroso libro sobre el
surrealismo español que ha perpetrado su amigo Aranda (a quien por cierto, si
no me equivoco, debo la primera carta que me mandó Cesariny, como a Cesariny la
primera de Sergio Lima) y de la poesía del brasileño Roberto Piva (un “HORROR”:
“Los poemas aún legibles, quien sabe si aprovechables, son los del primer
libro, Paranóia. El resto es pedantería de en tierra de tontos quien
tiene un ojo en la cara es poeta y ahora quédense con esa... Aquí en Lisboa y
Oporto tenemos de eso a montones, a la tonelada, pero, a decir verdad, mucho y
mucho mejor, y aun así no sirve, nunca va a servir”, aconsejándole a Sergio
Lima que deje ir rumbo a “la basura” a los que se le han acercado y ya rompen
con él: “¿Quién es esta gente, a fin de cuentas?” –una pregunta tan vieja como
la historia del surrealismo).
En las cartas
de estos años le recomienda algunas obras, como el Dictionnaire du
surréalisme et de ses environs, que al menos ha contado con la intensa
actuación de Édouard Jaguer, tan abierto al internacionalismo como el propio
Cesariny, y los Tracts de José Pierre. Le da cuenta de varios grupos
surrealistas en el mundo –“núcleos”, prefiere decir, por parecerle un término
más “abierto” y menos “académico”): Holanda, Inglaterra, Islandia, Australia,
Suecia, y ya se despega del grupo de Chicago por su marxismo-leninismo: aunque
sigan surgiendo jóvenes que quieren de nuevo –“¡otra vez!”– “las barbas de Marx
y Sus Muchachos”, “hay mucha buena gente que ya no comulga con eso”.
En los años 90
asistimos, a mi entender, a una cierta decadencia en Cesariny, aunque sigan
predominando los grandes momentos. En una de sus cartas parece que acaba de
leer el panfleto de Xavière Gauthier (con veinte años de retraso) y que aquel
adefesio lo ha convencido, repudiando a Bellmer y valiéndose de un pobre poema
de Éluard para mostrar lo que llama la “sombra macha” del surrealismo. Penoso,
tanto como el ataque a la imagen poética surrealista, en este caso cebándose en
Péret. Pero si en 1967 la poesía de Péret, como le escribía a Sergio Lima, era
“una de las grandes arquitecturas poéticas que lanzar se pueden a la cara del
planeta” y ahora esa misma poesía es “ilegible”, ¿qué es lo que ha cambiado, la
poesía de Péret... o Mário Cesariny? Como Cesariny era un hombre obsesivo, lo
mismo me escribió a mí por aquellos años: recuerdo que lo contradije y que
entonces recogió velas, no sé si por ese sentido de la cortesía que también
tenía.
Esto último me
permite traer a colación una carencia de este volumen, y es que en varias
ocasiones deseamos saber qué es lo que Sergio Lima le ha dicho o le responde a
su amigo portugués, quedándonos en ascuas.
Varios
“noa-noas” son motivo de algunas cartas, pero ya estas últimas abundan en las
dichas obsesiones, a veces indefendibles, como cuando descalifica o deprecia a
Sade en nombre de Bocage, a Pessoa en nombre de Pascoaes o a Van Gogh en nombre
de Gauguin (aquí su amigo Artaud le hubiera tirado de las orejas).
Sinal
respiratório está ricamente ilustrado y carece de
esas anotaciones que a veces son más enojosas que otra cosa. Solo Mário
Cesariny ante el peligro.