En pocas semanas han aparecido nada menos que cuatro números de El espejo, que edita en Cádiz el infatigable Bruno Jacobs. El último merece especial atención por la presencia de un espléndido alegato de Robert Green contra la llamada "Inteligencia Artificial", nueva sandez del fascismo tecnológico, disfrazada como siempre de ciencia al servicio de la humanidad. Es un placer tener noticias de Robert Green, magnífica figura del mejor surrealismo estadounidense.
Para los otros números de esta hoja volandera de bello diseño, remitimos a la página en facebook de La Grieta, aunque esa red solo da acceso a los socios. En los instantes que se me permite avizorarla, veo también una información sobre La ceguera fotográfica, otro trabajo al alimón de Bruno Jacobs con Javier Gálvez, aparecido en las también infatigables ediciones Ardemar. Como una cosa lleva a la otra, aprovecho para añadir que en la misma casa editorial unipersonal ve la luz al mismo tiempo La belleza de la masturbación, "tratado poético sobre el onanismo" realizado por Javier con Esther Peñas, de cerca de cincuenta páginas con fotos y textos.
Sin duda que este trabajo hubiera interesado mucho a mi añorado amigo Sarane Alexandrian, y como de nuevo una cosa lleva a la otra, y siempre será mejor la IN que la campaneada IA, me he visto impulsado a recorrer de nuevo su memorable libro La sexualité de Narcisse, que me envió el 26 de junio de 2003 con una dedicatoria que ya tenía olvidada por completo, pese a lo halagadora que es, ya que me llamaba "le parfait réprésentant du surréalisme aux Canaries". Este es otro de los libros suyos que evidencian su categoría superior como ensayista apasionado de dimensiones enciclopédicas, con toda una sección dedicada al surrealismo y, por cierto, un largo capítulo sobre Sade, que merece incluirse en la temática de Sade y el surrealismo, cuya riqueza apabullante hemos venido demostrando últimamente.
Nada mejor para acabar con un poco de humor que este poema de Giorgio Baffo reproducido por Alexandrian, verdadero canto sobre la IN de la mano al servicio de la imaginación, que hoy solo habría que actualizar incluyendo al final, en vez de los de la carne de horca, a los políticos y sus votantes, ese ejército de débiles mentales (o directamente sinvergüenzas) gracias a los cuales los mayores hijos de puta de las sociedades llamadas a sí mismas democráticas siguen ejerciendo su poder sobre el resto de la población, y es que sin unos y otros esa gentuza de las élites corporativas estarían tocándose pajas burdas y mirando para la luna de Valencia.


